11/08/2017, 22:49
—Haré todo lo que esté en mis manos para que así sea —respondió Koko, con el respeto y la compostura por delante. Chica de pocas palabras, habría pensado Yuriko, que percibía con minucia el cómo la kunoichi se había sumergido en su papel como toda una profesional.
La modelo sonrió, y sus cabellos vinotinto se menearon con una ventisca súbita y cálida.
—Bien, me alegra ver tu buena disposición.
—¿Desea que la lleve al hotel? ¿o tiene que hacer alguna otra cosa antes?
—Me gustaría comer algo primero, querida. No hagas caso a los mitos que envuelven nuestra profesión, verás; muchas de nosotras, modelos de renombre, comemos más que nuestros hombres —soltó una risilla carismática, tapándose la boca con su mano, en un único y parsimonioso movimiento—. ¿qué me recomiendas?
Adelante, la kunoichi entrevió el descenso principal hacia el corazón de Uzushio. Desde ahí, un centenar de casas típicas de tejas rojas que se abrían paso como un laberinto entre sus calles. En el centro, se asomaba imponente el gran edificio al que antaño se le llamó Academia de las Olas, a la derecha el amplio territorio que cubría el vasto y colorido Jardín de los cerezos, y más atrás, las zonas comerciales. Donde estaría probablemente el hotel, el anfiteatro, y algún que otro buen restaurante al que probablemente habría visitado alguna vez.
Al final del descenso, se comenzaba a arremolinar una pequeña muchedumbre.
La modelo sonrió, y sus cabellos vinotinto se menearon con una ventisca súbita y cálida.
—Bien, me alegra ver tu buena disposición.
—¿Desea que la lleve al hotel? ¿o tiene que hacer alguna otra cosa antes?
—Me gustaría comer algo primero, querida. No hagas caso a los mitos que envuelven nuestra profesión, verás; muchas de nosotras, modelos de renombre, comemos más que nuestros hombres —soltó una risilla carismática, tapándose la boca con su mano, en un único y parsimonioso movimiento—. ¿qué me recomiendas?
Adelante, la kunoichi entrevió el descenso principal hacia el corazón de Uzushio. Desde ahí, un centenar de casas típicas de tejas rojas que se abrían paso como un laberinto entre sus calles. En el centro, se asomaba imponente el gran edificio al que antaño se le llamó Academia de las Olas, a la derecha el amplio territorio que cubría el vasto y colorido Jardín de los cerezos, y más atrás, las zonas comerciales. Donde estaría probablemente el hotel, el anfiteatro, y algún que otro buen restaurante al que probablemente habría visitado alguna vez.
Al final del descenso, se comenzaba a arremolinar una pequeña muchedumbre.