11/10/2017, 10:05
(Última modificación: 11/10/2017, 10:40 por Aotsuki Ayame.)
—Va... vale... —Daruu se había vuelto hacia ella, profundamente confuso. Y realmente no encontró motivos para culparle—. Ayame, ¿qué...?
Ayame sintió tres toques en el hombro. No habían sido más que unos simples toquecitos, unas caricias de nada, pero la risilla que acompañó a esos toques le puso todos los pelos de punta y no pudo evitar tensar todos los músculos del cuerpo. ¿La había oído? Recta como un palo, se giró casi a trompicones, consciente de a quién se iba a encontrar tras su espalda. Kiroe, con esa traviesa sonrisa suya, extendía sus manos hacia ellos con...
Dos taiyaki.
A Ayame se le hizo la boca agua de nuevo nada más verlos. Aquella masa de hojaldre rellena con forma de pez y ahora pintada con colorante (uno azul y otro verde) era su auténtica perdición. Y aquellos además eran el doble de grandes que los que la pastelera solía vender de cara al público... Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, mordiéndose el labio inferior. Durante un instante no pudo evitar preguntarse si aquello no sería algún tipo de prueba hacia su voluntad, pero la mirada de Kiroe parecía sincera...
—No podréis hacer el trabajo con hambre, ¿eh? Tomad, tomad —les dijo, tendiéndole a ella el taiyaki azul y a Daruu el verde. Ayame se vio con el dulce entre las manos antes de que pudiera siquiera pensar una frase de cortesía, y entonces supo que era demasiado tarde para una golosa como lo era ella—. Glaseado dulce de azúcar tostadito y pintado con colorante.
—Gr... gracias, Kiroe-san —balbuceó ella, que, aunque ya había desayunado, se veía incapaz de rechazar un ofrecimiento así. ¡Y de la mejor pastelería del mundo nada menos?
Se llevó el taiyaki a la boca, y el hojaldre tostado se mezcló con el sabor del azúcar glaseado. Pero aquello sólo fue el principio, puesto que el chocolate no tardó en entrar en escena.
—¡¡Qué rico!! —exclamó, llena de felicidad. Concentrada en su paraíso personal, ni siquiera se dio cuenta de que se había manchado la punta de la nariz. Y entonces se volvió hacia Daruu, que también parecía estar disfrutando de su propio taiyaki—. ¡Creía que detestabas los taiyaki porque tenían forma de pez! —exclamó. Sin embargo, terminó de comer, más feliz que un regaliz, y ajena a su desgracia personal se volvió hacia Kiroe con ánimos renovados—: ¿Y en qué va a consistir la misión exactamente, Kiroe-san?
Ayame sintió tres toques en el hombro. No habían sido más que unos simples toquecitos, unas caricias de nada, pero la risilla que acompañó a esos toques le puso todos los pelos de punta y no pudo evitar tensar todos los músculos del cuerpo. ¿La había oído? Recta como un palo, se giró casi a trompicones, consciente de a quién se iba a encontrar tras su espalda. Kiroe, con esa traviesa sonrisa suya, extendía sus manos hacia ellos con...
Dos taiyaki.
A Ayame se le hizo la boca agua de nuevo nada más verlos. Aquella masa de hojaldre rellena con forma de pez y ahora pintada con colorante (uno azul y otro verde) era su auténtica perdición. Y aquellos además eran el doble de grandes que los que la pastelera solía vender de cara al público... Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, mordiéndose el labio inferior. Durante un instante no pudo evitar preguntarse si aquello no sería algún tipo de prueba hacia su voluntad, pero la mirada de Kiroe parecía sincera...
—No podréis hacer el trabajo con hambre, ¿eh? Tomad, tomad —les dijo, tendiéndole a ella el taiyaki azul y a Daruu el verde. Ayame se vio con el dulce entre las manos antes de que pudiera siquiera pensar una frase de cortesía, y entonces supo que era demasiado tarde para una golosa como lo era ella—. Glaseado dulce de azúcar tostadito y pintado con colorante.
—Gr... gracias, Kiroe-san —balbuceó ella, que, aunque ya había desayunado, se veía incapaz de rechazar un ofrecimiento así. ¡Y de la mejor pastelería del mundo nada menos?
Se llevó el taiyaki a la boca, y el hojaldre tostado se mezcló con el sabor del azúcar glaseado. Pero aquello sólo fue el principio, puesto que el chocolate no tardó en entrar en escena.
—¡¡Qué rico!! —exclamó, llena de felicidad. Concentrada en su paraíso personal, ni siquiera se dio cuenta de que se había manchado la punta de la nariz. Y entonces se volvió hacia Daruu, que también parecía estar disfrutando de su propio taiyaki—. ¡Creía que detestabas los taiyaki porque tenían forma de pez! —exclamó. Sin embargo, terminó de comer, más feliz que un regaliz, y ajena a su desgracia personal se volvió hacia Kiroe con ánimos renovados—: ¿Y en qué va a consistir la misión exactamente, Kiroe-san?