27/09/2017, 17:10
Aquella misteriosa neblina verde se había ido con el hilo, a donde quiera que fuese. Hasta ese momento, el día había estado nublado, y el viento sacudía sus cabellos y su ropa con una furia que acompañaba al momento: a la adrenalina de la batalla, a los gritos y a la sangre.
Y ahora, como si con la muerte de aquél hombretón toda esa ira ambiental se hubiese desvanecido, sólo quedaba la calma y el silencio. Un silencio triste, a pesar de que habían sobrevivido, pues a uno de los tres integrantes la vida le pendía de un hilo. Y ahora los muchachos, que no habían comenzado su relación con su superior de la manera más afín posible, lamentaban que hubiera tenido que ser así. Cada uno a un lado del jounin, lo cogieron por los brazos y se lo echaron a los hombros, dispuestos a cumplir su último deseo:
Morir a las orillas del río que le vio nacer.
Avanzaron lentamente, aunque no por gusto, sino porque a pesar de ser un delgaducho, el cuerpo de un shinobi adulto pesaba lo suyo. Las aguas del río eran ahora un plácido charco en comparación al mar turbio y furioso que les había recibido, muy probablemente por la influencia de aquél géiser de energía natural. Las barcas habían sufrido su oleaje, y se habían encallado en unas rocas cercanas, inservibles e inertes. Afortunadamente, ya no las necesitarían para cruzar.
—De... dejadme aquí. Aquí mismo —pidió la boca sangrienta y destrozada de Yubiwa, casi arrastrando las sílabas.
Cuando los muchachos lo soltaron, avanzó, arrastrando también su cuerpo. Arañó la tierra y se rompió las uñas, todo para quedar frente a las aguas de su tierra natal. Se miró al reflejo en la superficie. Allí, un monstruo le devolvía la mirada. Una triste deformación de lo que había sido. Yubiwa chasqueó la lengua, cerró los ojos, y negó con la cabeza.
Tenía un aspecto horrible.
Entonces, los abrió. Y los anillos, dorados, volvieron a brillar como la luz del Sol. Una esfera de energía del color de la miel envolvió al jounin y derribó a los muchachos unos cuantos metros atrás. Brilló con la intensidad de una estrella, y luego... se apagó.
La piel volvió a su sitio, la carne creció, los dientes volvieron a formar una sonrisa perfecta y el pelo quedó inmaculado como si nunca hubiese vivido una pelea. Los párpados se cerraron.
Y sus ojos se apagaron.
Yubiwa se levantó, resollando con dificultad, y se dio la vuelta, con los ojos cerrados y la piel de los párpados enrojecida, pero vivo. Vivo, por ahora y, deseaba con todo su corazón, por mucho tiempo más.
—Jóvenes. —Sonrió—. ¿Alguno de los dos sería tan amable de buscar mi kasa, por favor?
Y ahora, como si con la muerte de aquél hombretón toda esa ira ambiental se hubiese desvanecido, sólo quedaba la calma y el silencio. Un silencio triste, a pesar de que habían sobrevivido, pues a uno de los tres integrantes la vida le pendía de un hilo. Y ahora los muchachos, que no habían comenzado su relación con su superior de la manera más afín posible, lamentaban que hubiera tenido que ser así. Cada uno a un lado del jounin, lo cogieron por los brazos y se lo echaron a los hombros, dispuestos a cumplir su último deseo:
Morir a las orillas del río que le vio nacer.
Avanzaron lentamente, aunque no por gusto, sino porque a pesar de ser un delgaducho, el cuerpo de un shinobi adulto pesaba lo suyo. Las aguas del río eran ahora un plácido charco en comparación al mar turbio y furioso que les había recibido, muy probablemente por la influencia de aquél géiser de energía natural. Las barcas habían sufrido su oleaje, y se habían encallado en unas rocas cercanas, inservibles e inertes. Afortunadamente, ya no las necesitarían para cruzar.
—De... dejadme aquí. Aquí mismo —pidió la boca sangrienta y destrozada de Yubiwa, casi arrastrando las sílabas.
Cuando los muchachos lo soltaron, avanzó, arrastrando también su cuerpo. Arañó la tierra y se rompió las uñas, todo para quedar frente a las aguas de su tierra natal. Se miró al reflejo en la superficie. Allí, un monstruo le devolvía la mirada. Una triste deformación de lo que había sido. Yubiwa chasqueó la lengua, cerró los ojos, y negó con la cabeza.
Tenía un aspecto horrible.
· · ·
Entonces, los abrió. Y los anillos, dorados, volvieron a brillar como la luz del Sol. Una esfera de energía del color de la miel envolvió al jounin y derribó a los muchachos unos cuantos metros atrás. Brilló con la intensidad de una estrella, y luego... se apagó.
La piel volvió a su sitio, la carne creció, los dientes volvieron a formar una sonrisa perfecta y el pelo quedó inmaculado como si nunca hubiese vivido una pelea. Los párpados se cerraron.
Y sus ojos se apagaron.
Yubiwa se levantó, resollando con dificultad, y se dio la vuelta, con los ojos cerrados y la piel de los párpados enrojecida, pero vivo. Vivo, por ahora y, deseaba con todo su corazón, por mucho tiempo más.
—Jóvenes. —Sonrió—. ¿Alguno de los dos sería tan amable de buscar mi kasa, por favor?
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