16/08/2017, 12:03
Tras la decepción inicial, los dos genin desandaron el camino y tras diez minutos de descenso de incontables escaleras, llegaron al fin a la entrada de la residencia de Kanari Hanako.
Ambos se encontraron ante la colosal mansión, un edificio de tres plantas construido en mármol y rematado con un tejado rojizo, con un extenso y cuidado jardín repleto de rosales, y arbustos floridos de todas las clases y colores por le campaban a sus anchas y libremente una decena de pavos reales. Los animales tenían un porte realmente impresionante, con un plumaje de lo más cuidado y brillante, y a lo lejos pudieron ver a una hembra seguida de sus pollitos nacidos hace poco. Aquel lugar despedía lujo por sus cuatro costados. En la verja de la entrada, adornada con una cuidada enredadera que ascendía por los barrotes, había dos pavos reales de piedra que alzaban orgullosos sus cuellos hacia el cielo.
Eri hizo sonar la campana dorada que servía de llamador, y prácticamente al instante despertó una algarabía de graznidos entre los animales. Segundos después, la puerta principal de la mansión se abrió y una mujer salió a recibirlos. Era increíblemente bella, vestía un indudablemente caro vestido de color esmeralda y confeccionado con seda y tenía el cabello de un intenso color rubio, recogido en un elegante peinado sobre su cabeza.
—¡Oh, ya era hora! ¡Creía que no llegaríais nunca! —exclamó, con una mano ensortijada en diamantes en el pecho. Abrió la verja, y les invitó a pasar con un gesto de su brazo—. Vamos, acompañadme.
La señora Kanari y los dos genin avanzaron por el sendero de piedras, seguidos en todo momento por la afilada mirada de las aves que los observaban con atención desde sus lugares. Sin embargo, enseguida perdieron el interés en ello y siguieron picoteando el suelo en busca de comida.
Tras subir una pequeña escalinata de mármol, atravesaron dos portones de madera de caoba y llegaron a la recepción de la mansión. Enseguida, los dos genin comprobaron que la casa era tan petulante por fuera como por dentro. Un amplio salón, de suelos y paredes brillantes como el oro. Sobre sus cabezas, una lámpara de araña extendía sus ocho brazos en todas las direcciones posibles, con múltiples diamantitos colgando de estos. Al fondo, y en cada extremo del salón, una escalinata bañada en dorado ascendía hasta el piso superior.
—Esperad aquí un momento. Y no toquéis nada —les advirtió, alzando un dedo acusador.
Kanari subió las escaleras a paso apresurado y, tras varios minutos de solitud de los dos genin, volvió a bajar con un papel entre las manos.
—Necesito que vayáis a la oficina de mensajería y recojáis esto por mí —les indicó, entregándoles el papel donde no había más que unas indicaciones con su nombre y el número del supuesto pedido—. ¡Es muy importante para mí así que ni se os ocurra perderlo! ¿De acuerdo? ¿Alguna duda?
Ambos se encontraron ante la colosal mansión, un edificio de tres plantas construido en mármol y rematado con un tejado rojizo, con un extenso y cuidado jardín repleto de rosales, y arbustos floridos de todas las clases y colores por le campaban a sus anchas y libremente una decena de pavos reales. Los animales tenían un porte realmente impresionante, con un plumaje de lo más cuidado y brillante, y a lo lejos pudieron ver a una hembra seguida de sus pollitos nacidos hace poco. Aquel lugar despedía lujo por sus cuatro costados. En la verja de la entrada, adornada con una cuidada enredadera que ascendía por los barrotes, había dos pavos reales de piedra que alzaban orgullosos sus cuellos hacia el cielo.
Eri hizo sonar la campana dorada que servía de llamador, y prácticamente al instante despertó una algarabía de graznidos entre los animales. Segundos después, la puerta principal de la mansión se abrió y una mujer salió a recibirlos. Era increíblemente bella, vestía un indudablemente caro vestido de color esmeralda y confeccionado con seda y tenía el cabello de un intenso color rubio, recogido en un elegante peinado sobre su cabeza.
—¡Oh, ya era hora! ¡Creía que no llegaríais nunca! —exclamó, con una mano ensortijada en diamantes en el pecho. Abrió la verja, y les invitó a pasar con un gesto de su brazo—. Vamos, acompañadme.
La señora Kanari y los dos genin avanzaron por el sendero de piedras, seguidos en todo momento por la afilada mirada de las aves que los observaban con atención desde sus lugares. Sin embargo, enseguida perdieron el interés en ello y siguieron picoteando el suelo en busca de comida.
Tras subir una pequeña escalinata de mármol, atravesaron dos portones de madera de caoba y llegaron a la recepción de la mansión. Enseguida, los dos genin comprobaron que la casa era tan petulante por fuera como por dentro. Un amplio salón, de suelos y paredes brillantes como el oro. Sobre sus cabezas, una lámpara de araña extendía sus ocho brazos en todas las direcciones posibles, con múltiples diamantitos colgando de estos. Al fondo, y en cada extremo del salón, una escalinata bañada en dorado ascendía hasta el piso superior.
—Esperad aquí un momento. Y no toquéis nada —les advirtió, alzando un dedo acusador.
Kanari subió las escaleras a paso apresurado y, tras varios minutos de solitud de los dos genin, volvió a bajar con un papel entre las manos.
—Necesito que vayáis a la oficina de mensajería y recojáis esto por mí —les indicó, entregándoles el papel donde no había más que unas indicaciones con su nombre y el número del supuesto pedido—. ¡Es muy importante para mí así que ni se os ocurra perderlo! ¿De acuerdo? ¿Alguna duda?