2/10/2017, 20:37
Con las mochilas a cuestas, cargadas con provisiones para parar un regimiento, nos pusimos en marcha. Se trataba de un viaje largo. Más largo que el que hice para ir al Valle de los Dojos. Caminaríamos y viajaríamos durante media semana por lo menos, y eso si íbamos a buen ritmo.
La primera noche la pasamos cerca del árbol sagrado, siendo inevitable recordar lo que sucedió allí hacia tan solo unos pocos días. Las aventuras con Yubiwa y Taeko, así como los dichosos hilos de chakra natural... No había olvidado la promesa que le hice a Yubiwa. Buscaría la manera de saber usar ese potente chakra, quizás con la ayuda de aquella fuerza pudiese ayudar a Yubiwa a recuperar su visión. Lo deseaba con todas mis fuerzas.
El día siguiente cruzamos la frontera que separaba nuestro país con el país de la tierra, sede de lo que antaño fue una gran potencia, hogar de dotoneros y de los habitantes de Iwagakure no Sato. Allí se forjaban ninjas de gran fortaleza hace ya cientos de años, antes de la guerra de los bijuu. Sin ir más lejos, acampamos e hicimos una pequeña fogata entre las ruinas de aquella aldea en la que aún quedaban los restos de sus edificios. Vagos recuerdos de lo que fue su fortaleza y a lo lejos, si alzábamos la vista, veríamos nuestro destino: las montañas nevadas que unían aquel país con el de la tormenta, aunque eso sí, lejos de Amegakure, aldea natal de un gran amigo forjado en los Dojos, Amedama Daruu. También lo era de la muchacha que me derrotó en el torneo, Aotsuki Ayame.
Los primeros rayos de sol nos despertaron. La fogata se había convertido en meras cenizas y a cada día que avanzaba, cada vez la temperatura era más baja.
— Hoy llegaremos a nuestro destino, Yota-kun, Debemos apurarnos y llegar cuanto antes. Las montañas nevadas pueden ser muy traicioneras. Pero hay algo que debes saber
— ¿El qué? — pregunté mientras bostezaba, alzando los brazos sobre mi cabeza.
— Aquí venía tu padre muchas veces. Nunca dijo por qué, pero era un lugar al que le agradaba mucho venir. dicen que estas montañas esconden muchos secretos
— ¿Papá? ¿Por eso me has traído hasta aquí?
La mujer de ropas y cabellos azabache asintió y yo esbocé una sonrisa. Al mismo tiempo maldecía mis propios huesos. Si no hubiera muerto aquel día... Entonces podría ir hasta aquel lugar con él, podríamos entrenar juntos... Pero de poco servía lamentarse.
Avanzamos a buen ritmo por aquella cordillera y poco tardamos en pisar los primeros tramos de nieve. El frío empezó a calar y entonces empecé a comprender el hecho de lo dura que podía resultar aquella montaña. Pasadas las horas, los pies se enterraban ante una mayor presencia de la nieve, dificultando el paso cada vez en mayor medida hasta que mi sensei se adentró en una de las grutas que se avistaban por aquel lugar. En su interior la humedad soplaba un aire fresco que me entonaba, haciéndome sentir bien y entonces vimos aquel lugar. La nieve había desaparecido; en su lugar las verdes praderas iluminaban nuestras retinas, sus pequeñas poblaciones se ocupaban del día a día y el ambiente era más bien cálido, lejos del frío del otro lado. En definitiva, era una pequeña porción del mapamundi donde se respiraba paz y tranquilidad. Un lugar idílico para descansar.
La primera noche la pasamos cerca del árbol sagrado, siendo inevitable recordar lo que sucedió allí hacia tan solo unos pocos días. Las aventuras con Yubiwa y Taeko, así como los dichosos hilos de chakra natural... No había olvidado la promesa que le hice a Yubiwa. Buscaría la manera de saber usar ese potente chakra, quizás con la ayuda de aquella fuerza pudiese ayudar a Yubiwa a recuperar su visión. Lo deseaba con todas mis fuerzas.
El día siguiente cruzamos la frontera que separaba nuestro país con el país de la tierra, sede de lo que antaño fue una gran potencia, hogar de dotoneros y de los habitantes de Iwagakure no Sato. Allí se forjaban ninjas de gran fortaleza hace ya cientos de años, antes de la guerra de los bijuu. Sin ir más lejos, acampamos e hicimos una pequeña fogata entre las ruinas de aquella aldea en la que aún quedaban los restos de sus edificios. Vagos recuerdos de lo que fue su fortaleza y a lo lejos, si alzábamos la vista, veríamos nuestro destino: las montañas nevadas que unían aquel país con el de la tormenta, aunque eso sí, lejos de Amegakure, aldea natal de un gran amigo forjado en los Dojos, Amedama Daruu. También lo era de la muchacha que me derrotó en el torneo, Aotsuki Ayame.
Los primeros rayos de sol nos despertaron. La fogata se había convertido en meras cenizas y a cada día que avanzaba, cada vez la temperatura era más baja.
— Hoy llegaremos a nuestro destino, Yota-kun, Debemos apurarnos y llegar cuanto antes. Las montañas nevadas pueden ser muy traicioneras. Pero hay algo que debes saber
— ¿El qué? — pregunté mientras bostezaba, alzando los brazos sobre mi cabeza.
— Aquí venía tu padre muchas veces. Nunca dijo por qué, pero era un lugar al que le agradaba mucho venir. dicen que estas montañas esconden muchos secretos
— ¿Papá? ¿Por eso me has traído hasta aquí?
La mujer de ropas y cabellos azabache asintió y yo esbocé una sonrisa. Al mismo tiempo maldecía mis propios huesos. Si no hubiera muerto aquel día... Entonces podría ir hasta aquel lugar con él, podríamos entrenar juntos... Pero de poco servía lamentarse.
Avanzamos a buen ritmo por aquella cordillera y poco tardamos en pisar los primeros tramos de nieve. El frío empezó a calar y entonces empecé a comprender el hecho de lo dura que podía resultar aquella montaña. Pasadas las horas, los pies se enterraban ante una mayor presencia de la nieve, dificultando el paso cada vez en mayor medida hasta que mi sensei se adentró en una de las grutas que se avistaban por aquel lugar. En su interior la humedad soplaba un aire fresco que me entonaba, haciéndome sentir bien y entonces vimos aquel lugar. La nieve había desaparecido; en su lugar las verdes praderas iluminaban nuestras retinas, sus pequeñas poblaciones se ocupaban del día a día y el ambiente era más bien cálido, lejos del frío del otro lado. En definitiva, era una pequeña porción del mapamundi donde se respiraba paz y tranquilidad. Un lugar idílico para descansar.
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa