24/09/2017, 14:11
Por más que fuera, su extraña actitud sí que no había mermado su gran apetito. No señor, si alguien le ofrecía una buena papa a MouKou, era imposible que éste la rechazara. Apenas escuchó la invitación de Yota se levantó del suelo, sacudió sus pelajes en un intenso coleteo y corrió hasta los linderos de la nevera, deseando tener pulgares en ese momento.
Sentó su culo peludo y aguardó a que Yota echara un vistazo. Lo que ahí encontraría, sería todo un banquete digno. Lo que quisiera comer, curiosamente, estaba ahí ya cocinado. Había un buen pollo entero, sazonado a la parrilla y estufado de cualquier cantidad de vegetales. También un poco de cordero en salsa de naranja, con sus rodajitas paseándose entre la carne; y una docena de enrollados de ramen, un plato algo característico de la zona y que tendría que haberlo probado alguna vez. También un par de cervezas —para la merienda del señor mayor, probablemente— y una jarra de frutas licuadas para beber.
Entre tanto, el señor Tokaro había tomado rumbo hacia el otro extremo de la casa. Seguramente tendría sus cosas que hacer, y confiaba en que Yota pudiera encontrar respuestas ante las huidas de MouKou. Pero por las babas que soltaba el hocico del perro, la posibilidad de que se escurriera no habría de suceder sino hasta que se hubiese alimentado.
Y para eso, tendría que esperar que Yota se sirviera. Se sirviera tanto como quisiera, y tanto como quisiera el perro.
Nada mejor que una caminata por las calles de la aldea, con el sol primaveral tocándoles el rostro como para hacer una buena digestión. Hasta entonces, MouKou no actuaba para nada extraño, y se dedicaba a caminar al lado de Yota por la avenida sin ningún problema, dejándose acariciar de vez en cuando por algún transeúnte conocido, y no conocido también.
Nadie se molestaba en increpar a Yota —desde luego, nadie querría acariciarle a él, con ese entrecejo tan fruncido y esa imagen de niño malo— así que casi todo el mundo reparaba en el perro.
Hasta que una muchacha, de la edad de Yota, probablemente; se detuvo. Miró a Yota, luego a su bandana. Y luego, a MouKou.
Lucía un tanto perpleja. Tan perpleja que perdió su sentido de orientación y al intentar retroceder sin mirar atrás, terminó golpeando a un par de personas que le hicieron tambalear hasta un puesto de ramen. Golpeó una estantería y su cabello se llenó de pasta fría, y de salsa también.
Sentó su culo peludo y aguardó a que Yota echara un vistazo. Lo que ahí encontraría, sería todo un banquete digno. Lo que quisiera comer, curiosamente, estaba ahí ya cocinado. Había un buen pollo entero, sazonado a la parrilla y estufado de cualquier cantidad de vegetales. También un poco de cordero en salsa de naranja, con sus rodajitas paseándose entre la carne; y una docena de enrollados de ramen, un plato algo característico de la zona y que tendría que haberlo probado alguna vez. También un par de cervezas —para la merienda del señor mayor, probablemente— y una jarra de frutas licuadas para beber.
Entre tanto, el señor Tokaro había tomado rumbo hacia el otro extremo de la casa. Seguramente tendría sus cosas que hacer, y confiaba en que Yota pudiera encontrar respuestas ante las huidas de MouKou. Pero por las babas que soltaba el hocico del perro, la posibilidad de que se escurriera no habría de suceder sino hasta que se hubiese alimentado.
Y para eso, tendría que esperar que Yota se sirviera. Se sirviera tanto como quisiera, y tanto como quisiera el perro.
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Nada mejor que una caminata por las calles de la aldea, con el sol primaveral tocándoles el rostro como para hacer una buena digestión. Hasta entonces, MouKou no actuaba para nada extraño, y se dedicaba a caminar al lado de Yota por la avenida sin ningún problema, dejándose acariciar de vez en cuando por algún transeúnte conocido, y no conocido también.
Nadie se molestaba en increpar a Yota —desde luego, nadie querría acariciarle a él, con ese entrecejo tan fruncido y esa imagen de niño malo— así que casi todo el mundo reparaba en el perro.
Hasta que una muchacha, de la edad de Yota, probablemente; se detuvo. Miró a Yota, luego a su bandana. Y luego, a MouKou.
Lucía un tanto perpleja. Tan perpleja que perdió su sentido de orientación y al intentar retroceder sin mirar atrás, terminó golpeando a un par de personas que le hicieron tambalear hasta un puesto de ramen. Golpeó una estantería y su cabello se llenó de pasta fría, y de salsa también.