17/10/2017, 10:48
(Última modificación: 17/10/2017, 10:58 por Aotsuki Ayame.)
Kiroe se giró hacia él, mirándole con sus curiosos ojos de color violeta durante un largo rato.
—Tendremos que ayudarnos mutuamente. Ya has visto lo que he estado a punto de hacer. Y tú siempre has sido el que tiene la sangre más fría de los dos. Quizás, Kōri podría ayudarnos con eso —se atrevió a bromear, y Zetsuo entrecerró ligeramente los ojos y apartó la mano de su hombro.
—Ese chico... Fui yo quien le educó para que fuera así, quien le enseñó a apartar los sentimientos de su mente para que no se volviera débil. Pero desde el principio parecía tener una especie de facilidad para ello. No sé si serán los genes Yuki o qué, pero toda la frialdad que le falta a Ayame la tiene él. A ella... es imposible pedirle algo así. Es demasiado emotiva.
Zetsuo se giró sobre sus talones y clavó la mirada en el cielo. Tuvo que entrecerrar los ojos para asegurarse, y entonces frunció el ceño al darse cuenta de que no estaba erróneo. Una sombra blanca se acercaba a ellos en la lejanía. Yukyō, sin ninguna duda. Conocía al búho que su hijo utilizaba, así que aquello no le resultaría extraño...
Si no fuera porque le acompañaban otras dos siluetas de diferente color.
—Kiroe —llamó a la pastelera, para captar su atención.
Fueron las aves de colores las que aterrizaron primero, con dos chicos sobre sus lomos. Yukyō se retrasó un poco más, procurando estabilizarse para terminar posándose con suavidad sobre la arena y agachando el cuerpo para que sus dos ocupantes pudieran bajar. El pobre ave resollaba de esfuerzo. Kōri bajó detrás de Daruu y le dedicó al búho unas breves palabras de agradecimiento y una caricia en el pico. Después, Yukyō se desvaneció tras una última cortina de humo.
Pero Zetsuo contemplaba la escena con el ceño fruncido. Paseó su mirada por los dos chicos que montaban las aves de caramelo y se detuvo finalmente en Daruu durante varios segundos. Desde luego, no esperaba la presencia de tanta gente.
—¿Qué significa esto Kōri?
Kōri se irguió en toda su estatura y se adelantó varios pasos para ponerse al frente e inclinar la cabeza en señal de respeto.
—Arashikage-sama ordenó su presencia como refuerzo, padre —respondió, y entonces señaló al chico de su derecha, un muchacho alto en estatura, recto y en apariencia bastante formal—. Él es Manase Mogura, shinobi médico recientemente ascendido a chunin y con el que Ayame estuvo de misión recientemente por aquello de la Ciudad Fantasma —Kōri señaló entonces a su izquierda, hacia un chico del que más resaltaba su extraña piel de color azulado y su apariencia fuerte y al mismo tiempo altiva—. Él es Umikiba Kaido, un miembro del clan Hōzuki.
La mirada de Zetsuo se endureció sobre el Tiburón y los músculos de sus hombros se tensaron momentáneamente. No le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia tener a un Hōzuki entre ellos. Se obligó a respirar hondo, sin embargo. Como buen estratega que era, comprendía la importancia de tener a uno de ellos entre sus filas. Y lo más importante, eran órdenes de Yui.
—¿Habéis encontrado algo, padre?
En aquella ocasión fue Zetsuo el que dio varios pasos al frente y puso en las manos de Kōri la bandana que habían encontrado en la arena. El Hielo no pudo contener una mueca de sorpresa cuando la sangre manchó sus manos.
—¿Es... de Ayame?
—Creemos que sí. Kowashi la encontró al inicio de la pista, desde ahí surgen varias pisadas que terminan convirtiéndose en las de una sola persona. Debieron de llevársela inconsciente a cuestas.
—¿Hacia dónde?
Zetsuo se dio media vuelta y su mano señaló directamente hacia las olas del mar.
—Tendremos que ayudarnos mutuamente. Ya has visto lo que he estado a punto de hacer. Y tú siempre has sido el que tiene la sangre más fría de los dos. Quizás, Kōri podría ayudarnos con eso —se atrevió a bromear, y Zetsuo entrecerró ligeramente los ojos y apartó la mano de su hombro.
—Ese chico... Fui yo quien le educó para que fuera así, quien le enseñó a apartar los sentimientos de su mente para que no se volviera débil. Pero desde el principio parecía tener una especie de facilidad para ello. No sé si serán los genes Yuki o qué, pero toda la frialdad que le falta a Ayame la tiene él. A ella... es imposible pedirle algo así. Es demasiado emotiva.
Zetsuo se giró sobre sus talones y clavó la mirada en el cielo. Tuvo que entrecerrar los ojos para asegurarse, y entonces frunció el ceño al darse cuenta de que no estaba erróneo. Una sombra blanca se acercaba a ellos en la lejanía. Yukyō, sin ninguna duda. Conocía al búho que su hijo utilizaba, así que aquello no le resultaría extraño...
Si no fuera porque le acompañaban otras dos siluetas de diferente color.
—Kiroe —llamó a la pastelera, para captar su atención.
Fueron las aves de colores las que aterrizaron primero, con dos chicos sobre sus lomos. Yukyō se retrasó un poco más, procurando estabilizarse para terminar posándose con suavidad sobre la arena y agachando el cuerpo para que sus dos ocupantes pudieran bajar. El pobre ave resollaba de esfuerzo. Kōri bajó detrás de Daruu y le dedicó al búho unas breves palabras de agradecimiento y una caricia en el pico. Después, Yukyō se desvaneció tras una última cortina de humo.
Pero Zetsuo contemplaba la escena con el ceño fruncido. Paseó su mirada por los dos chicos que montaban las aves de caramelo y se detuvo finalmente en Daruu durante varios segundos. Desde luego, no esperaba la presencia de tanta gente.
—¿Qué significa esto Kōri?
Kōri se irguió en toda su estatura y se adelantó varios pasos para ponerse al frente e inclinar la cabeza en señal de respeto.
—Arashikage-sama ordenó su presencia como refuerzo, padre —respondió, y entonces señaló al chico de su derecha, un muchacho alto en estatura, recto y en apariencia bastante formal—. Él es Manase Mogura, shinobi médico recientemente ascendido a chunin y con el que Ayame estuvo de misión recientemente por aquello de la Ciudad Fantasma —Kōri señaló entonces a su izquierda, hacia un chico del que más resaltaba su extraña piel de color azulado y su apariencia fuerte y al mismo tiempo altiva—. Él es Umikiba Kaido, un miembro del clan Hōzuki.
La mirada de Zetsuo se endureció sobre el Tiburón y los músculos de sus hombros se tensaron momentáneamente. No le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia tener a un Hōzuki entre ellos. Se obligó a respirar hondo, sin embargo. Como buen estratega que era, comprendía la importancia de tener a uno de ellos entre sus filas. Y lo más importante, eran órdenes de Yui.
—¿Habéis encontrado algo, padre?
En aquella ocasión fue Zetsuo el que dio varios pasos al frente y puso en las manos de Kōri la bandana que habían encontrado en la arena. El Hielo no pudo contener una mueca de sorpresa cuando la sangre manchó sus manos.
—¿Es... de Ayame?
—Creemos que sí. Kowashi la encontró al inicio de la pista, desde ahí surgen varias pisadas que terminan convirtiéndose en las de una sola persona. Debieron de llevársela inconsciente a cuestas.
—¿Hacia dónde?
Zetsuo se dio media vuelta y su mano señaló directamente hacia las olas del mar.