8/09/2017, 22:09
Kaido oyó en silencio la propuesta de Keisuke, y asintió. Miró de nuevo a su alrededor, y le observó detenidamente.
—Vale, pero subiremos al mismo árbol. Mira, éste.
Lo señaló, y comenzó a escalar. Gracias a su chakra, y con las piernas en vertical.
Kaido sintió, sin embargo, cómo el cuero de un látigo le acarició el estómago y le envolvió cual serpiente constrictora. De pronto, la fuerza de aquel largo apéndice le haló hacia atrás obligándolo a separarse del árbol y caer al suelo. Keisuke vería todo ésto desde un poco más arriba, si es que había decidido escalar primero, y podría observar a la persona que había cometido tal ofensa hacia su compañero de aldea.
Era aquel hombre, el calvo. El que hablaba terriblemente mal, y que buscaba venganza. Venganza por no haber ganado la apuesta que realizó en la primera pelea de Kaido. El mal perdedor.
—¡Já!, te tengo, chiquillo.
La ventisca producida por Daigo despejó el panorama. Las ramas de los árboles de movieron, la tierra bajo sus pies se levantó de su tensa calma, incluso alguno que otro animal se vio obligado a salir despavorido por los azotes de viento. Pero no así aquellos hombres réplica que le envolvían en un círculo que cada vez se iba haciendo más y más cerrado. Porque ahora que el kusajin podía verlo todo con privilegio, se daría cuenta que ya no eran sólo cinco enemigos como al principio, sino que ahora eran diez.
¿Pero cómo? ¿y por qué? ¿no le había él atinado una buena embestida de toro a uno de ellos? ¿y qué sucedió después?
Lo traspasó, y ninguno desapareció. Eso tenía que significar algo. Incluso que no se tratase, quizás, de un simple bunshin. Pues los bunshin, al recibir el contacto de lo ajeno, se deshacía sí o sí.
—Vale, pero subiremos al mismo árbol. Mira, éste.
Lo señaló, y comenzó a escalar. Gracias a su chakra, y con las piernas en vertical.
Kaido sintió, sin embargo, cómo el cuero de un látigo le acarició el estómago y le envolvió cual serpiente constrictora. De pronto, la fuerza de aquel largo apéndice le haló hacia atrás obligándolo a separarse del árbol y caer al suelo. Keisuke vería todo ésto desde un poco más arriba, si es que había decidido escalar primero, y podría observar a la persona que había cometido tal ofensa hacia su compañero de aldea.
Era aquel hombre, el calvo. El que hablaba terriblemente mal, y que buscaba venganza. Venganza por no haber ganado la apuesta que realizó en la primera pelea de Kaido. El mal perdedor.
—¡Já!, te tengo, chiquillo.
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La ventisca producida por Daigo despejó el panorama. Las ramas de los árboles de movieron, la tierra bajo sus pies se levantó de su tensa calma, incluso alguno que otro animal se vio obligado a salir despavorido por los azotes de viento. Pero no así aquellos hombres réplica que le envolvían en un círculo que cada vez se iba haciendo más y más cerrado. Porque ahora que el kusajin podía verlo todo con privilegio, se daría cuenta que ya no eran sólo cinco enemigos como al principio, sino que ahora eran diez.
¿Pero cómo? ¿y por qué? ¿no le había él atinado una buena embestida de toro a uno de ellos? ¿y qué sucedió después?
Lo traspasó, y ninguno desapareció. Eso tenía que significar algo. Incluso que no se tratase, quizás, de un simple bunshin. Pues los bunshin, al recibir el contacto de lo ajeno, se deshacía sí o sí.