3/10/2017, 13:35
Daruu se quitó el kasa de la cabeza, descubriéndose a una lluvia que no tardó en aprovechar la ocasión para empapar su rostro y sus cabellos. La abrazó por detrás de los hombros y Ayame sintió que algo se rompía dentro de ella en mil pedazos: La muralla que había levantado en torno a su corazón.
—Te echaba mucho de menos, ¿sabes? —Escuchó su voz detrás de ella, con sus cabellos haciéndole cosquillas en la nariz. Durante un instante se maldijo su propia debilidad, pero terminó rendida y alzó los brazos para agarrar los antebrazos de Daruu. No podía negarlo, le había echado de menos... mucho más de lo que estaría dispuesta a admitir. Pero el rencor de que su padre hubiera decidido entrenar a Daruu seguía empozoñándola desde dentro y...—. No quiero que nos peleemos —le repitió, como aquella noche en El Patito Frito—. Yo te quiero, Ayame. Yo te...
—UUUUU UUUUUUUUUUUU.
Una sombra blanca surgió justo desde debajo del puente con un sonoro aullito y algo les golpeó en la cara antes de que pudieran saber siquiera qué había sido. Presas del pánico, Ayame y Daruu cayeron de espaldas entre exclamaciones de susto y dolor. La peor parte, indudablemente, se la llevó él al caer debajo de ella.
—P... perdón... —gimió Ayame.
Pero Daruu no encontró ningún tipo de problema para apartarse a toda velocidad, con el rostro tan rojo como el suyo. El causante del accidente no había sido otro que un búho nival que, ahora posado sobre la barandilla, había entrecerrado sus ojos dorados y los miraba con el máximo desprecio.
Daruu le pasó entonces un pergamino. Y Ayame lo entendió todo...
—Oh... —exclamó, tras leerlo un par de veces para asegurarse de que lo había entendido bien. Era otro mensaje de su hermano y Ayame no pudo evitar aterrarse al leer que no les iba a acompañar en la misión. Afortunadamente, iban a trabajar desde casa. Concretamente, desde la Pastelería de Kiroe-chan—. ¡Muchas gracias por el mensaje, Shiroikari-san, sentimos las molestias! —le dijo al búho, antes de que se alejara demasiado para que no pudiera escucharla.
—¿Te lo puedes creer? —protestó su compañero, claramente indignado, mientras señalaba al otro extremo de la calle—. ¡Vengo de hablar con mi madre! Me lo podría haber dicho ella misma...
—Sí, yo también vengo desde casa... —sonrió, nerviosa, pero terminó por encogerse de hombros—. Entonces será mejor que regresemos, no deberíamos hacer esperar demasiado a Kiroe-san.
—Te echaba mucho de menos, ¿sabes? —Escuchó su voz detrás de ella, con sus cabellos haciéndole cosquillas en la nariz. Durante un instante se maldijo su propia debilidad, pero terminó rendida y alzó los brazos para agarrar los antebrazos de Daruu. No podía negarlo, le había echado de menos... mucho más de lo que estaría dispuesta a admitir. Pero el rencor de que su padre hubiera decidido entrenar a Daruu seguía empozoñándola desde dentro y...—. No quiero que nos peleemos —le repitió, como aquella noche en El Patito Frito—. Yo te quiero, Ayame. Yo te...
—UUUUU UUUUUUUUUUUU.
Una sombra blanca surgió justo desde debajo del puente con un sonoro aullito y algo les golpeó en la cara antes de que pudieran saber siquiera qué había sido. Presas del pánico, Ayame y Daruu cayeron de espaldas entre exclamaciones de susto y dolor. La peor parte, indudablemente, se la llevó él al caer debajo de ella.
—P... perdón... —gimió Ayame.
Pero Daruu no encontró ningún tipo de problema para apartarse a toda velocidad, con el rostro tan rojo como el suyo. El causante del accidente no había sido otro que un búho nival que, ahora posado sobre la barandilla, había entrecerrado sus ojos dorados y los miraba con el máximo desprecio.
Daruu le pasó entonces un pergamino. Y Ayame lo entendió todo...
—Oh... —exclamó, tras leerlo un par de veces para asegurarse de que lo había entendido bien. Era otro mensaje de su hermano y Ayame no pudo evitar aterrarse al leer que no les iba a acompañar en la misión. Afortunadamente, iban a trabajar desde casa. Concretamente, desde la Pastelería de Kiroe-chan—. ¡Muchas gracias por el mensaje, Shiroikari-san, sentimos las molestias! —le dijo al búho, antes de que se alejara demasiado para que no pudiera escucharla.
—¿Te lo puedes creer? —protestó su compañero, claramente indignado, mientras señalaba al otro extremo de la calle—. ¡Vengo de hablar con mi madre! Me lo podría haber dicho ella misma...
—Sí, yo también vengo desde casa... —sonrió, nerviosa, pero terminó por encogerse de hombros—. Entonces será mejor que regresemos, no deberíamos hacer esperar demasiado a Kiroe-san.