12/09/2017, 05:28
A pesar de sus heridas, Keisuke actuó como mejor creyó conveniente para el momento. Tres estrellas metálicas salieron despedidas desde su posición, y obligó al calvo mal hablado a moverse con la coordinación de un aparente civil hacia su costado más izquierdo, tirándose hacia el suelo.
Y fuera por suerte, o obra del destino, una de esos shuriken calaría perfectamente en el torso de un distraído aunque versátil maleante con algún conocimiento básico de genjutsu. ¿Y por qué genjutsu?
Pues apenas se quejó de dolor de aquella estrella desviada que por suerte había llegado hasta su escondite, el velo de aquel bosque se cayó en súbito. De pronto, Kaido y Keisuke podían ver a Daigo ahí a unos cuantos metros de ellos, y Daigo; evidentemente, también a ellos. Las réplicas que le rodeaban también desaparecieron en un sonoro puff que inundó su alrededor.
El calvo vio a su compinche, y el compinche lo vio a él. Los dos parecían quererse matar con la mirada.
—Me cansé: ¡es hora de nadar, hijos de puta! —espetó, sonriendo con malicia.
Y si sus compañeros eran avispados, se moverían. Detrás de él, o a los árboles, a donde fuera, pero tendrían que hacerlo pronto de no querer ser engullidos por una creciente ola de agua que salió despavorida desde las fauces afiladas y peligrosas del tiburón de Amegakure. Quien hastiado, había decidido invocar el poder de Ame no Kami para deshacerse de una vez por toda de aquellas plagas pestilentes que tanto insistían en seguirles. Y la bendición de Ame no Kami respondió como bien debía hacerlo: tragándose los árboles, y a todos los que se escondían detrás de sus copas.
Y fuera por suerte, o obra del destino, una de esos shuriken calaría perfectamente en el torso de un distraído aunque versátil maleante con algún conocimiento básico de genjutsu. ¿Y por qué genjutsu?
Pues apenas se quejó de dolor de aquella estrella desviada que por suerte había llegado hasta su escondite, el velo de aquel bosque se cayó en súbito. De pronto, Kaido y Keisuke podían ver a Daigo ahí a unos cuantos metros de ellos, y Daigo; evidentemente, también a ellos. Las réplicas que le rodeaban también desaparecieron en un sonoro puff que inundó su alrededor.
El calvo vio a su compinche, y el compinche lo vio a él. Los dos parecían quererse matar con la mirada.
—Me cansé: ¡es hora de nadar, hijos de puta! —espetó, sonriendo con malicia.
Y si sus compañeros eran avispados, se moverían. Detrás de él, o a los árboles, a donde fuera, pero tendrían que hacerlo pronto de no querer ser engullidos por una creciente ola de agua que salió despavorida desde las fauces afiladas y peligrosas del tiburón de Amegakure. Quien hastiado, había decidido invocar el poder de Ame no Kami para deshacerse de una vez por toda de aquellas plagas pestilentes que tanto insistían en seguirles. Y la bendición de Ame no Kami respondió como bien debía hacerlo: tragándose los árboles, y a todos los que se escondían detrás de sus copas.