12/08/2017, 01:37
—Bueno. No tengo muchas cosas interesantes para contar, siendo sincera —¡ah, claro que sí! la tan cuestionable sinceridad. Esa de la que se jactan muchos, pero que sólo la usan de excusa para interponer mentiras veladas. Yuriko sabía de eso, sabía cuando alguien le mentía; y sin embargo, cuando Koko continuó con su explicación, algo le hizo cambiar de parecer. Yuriko interpuso su hermoso rostro frente a su empleada, y cubrió la barbilla con su mano—. Hasta hace no mucho me dedicaba a limpiar dentro de la mansión de un clan adinerado aquí en la aldea, pero era aburrido y preferí conseguirme otro trabajo.
Destino, le llamaban a aquello. Porque en Koko encontró el reflejo de sí misma, de la Yuriko más joven. Una que sufrió inombrables maltratos bajo el techo de una familia pudiente, deseosa de esconder su belleza y privarla de los placeres que su imagen le podía conseguir.
—Sé de lo que hablas. Yo viví algo similar, allá en mis días de juventud. Pero henos aquí, querida, disfrutando de los placeres de la vida. Haciendo lo que más nos gusta, y para lo que mejor somos. Has de ser una excelente Kunoichi, ¿no es así?
Era bastante curioso, no obstante. La piel cándida de Yuriko, y la evidente falta de vestigios que delataran su edad hacía difícil ponerle un número de vida. Pero nadie diría que aparentaba más de 28, ni más, o menos.
Entre tanto, uno de los mozos dejó sobre la mesa dos finas copas de vidrio, una con vino; y otra con agua.
Destino, le llamaban a aquello. Porque en Koko encontró el reflejo de sí misma, de la Yuriko más joven. Una que sufrió inombrables maltratos bajo el techo de una familia pudiente, deseosa de esconder su belleza y privarla de los placeres que su imagen le podía conseguir.
—Sé de lo que hablas. Yo viví algo similar, allá en mis días de juventud. Pero henos aquí, querida, disfrutando de los placeres de la vida. Haciendo lo que más nos gusta, y para lo que mejor somos. Has de ser una excelente Kunoichi, ¿no es así?
Era bastante curioso, no obstante. La piel cándida de Yuriko, y la evidente falta de vestigios que delataran su edad hacía difícil ponerle un número de vida. Pero nadie diría que aparentaba más de 28, ni más, o menos.
Entre tanto, uno de los mozos dejó sobre la mesa dos finas copas de vidrio, una con vino; y otra con agua.