12/09/2017, 22:08
(Última modificación: 12/09/2017, 22:45 por Umikiba Kaido.)
—¿Cómo sabe es- —las delicadas manos de su interlocutira se interrumpieron a sí mismas, luego de que su rostro demostrase la sorpresa de aquella revelación. Pero es que el bueno de Kaido no necesitaba confirmación alguna, no señor; porque él mismo había sido víctima una vez de los rumores que se ciñen acerca de la Cordillera, en toda sus extensión. Aquella imponente y natural formación rocosa ocultaba tantos secretos, y que ahí hubiese un tesoro no podía ser menos probable que encontrarse a un Yeti oriental viviendo en una de sus frías y más altas cavernas, ¿verdad?
Pero la pregunta era, sin embargo, que cómo sabía él las intenciones de la uzujin. Así que decidió explicárselo, para que no temiera.
—Pues mira, esa vez en el bar...
Yotarou y Hiro conversaban entre dientes, tratando de no levantar sospechas acerca de la índole de su conversación. Kaido, no obstante, era un tío avispado, de oído agudo además; y en ocasiones con la nariz de un metiche. Pero esa vez, curiosamente, él no era el único interesado en escuchar las conversaciones privadas de otro, y pudo darse cuenta que una dulce uzujin intentaba pegar la oreja a pesar de encontrarse en la mesa contigua a la de los dos hombres de poca monta. El gyojin observó en ella el interés, un interés que había existido en él también cuando escuchó en su momento los rumores acerca de la Senda del Carámbano. Aquella senda que resultó ser tan cierta como se contaba. Él lo había vivido en carne propia junto a Daruu. Vivió el frío, vivió a Hibagon-san y a que le tratase como una pelota enseñándole el "camino rápido". Aunque al final de todo, la pizza no estuvo del todo mal.
Así pues, no pudo sino sentirse un tanto reflejado en Eri. No, no era una experta escondiendo sus intenciones. De hecho, si tardó apenas unos segundos en levantarse de su mesa e irse a comprobar lo escuchado era mucho. Así que él, en secreto, hizo lo mismo. La siguió, hasta las cercanías de donde suponía estar aquella cueva.
... te vi muy interesada en lo que hablaban esos dos tipos y digamos que pude adivinar tus intenciones de venir aquí e intentar encontrar el supuesto tesoro. Así que déjame decirte algo. Estas cordilleras esconden muchos secretos, compañera; y también muchos peligros. La última vez que intenté desvelar los rumores que cuentan las malas lenguas en los Dojos acerca de lo que estas cordilleras ocultan, casi muero. ¡Tres veces! así que no dudo de que el tesoro exista, sino que seguramente está más custodiado que el baño privado de nuestros Kages.
Sonrió, afable, aunque esos dientes no harían sino que le hicieran temer más. No parecía entender eso, así que seguía haciéndolo de costumbre.
—Entonces dije: ¿voy a dejar que ésta pobre muchacha tiente a la suerte, sin saber bien en lo que se está metiendo? no señor. Así que heme aquí, de metido en tus asuntos. Espero que no te moleste, jeje.
Pero la pregunta era, sin embargo, que cómo sabía él las intenciones de la uzujin. Así que decidió explicárselo, para que no temiera.
—Pues mira, esa vez en el bar...
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Yotarou y Hiro conversaban entre dientes, tratando de no levantar sospechas acerca de la índole de su conversación. Kaido, no obstante, era un tío avispado, de oído agudo además; y en ocasiones con la nariz de un metiche. Pero esa vez, curiosamente, él no era el único interesado en escuchar las conversaciones privadas de otro, y pudo darse cuenta que una dulce uzujin intentaba pegar la oreja a pesar de encontrarse en la mesa contigua a la de los dos hombres de poca monta. El gyojin observó en ella el interés, un interés que había existido en él también cuando escuchó en su momento los rumores acerca de la Senda del Carámbano. Aquella senda que resultó ser tan cierta como se contaba. Él lo había vivido en carne propia junto a Daruu. Vivió el frío, vivió a Hibagon-san y a que le tratase como una pelota enseñándole el "camino rápido". Aunque al final de todo, la pizza no estuvo del todo mal.
Así pues, no pudo sino sentirse un tanto reflejado en Eri. No, no era una experta escondiendo sus intenciones. De hecho, si tardó apenas unos segundos en levantarse de su mesa e irse a comprobar lo escuchado era mucho. Así que él, en secreto, hizo lo mismo. La siguió, hasta las cercanías de donde suponía estar aquella cueva.
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... te vi muy interesada en lo que hablaban esos dos tipos y digamos que pude adivinar tus intenciones de venir aquí e intentar encontrar el supuesto tesoro. Así que déjame decirte algo. Estas cordilleras esconden muchos secretos, compañera; y también muchos peligros. La última vez que intenté desvelar los rumores que cuentan las malas lenguas en los Dojos acerca de lo que estas cordilleras ocultan, casi muero. ¡Tres veces! así que no dudo de que el tesoro exista, sino que seguramente está más custodiado que el baño privado de nuestros Kages.
Sonrió, afable, aunque esos dientes no harían sino que le hicieran temer más. No parecía entender eso, así que seguía haciéndolo de costumbre.
—Entonces dije: ¿voy a dejar que ésta pobre muchacha tiente a la suerte, sin saber bien en lo que se está metiendo? no señor. Así que heme aquí, de metido en tus asuntos. Espero que no te moleste, jeje.