17/08/2017, 21:25
(Última modificación: 17/08/2017, 21:28 por Umikiba Kaido.)
Tanto Keisuke como Daigo fueron lo suficientemente atentos como para entender lo que el escualo quería de ellos: y es que el primero, sin necesidad de que Kaido lo ayudase; ya se había lanzado por encima de la baranda. Keisuke, sin embargo, sí que necesitó del impulso del tiburón, con el que caería finalmente hacia las profundidades del lago. Pero de los tres, Kaido fue el único que se dejó hundir. ¿Y por qué? se preguntarán algunos; y no era porque al gyojin le faltase habilidad para lograr una de las proezas más simples, que era la de imbuir la planta de sus pies con una fina capa de chakra.
No señor, sino que Kaido tenía en cuenta que su descenso hacia el lago no sería la escapada más segura de sus vidas ni mucho menos. Quizás, Daigo y Keisuke no contaron con que detrás de ellos, un montón de armas arrojadizas volarían en todas direcciones hacia el lado al que ellos se habían arrojado. No con la pericia de un experimentado shinobi ni con la puntería de un experto usuario del shurikenjutsu, pero es que fueron tantas que no había mucho lugar de maniobra.
La respuesta del escualo fue la de tomarle a ambos de los pies, y halarlos con la fuerza de mil hombres. Llevarlos hasta su territorio, ahí, en el fondo del agua que de pronto se convirtió en una marea revoltosa que les cargó hasta lago abajo.
Por encima, el reflejo de la horda enfurecida se veía turbia. El calvo espetó:
—Atrapen al caraépez, ¡atrajpenlo!
No señor, sino que Kaido tenía en cuenta que su descenso hacia el lago no sería la escapada más segura de sus vidas ni mucho menos. Quizás, Daigo y Keisuke no contaron con que detrás de ellos, un montón de armas arrojadizas volarían en todas direcciones hacia el lado al que ellos se habían arrojado. No con la pericia de un experimentado shinobi ni con la puntería de un experto usuario del shurikenjutsu, pero es que fueron tantas que no había mucho lugar de maniobra.
La respuesta del escualo fue la de tomarle a ambos de los pies, y halarlos con la fuerza de mil hombres. Llevarlos hasta su territorio, ahí, en el fondo del agua que de pronto se convirtió en una marea revoltosa que les cargó hasta lago abajo.
Por encima, el reflejo de la horda enfurecida se veía turbia. El calvo espetó:
—Atrapen al caraépez, ¡atrajpenlo!