11/09/2017, 12:03
(Última modificación: 11/09/2017, 13:14 por Aotsuki Ayame.)
La prisión estalló con mayor violencia que la última vez que había empleado su voz y Marun se vio embestido por la masa de agua, en conjunción con un manto de energía de color blanquecino. El Hōzuki se vio propulsado hacia atrás, pasó más allá de la barandilla de seguridad, y su cuerpo pareció quedar suspendido en el aire momentáneamente antes de caer al vacío con una sonrisa en los labios que le puso los pelos de punta.
Alguien pasó junto a ella a toda velocidad, una sombra cuyos rasgos no acertó a distinguir. Escuchó una exclamación en la oscuridad de la noche, pero las palabras carecían de sentido en sus oídos. De repente, toda la energía que la había llenado hasta aquel momento la abandonó sin previo aviso. Las piernas le fallaron. Ayame cayó al suelo de rodillas y lanzó un lastimero gemido cuando sintió el dolor subir desde la punta de sus dedos hasta la raíz de sus cabellos y su piel arrancada a dentelladas. Unos brazos la sostuvieron a tiempo de caer a plomo, y la dejaron con delicadeza sobre el tejado.
—Aotsuki-san, aguante un poco... —dijo una voz que ella ya conocía bien.
—M... Mogura-s... —sollozó ella, pero su voz sonó rota y un súbito pinchazo en la garganta la obligó a detenerse. Había utilizado demasiado su técnica de voz, y ahora estaba pagando las consecuencias.
—Voy a sanar sus heridas.
Un brillo verdoso inundó sus retinas y Ayame dejó escapar un suspiro cuando sintió un gentil cosquilleo que aliviaba el dolor allí por donde su compañero iba pasando sus manos. Era una sensación que ella ya conocía y que le hizo añorar momentáneamente la comodidad de su hogar y la compañía de su familia... La diferencia radicaba en que nunca lo había necesitado a tanta escala.
Por que no era lo mismo curar una rodilla arañada por una chiquillada que un cuerpo chamuscado por electricidad...
Junto al alivio, sus rasgos faciales se fueron suavizando y sus ojos se oscurecieron hasta retornar a la normalidad.
—¡Ayame, Ayame! ¿Estás bien? —el rostro de Shanise no tardó en entrar en su campo de visión, y Ayame ahogó un gemido de angustia contenida.
—¿Quién era esa persona, Shanise-san? —preguntó Mogura junto a ella.
—Shanise-senpai... ¡Lo siento...! ¡Fue culpa mía! Yo... ¡Me dejé engañar y...! Y... —intentaba explicarse, pero las palabras apenas lograban salir de su garganta y las que lo hacían lo hacían a borbotones, a toda velocidad, y se atropellaban en su garganta junto a las lágrimas. Se llevó una mano al cuello, profundamente dolorida. Y entonces, abrió los ojos con el espanto brillando en ellos—. Marun... ¡¿Dónde está Marun?! —preguntó, con un hilo de voz.
Alguien pasó junto a ella a toda velocidad, una sombra cuyos rasgos no acertó a distinguir. Escuchó una exclamación en la oscuridad de la noche, pero las palabras carecían de sentido en sus oídos. De repente, toda la energía que la había llenado hasta aquel momento la abandonó sin previo aviso. Las piernas le fallaron. Ayame cayó al suelo de rodillas y lanzó un lastimero gemido cuando sintió el dolor subir desde la punta de sus dedos hasta la raíz de sus cabellos y su piel arrancada a dentelladas. Unos brazos la sostuvieron a tiempo de caer a plomo, y la dejaron con delicadeza sobre el tejado.
—Aotsuki-san, aguante un poco... —dijo una voz que ella ya conocía bien.
—M... Mogura-s... —sollozó ella, pero su voz sonó rota y un súbito pinchazo en la garganta la obligó a detenerse. Había utilizado demasiado su técnica de voz, y ahora estaba pagando las consecuencias.
—Voy a sanar sus heridas.
Un brillo verdoso inundó sus retinas y Ayame dejó escapar un suspiro cuando sintió un gentil cosquilleo que aliviaba el dolor allí por donde su compañero iba pasando sus manos. Era una sensación que ella ya conocía y que le hizo añorar momentáneamente la comodidad de su hogar y la compañía de su familia... La diferencia radicaba en que nunca lo había necesitado a tanta escala.
Por que no era lo mismo curar una rodilla arañada por una chiquillada que un cuerpo chamuscado por electricidad...
Junto al alivio, sus rasgos faciales se fueron suavizando y sus ojos se oscurecieron hasta retornar a la normalidad.
—¡Ayame, Ayame! ¿Estás bien? —el rostro de Shanise no tardó en entrar en su campo de visión, y Ayame ahogó un gemido de angustia contenida.
—¿Quién era esa persona, Shanise-san? —preguntó Mogura junto a ella.
—Shanise-senpai... ¡Lo siento...! ¡Fue culpa mía! Yo... ¡Me dejé engañar y...! Y... —intentaba explicarse, pero las palabras apenas lograban salir de su garganta y las que lo hacían lo hacían a borbotones, a toda velocidad, y se atropellaban en su garganta junto a las lágrimas. Se llevó una mano al cuello, profundamente dolorida. Y entonces, abrió los ojos con el espanto brillando en ellos—. Marun... ¡¿Dónde está Marun?! —preguntó, con un hilo de voz.