16/08/2017, 06:23
Sasagani Yota, uno de los genin más prometedores de la aldea acudió al gran Dojo que hacía función de recepción a unos cuantos pisos abajo de la oficina del Morikage. Ahí, detrás de un curioso y bien tallado despacho de bambú y madera, aunque ataviado de cualquier clase de utensilios administrativos no tan obsoletos, yacía un hombre de edad avanzada aunque con una aparente buena forma física.
Lleno de vitalidad, aunque con vestigios de canas tanto en su barba como en su ya no tan tupida cabellera, el hombre recibió al moreno por encima del escritorio y le arrojó una de las sonrisas más cordiales.
—Muy buenos días, Yota-san. Claro que sí, sólo permítele a este viejo chunin un pequeño segundo. A ver, a ver... aquí está.
Sacó de una de las gavetas un expediente, y luego otro. Lo abrió, leyó levemente los registros de Yota, y rebuscó con su otra mano en otro montón de papeles. Comparó dígitos, buscó en el archivero, y tomó uno de los tantos pergaminos sellados para entregar esa mañana.
Alzó su viejo brazo y corrió el pergamino hasta los linderos de Yota.
—Ahí tienes, una misión de rango D. Mucha suerte, muchacho.
Lleno de vitalidad, aunque con vestigios de canas tanto en su barba como en su ya no tan tupida cabellera, el hombre recibió al moreno por encima del escritorio y le arrojó una de las sonrisas más cordiales.
—Muy buenos días, Yota-san. Claro que sí, sólo permítele a este viejo chunin un pequeño segundo. A ver, a ver... aquí está.
Sacó de una de las gavetas un expediente, y luego otro. Lo abrió, leyó levemente los registros de Yota, y rebuscó con su otra mano en otro montón de papeles. Comparó dígitos, buscó en el archivero, y tomó uno de los tantos pergaminos sellados para entregar esa mañana.
Alzó su viejo brazo y corrió el pergamino hasta los linderos de Yota.
—Ahí tienes, una misión de rango D. Mucha suerte, muchacho.