2/10/2017, 20:12
Ahora que ya había pasado el tema de por qué había pedido una misión para proteger una mercancía tan poco valiosa, una sensación agridulce se apoderó del mercader, aunque esto pasaría desapercibido para los shinobis que ya habían olvidado por completo aquel tema. Por mucho que dijese que no llevaba mucho, ¿de donde había sacado el dinero para una misión de rango C? Y además exigiendo dos ninjas, sin duda, se salía por completo de su presupuesto. Fuera lo que fuera que escondiese, ya habían dado carpetazo al asunto.
El camino por las planicies del silencio no daba lugar a mucha conversación, no les pusieron el nombre al tuntún. La propia ausencia de ruido de los alrededores casi te obligaba a mantenerte con la boca cerrada y la mirada perdida en el horizonte, los temas de conversación no parecían tan apetecibles mientras pasaban por aquella extensa planicie llena de charcos y pequeñas motas de hierba en un paisaje más bien embarrado.
A lo tonto ya habían pasado unas cuantas horas desde que salieron de la villa, la lenta pero inexorable marcha de los caballos se volvió aún más lenta. Fu les mandó detenerse cerca de un pequeño apartadero donde se erigía un trio de paredes de madera que puede que en algún momento pasado fuesen un sitio bien equipado para el descanso de los viandantes.
— Chicos, si no os importa, paramos a comer ya.
Se bajó de un salto como si fuera el más joven de los tres y empezó a maniobrar. Desató una sola cuerda que mantenía sujeta todo lo que llevaba tapado y sacó un enorme comedero de metal que se dividía en dos partes. En una puso alfalfa y la otra la llenó de agua una vez colocado delante de los caballos.
— Perdonad que no os haya avisado con antelación, con las prisas uno no se da cuenta de la hora que es. Traeis comida, ¿no? Lo que tengo que ofrecer no es mucho pero a malas sobreviviremos hasta Los Herreros.
Sacó un saquito y del interior sacó unas bolas de arroz que estaban cuidadosamente envueltos en film transparente.
— Las hice anoche y me olvide de señalar qué relleno lleva cada una, así que es una ruleta rusa arrocina. Yo de vosotros no me sentaría en los asientos de cochero, los caballos se ponen nerviosos cuando comen.
Les dijo con una sonrisa afable mientras les ofrecía una a cada uno sentado en la parte trasera del carromato, en el sitio justo que había dejado el comedero. Ellos podrían encontrar unos taburetes bajos de dudosa resistencia para sentarse o posar su trasero en el humedo suelo.
El camino por las planicies del silencio no daba lugar a mucha conversación, no les pusieron el nombre al tuntún. La propia ausencia de ruido de los alrededores casi te obligaba a mantenerte con la boca cerrada y la mirada perdida en el horizonte, los temas de conversación no parecían tan apetecibles mientras pasaban por aquella extensa planicie llena de charcos y pequeñas motas de hierba en un paisaje más bien embarrado.
A lo tonto ya habían pasado unas cuantas horas desde que salieron de la villa, la lenta pero inexorable marcha de los caballos se volvió aún más lenta. Fu les mandó detenerse cerca de un pequeño apartadero donde se erigía un trio de paredes de madera que puede que en algún momento pasado fuesen un sitio bien equipado para el descanso de los viandantes.
— Chicos, si no os importa, paramos a comer ya.
Se bajó de un salto como si fuera el más joven de los tres y empezó a maniobrar. Desató una sola cuerda que mantenía sujeta todo lo que llevaba tapado y sacó un enorme comedero de metal que se dividía en dos partes. En una puso alfalfa y la otra la llenó de agua una vez colocado delante de los caballos.
— Perdonad que no os haya avisado con antelación, con las prisas uno no se da cuenta de la hora que es. Traeis comida, ¿no? Lo que tengo que ofrecer no es mucho pero a malas sobreviviremos hasta Los Herreros.
Sacó un saquito y del interior sacó unas bolas de arroz que estaban cuidadosamente envueltos en film transparente.
— Las hice anoche y me olvide de señalar qué relleno lleva cada una, así que es una ruleta rusa arrocina. Yo de vosotros no me sentaría en los asientos de cochero, los caballos se ponen nerviosos cuando comen.
Les dijo con una sonrisa afable mientras les ofrecía una a cada uno sentado en la parte trasera del carromato, en el sitio justo que había dejado el comedero. Ellos podrían encontrar unos taburetes bajos de dudosa resistencia para sentarse o posar su trasero en el humedo suelo.