1/08/2017, 23:29
—Pues, te diría que preferiría guardarme el secreto, pero, si te digo honestamente —explicó Daruu, dejándose caer en la nieve. Kaido, por su parte, se mantuvo erguido, con la mirada fija en los blanquecinos orbes del muchacho. Que ahora, además, yacían ataviados con senda hilera de venas envolviéndole los párpados—. No me apetece desactivar el jutsu, porque podrían venir más gracietas mortales.
«¿Se hinchó los ojos para ver mejor, o qué?» —se preguntó, y desde luego que no era lo más inteligente que se le podría ocurrir a alguien.
»Se trata del Byakugan. Mis ojos. Digamos que pueden predecir un poco lo que se viene por el camino. Digámoslo así, no entremos en detalles. Pero no puedo utilizarlo todo el rato, ahora sólo lo he visto porque al escuchar el ruido lo he utilizado. De modo que por la cuenta que nos trae deberíamos seguir siendo igual de cautos que antes.
Kaido le miró con incredulidad, y un tanto contrariado. ¿Que podía predecir lo que se viene por el camino, dijo? ¿Byakugan? si aquello era cierto, se trataba de una habilidad realmente útil, así sin conocer a fondo los detalles de la misma. Incluso se sintió obligado a compararlo en cierta medida —y sin tener un conocimiento ni superficial o profundo de lo que significaba un Dōjutsu— con aquella extraña evolución visual que ataviaba a los Uchiha de uzushio, Akame y Datsue.
Entonces, con la mirada fija hacia el camino tapado de rocas, Daruu se atrevió a compartir un bosquejo de lo que según él les esperaba después del cementerio de rocas que minutos antes habían intentado aplastarles sin contemplación. Una caverna, ataviada en su totalidad por largos pilares de hielo que desde luego pincharían el cuerpo de cualquiera que cayera encima de ellos tan fácil como una aguja en tela. El cómo de su pincelada siguió siendo un misterio, aunque el ojos blancos admitiría que era algo que no se podía dar el lujo de usar a diestra y siniestra. Como todo lo referente al chakra, tenía su límite. Uno que le dejaría ciego y atolondrado si abusase mucho de su "visión privilegiada".
Kaido parpadeó un par de veces, acomplejado.
—¿Que qué hacer yo? —repitió, irónico—. nada tan extraordinario, supongo. Sé correr, golpear, saltar, y algunas técnicas de suiton. ¿No te jode?
Sonrió, de nuevo, recobrando ligeramente su confianza.
»Ah, y digamos que puedo usar el agua en mi cuerpo de formas que me permitan potenciar ligeramente mis habilidades físicas. "Digámoslo así, no entremos en detalles" —le remedó, aunque lo decía lo más amistoso posible.
«¿Se hinchó los ojos para ver mejor, o qué?» —se preguntó, y desde luego que no era lo más inteligente que se le podría ocurrir a alguien.
»Se trata del Byakugan. Mis ojos. Digamos que pueden predecir un poco lo que se viene por el camino. Digámoslo así, no entremos en detalles. Pero no puedo utilizarlo todo el rato, ahora sólo lo he visto porque al escuchar el ruido lo he utilizado. De modo que por la cuenta que nos trae deberíamos seguir siendo igual de cautos que antes.
Kaido le miró con incredulidad, y un tanto contrariado. ¿Que podía predecir lo que se viene por el camino, dijo? ¿Byakugan? si aquello era cierto, se trataba de una habilidad realmente útil, así sin conocer a fondo los detalles de la misma. Incluso se sintió obligado a compararlo en cierta medida —y sin tener un conocimiento ni superficial o profundo de lo que significaba un Dōjutsu— con aquella extraña evolución visual que ataviaba a los Uchiha de uzushio, Akame y Datsue.
Entonces, con la mirada fija hacia el camino tapado de rocas, Daruu se atrevió a compartir un bosquejo de lo que según él les esperaba después del cementerio de rocas que minutos antes habían intentado aplastarles sin contemplación. Una caverna, ataviada en su totalidad por largos pilares de hielo que desde luego pincharían el cuerpo de cualquiera que cayera encima de ellos tan fácil como una aguja en tela. El cómo de su pincelada siguió siendo un misterio, aunque el ojos blancos admitiría que era algo que no se podía dar el lujo de usar a diestra y siniestra. Como todo lo referente al chakra, tenía su límite. Uno que le dejaría ciego y atolondrado si abusase mucho de su "visión privilegiada".
Kaido parpadeó un par de veces, acomplejado.
—¿Que qué hacer yo? —repitió, irónico—. nada tan extraordinario, supongo. Sé correr, golpear, saltar, y algunas técnicas de suiton. ¿No te jode?
Sonrió, de nuevo, recobrando ligeramente su confianza.
»Ah, y digamos que puedo usar el agua en mi cuerpo de formas que me permitan potenciar ligeramente mis habilidades físicas. "Digámoslo así, no entremos en detalles" —le remedó, aunque lo decía lo más amistoso posible.