4/10/2017, 10:39
Sumida en sus propios pensamientos y entre tanta gente, Ayame no fue consciente de que alguien la seguía hasta que se colocó a su diestra.
—¡Hola!
Ayame interrumpió su canción con una exclamación de sorpresa y un ligero bote. No esperaba encontrar a nadie que la interpelara, y cuando giró la cabeza hacia su interlocutora, no pudo evitar alzar una ceja, extrañada. Era una muchacha de más o menos su misma edad, de vibrantes cabellos rojos recogidos en dos coletas que ondeaban al compás de sus pasos y unos ojos azules que contrastaban con estos. A juzgar por la bandana que llevaba anudada a la frente, debía de ser una kunoichi de la aldea de Uzushiogakure.
—Ho... Hola... —respondió ella, con cierta inseguridad.
—¿Estabas tarareando Suiton, suitonero, ¿verdad? ¡A mí me gusta mucho esa canción! —exclamó emocionada.
Y a Ayame se le encendieron las mejillas por la vergüenza. ¿Estaba tarareando en voz alta? ¿De verdad la había escuchado? ¡Maldita sea, ni siquiera se había dado cuenta!
Sin embargo, la recién llegada parecía estar pensando en otra cosa. La miraba con fijeza, como si estuviese tratando de averiguar algo en su cara, y ella se detuvo en seco con todos los músculos en tensión.
—¿Aotsuki Ayame? —preguntó, y en aquella ocasión fue su turno para parpadear confundida.
—Esto... ¿Nos... conocemos? —cuestionó con lentitud, con su cerebro trabajando a toda velocidad. Pero, por mucho que investigara los rasgos de la chica, no conseguía rescatarla de sus recuerdos. ¿De verdad la conocía? ¿Por qué ella no se acordaba de ella?
—¡Hola!
Ayame interrumpió su canción con una exclamación de sorpresa y un ligero bote. No esperaba encontrar a nadie que la interpelara, y cuando giró la cabeza hacia su interlocutora, no pudo evitar alzar una ceja, extrañada. Era una muchacha de más o menos su misma edad, de vibrantes cabellos rojos recogidos en dos coletas que ondeaban al compás de sus pasos y unos ojos azules que contrastaban con estos. A juzgar por la bandana que llevaba anudada a la frente, debía de ser una kunoichi de la aldea de Uzushiogakure.
—Ho... Hola... —respondió ella, con cierta inseguridad.
—¿Estabas tarareando Suiton, suitonero, ¿verdad? ¡A mí me gusta mucho esa canción! —exclamó emocionada.
Y a Ayame se le encendieron las mejillas por la vergüenza. ¿Estaba tarareando en voz alta? ¿De verdad la había escuchado? ¡Maldita sea, ni siquiera se había dado cuenta!
Sin embargo, la recién llegada parecía estar pensando en otra cosa. La miraba con fijeza, como si estuviese tratando de averiguar algo en su cara, y ella se detuvo en seco con todos los músculos en tensión.
—¿Aotsuki Ayame? —preguntó, y en aquella ocasión fue su turno para parpadear confundida.
—Esto... ¿Nos... conocemos? —cuestionó con lentitud, con su cerebro trabajando a toda velocidad. Pero, por mucho que investigara los rasgos de la chica, no conseguía rescatarla de sus recuerdos. ¿De verdad la conocía? ¿Por qué ella no se acordaba de ella?