11/08/2017, 20:36
Antes de que Koko pudiera llegar hasta los linderos del carruaje, el que habría estado en el podio del conductor durante largas horas decidió bajar, tras haber recibido la orden de quién aguardaba pacientemente en el interior del vehículo. Su cuerpo rígido se movió hasta el lado contiguo de la puerta derecha, la abrió obedientemente con una mano por detrás de la espalda, y dejó que su brazo recibiera el sutil agarre de una mano delicada, que utilizó la fuerza de su criado para bajar del transporte de madera y pisar, finalmente, las cálidas tierras de Uzushiogakure.
Allí, el sol pegó radiante e iluminó aún más la hermosa figura de una consagrada mujer. Tan esbelta como cabría esperar de una reconocida modelo que yacía envestida, además, de un magnetismo que contagiaba aún y a simple vista. Lo que más resaltaba era el largo y apretado Kimono que se acoplaba delicadamente sobre sus curvas, delineadas, de cadera pequeña y busto voluptuoso. Su piel era blanca, y sobre su espalda recaía como mares una larga y frondosa cabellera roja como el vino más tinto, perfectamente peinado y de un lacio envidiable.
Su rostro: simétrico, sin un ápice de marca alguna. Largas pestañas que vestían sus dos grandes orbes azules, y un par de labios carnosos que se contorneaban en una galante sonrisa.
Además, algo que llamaría mucho la atención sería la joya que envolvía su cuello. Un choker ataviado con piedras y diamantes que daba doble vuelta en su propia estructura y terminaba su encaje sobre una única gema central, de color púrpura. Era muy probable que costara una inmensa fortuna.
—Está bien, Riyo-san; caminaré con mi nueva acompañante. No soporto estar un minuto más dentro del carruaje, llévalo al hotel, si eres tan amable —la galante mujer se contorneó sobre su figura y buscó con la mirada a quien se le había informado como la persona asignada a su cargo. Yuriko sonrió grácil, gratamente sorprendida—. Oh, querida... pero si resultaste ser toda una preciosura. Déjame verte, déjame...
Lucía intrigada, tanto como podría estarlo después de haber visto cualquier clase de belleza. Pero curiosamente, sentía un ligero resquemor —positivo, si es que existe algo así— para con las singularidades de Koko. Esos ojos, desde luego, llamaban mucho la atención.
—¿Cuál es tu nombre, jovencita?
Allí, el sol pegó radiante e iluminó aún más la hermosa figura de una consagrada mujer. Tan esbelta como cabría esperar de una reconocida modelo que yacía envestida, además, de un magnetismo que contagiaba aún y a simple vista. Lo que más resaltaba era el largo y apretado Kimono que se acoplaba delicadamente sobre sus curvas, delineadas, de cadera pequeña y busto voluptuoso. Su piel era blanca, y sobre su espalda recaía como mares una larga y frondosa cabellera roja como el vino más tinto, perfectamente peinado y de un lacio envidiable.
Su rostro: simétrico, sin un ápice de marca alguna. Largas pestañas que vestían sus dos grandes orbes azules, y un par de labios carnosos que se contorneaban en una galante sonrisa.
Además, algo que llamaría mucho la atención sería la joya que envolvía su cuello. Un choker ataviado con piedras y diamantes que daba doble vuelta en su propia estructura y terminaba su encaje sobre una única gema central, de color púrpura. Era muy probable que costara una inmensa fortuna.
—Está bien, Riyo-san; caminaré con mi nueva acompañante. No soporto estar un minuto más dentro del carruaje, llévalo al hotel, si eres tan amable —la galante mujer se contorneó sobre su figura y buscó con la mirada a quien se le había informado como la persona asignada a su cargo. Yuriko sonrió grácil, gratamente sorprendida—. Oh, querida... pero si resultaste ser toda una preciosura. Déjame verte, déjame...
Lucía intrigada, tanto como podría estarlo después de haber visto cualquier clase de belleza. Pero curiosamente, sentía un ligero resquemor —positivo, si es que existe algo así— para con las singularidades de Koko. Esos ojos, desde luego, llamaban mucho la atención.
—¿Cuál es tu nombre, jovencita?