17/10/2017, 11:12
(Última modificación: 17/10/2017, 11:25 por Amedama Daruu.)
Los adultos siguieron hablando con tranquilidad, quizás únicamente para dejar pasar el tiempo, que goteaba como los granos de un reloj de arena, lento, parsimonioso. Finalmente, Zetsuo llamó la atención de Kiroe, quien se levantó como un resorte, se sacudió para quitarse la arena y sonrió abiertamente, pese a que no había motivo alguno para estar alegre. El sólo saber que podrían continuar con la tarea de búsqueda era un alivio.
Allá, en el cielo, Kōri se acercaba. Pero había algo más... ¿dós pájaros de caramelo?
—Vaya —dijo Kiroe, genuinamente sorprendida—. Yo no le he enseñado a utilizar mi técnica de los pájaros de caramelo. Podría haberla aprendido observándola, no es tan difícil, pero... no recuerdo haberla utilizado en su presencia.
»Puto Byakugan —rio.
Daruu, arriba en los cielos, notó cómo descendían. Hacía un rato que había intentado poner la mente en blanco y tranquilizarse, y sin querer se había sumergido de lleno en sus pensamientos. Sacudió la cabeza y se asomó a un lado de Kōri. Allí estaba la playa, y allá que descendían ellos. Las figuras de Zetsuo y de su madre se hacían más grandes a medida que bajaban a las arenas.
Las aves de colores tomaron tierra primero, y en cuanto lo hicieron y estabilizaron el paso, se derritieron poco a poco, convirtiéndose en poco más que caramelo líquido, casi como agua. Si los compañeros de Daruu no se daban prisa al bajar, acabarían empapados, como si se hubieran orinado encima. Pero confiaba que en cuanto llegasen a tierra deseasen poner los pies sobre la arena.
Kōri y Daruu bajaron después. El búho arrastró las patas unos segundos y agachó el cuerpo, dejándoles bajar. Daruu dio un pequeño brinco y aterrizó en la playa. Se vio obligado a toser cuando Yukyō estalló en una nube de humo. Luego, avanzó hacia los adultos.
Zetsuo inquirió una explicación, como de costumbre con el ceño fruncido y dedicándoles unas largas y tensas miradas. Mirada que, por supuesto, Daruu evitó hábilmente. Ya se había acostumbrado a hacerlo durante sus entrenamientos: si podía hacerlo, evitaba que el jōnin leyera a través de él. Kōri le dedicó las explicaciones pertinentes, aunque omitió una presentación para él. Obvio.
Ignorando a todos y haciendo caso omiso de la conversación, Daruu se adelantó y pasó al lado de su maestro en el Genjutsu y de su madre. Kiroe lo miró y se apartó para dejarlo pasar.
—Daruu, ¿qué...?
Pero cuando Zetsuo señaló al mar, sin cuestionar ni lo más mínimo la idea de que los Hōzuki pudieran habérsela llevado océano adentro, intentando poner en práctica lo que Kōri hacía las veinticuatro horas del día, puso la mente en blanco y se concentró en un objetivo.
«Encontrar a Ayame».
Daruu activó su Byakugan y penetró con la visión a través de las aguas y del oleaje, y más allá, todo lo lejos que pudo, toda la distancia que podía cubrir con su actual experiencia.
Si los Dioses le habían dado esos ojos para algo, debía de ser para esto, se dijo.
Allá, en el cielo, Kōri se acercaba. Pero había algo más... ¿dós pájaros de caramelo?
—Vaya —dijo Kiroe, genuinamente sorprendida—. Yo no le he enseñado a utilizar mi técnica de los pájaros de caramelo. Podría haberla aprendido observándola, no es tan difícil, pero... no recuerdo haberla utilizado en su presencia.
»Puto Byakugan —rio.
Daruu, arriba en los cielos, notó cómo descendían. Hacía un rato que había intentado poner la mente en blanco y tranquilizarse, y sin querer se había sumergido de lleno en sus pensamientos. Sacudió la cabeza y se asomó a un lado de Kōri. Allí estaba la playa, y allá que descendían ellos. Las figuras de Zetsuo y de su madre se hacían más grandes a medida que bajaban a las arenas.
Las aves de colores tomaron tierra primero, y en cuanto lo hicieron y estabilizaron el paso, se derritieron poco a poco, convirtiéndose en poco más que caramelo líquido, casi como agua. Si los compañeros de Daruu no se daban prisa al bajar, acabarían empapados, como si se hubieran orinado encima. Pero confiaba que en cuanto llegasen a tierra deseasen poner los pies sobre la arena.
Kōri y Daruu bajaron después. El búho arrastró las patas unos segundos y agachó el cuerpo, dejándoles bajar. Daruu dio un pequeño brinco y aterrizó en la playa. Se vio obligado a toser cuando Yukyō estalló en una nube de humo. Luego, avanzó hacia los adultos.
Zetsuo inquirió una explicación, como de costumbre con el ceño fruncido y dedicándoles unas largas y tensas miradas. Mirada que, por supuesto, Daruu evitó hábilmente. Ya se había acostumbrado a hacerlo durante sus entrenamientos: si podía hacerlo, evitaba que el jōnin leyera a través de él. Kōri le dedicó las explicaciones pertinentes, aunque omitió una presentación para él. Obvio.
Ignorando a todos y haciendo caso omiso de la conversación, Daruu se adelantó y pasó al lado de su maestro en el Genjutsu y de su madre. Kiroe lo miró y se apartó para dejarlo pasar.
—Daruu, ¿qué...?
Pero cuando Zetsuo señaló al mar, sin cuestionar ni lo más mínimo la idea de que los Hōzuki pudieran habérsela llevado océano adentro, intentando poner en práctica lo que Kōri hacía las veinticuatro horas del día, puso la mente en blanco y se concentró en un objetivo.
«Encontrar a Ayame».
Daruu activó su Byakugan y penetró con la visión a través de las aguas y del oleaje, y más allá, todo lo lejos que pudo, toda la distancia que podía cubrir con su actual experiencia.
Si los Dioses le habían dado esos ojos para algo, debía de ser para esto, se dijo.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)