26/08/2017, 20:19
A Koko se le ocurrió dejar las cosas a salvo en la habitación, pero al adentrarse en lo que una vez había sido un elegante cuarto preparado exclusivamente para celebridad, era ahora un enmarañado camino de vidrio y sábanas que adornaban el suelo. Algunas gavetas fuera de sus estantes, y ahí por detrás de la cama; las manos de una mujer sosteniéndose por sobre el colchón.
Si la kunoichi decidía quedarse, y se acercaba hasta el otro extremo de la habitación, vería a una mujer que en un principio no le resultaba familiar. Tenía la misma ropa con la que había conocido a Saritama Yuriko, incluso las mismas joyas que adornaban tanto sus orejas como los dedos de sus manos.
Y aquel collar, único e inigualable; sobre su cuello. Pero entre sus rendijas faltaba una gema, que parecía haberse caído de la cuenca de la elegante pieza.
La mujer, desconocida ante los ojos de Koko, alzó la vista. Sus ojos: tan azules como los de Yuriko, pero su piel no era tan tierna ni tan perfecta como en un principio. Ahora estaba arrugada, indudablemente afligida por el ingobernable paso del tiempo. Y ahí también estaba su larga y frondosa cabellera, cuyo fuego rojizo se había extinguido. Ahora era un cabello opaco y con ligeros vestigios de canas.
Sus senos ya no estaban tan rígidos, y su cintura no tan cerrada. Parecía ser Yuriko, sí, pero a la vez; no lo era.
Si la kunoichi decidía quedarse, y se acercaba hasta el otro extremo de la habitación, vería a una mujer que en un principio no le resultaba familiar. Tenía la misma ropa con la que había conocido a Saritama Yuriko, incluso las mismas joyas que adornaban tanto sus orejas como los dedos de sus manos.
Y aquel collar, único e inigualable; sobre su cuello. Pero entre sus rendijas faltaba una gema, que parecía haberse caído de la cuenca de la elegante pieza.
La mujer, desconocida ante los ojos de Koko, alzó la vista. Sus ojos: tan azules como los de Yuriko, pero su piel no era tan tierna ni tan perfecta como en un principio. Ahora estaba arrugada, indudablemente afligida por el ingobernable paso del tiempo. Y ahí también estaba su larga y frondosa cabellera, cuyo fuego rojizo se había extinguido. Ahora era un cabello opaco y con ligeros vestigios de canas.
Sus senos ya no estaban tan rígidos, y su cintura no tan cerrada. Parecía ser Yuriko, sí, pero a la vez; no lo era.