18/10/2017, 19:16
— Bueno, podría decirse que si somos muy jóvenes, pero llevamos prácticamente toda la vida entrenando y preparándonos para estas cosas, así que no es para tanto. ¿Verdad, Koko?
El silencio fue la única respuesta por parte de su compañera que parecía haber elegido la parte del carromato en la que más alejada quedase de ellos. El hombre se acercó un poco a Riko y bajó el tono.
— Creo que se ha molestado un poco conmigo. ¿Crees que me perdonara?
Despues de la respuesta que le diese Riko, el mercader se quedaría pensativo y la conversación moriría con la preocupación del pobre hombre torturado psicologicamente por los que se supone que le debían proteger, que mala gente.
Finalmente, cuando el hambre y el cansancio estuviesen empezando a hacer mella en todos verían Los Herreros aparecer en el horizonte.
— Venga, chicos, un último esfuerzo y ya estamos por hoy.
Podía parecer que se lo decía a ellos o a los caballos, pero la verdad es que lo decía al aire así que quien se diera por aludido bien por él. No era muy tarde, pero es que no habían parado más desde esa parada al mediodia. El Sol estaba en su último tramo antes de desaparecer y, obviamente, Koko era la más afectada por el viaje.
Los caballos andaban a un ritmo que para alguna gente podía ser correr tranquilamente, por suerte eran shinobis, por desgracia, seguía siendo un ritmo demasiado bruto para mantenerlo tanto rato. Le ardían las plantas de los pies y sabía que en cuanto parase solo iría a peor.
Riko sentía el culo un poco aplanado de ir todo el viaje sentado.
En breves verían en la calle principal de Los Herreros, que la pasaban todos los viajantes que iban o venían de la peninsula. Sin embargo, el conductor del carro lo dirigiría a un establo que había justo antes de entrar en la civilización. A diferencia de lo que pudiesen esperar el par de shinobis menospreciadores y claramente clasistas que se imaginaban al hombre malviviendo en un antro, el establo era gigantesco y muy bien construido, con columnas de madera noble y todo bien pulidito.
Paró el carro en la puerta y se bajó, haciendole señales a Riko para que le imitase. Se acercó a una casa que se alzaba justo al lado del establo y antes de que llegase a la puerta ésta se abrió. De ella apareció un hombre puramente calvo que se lanzó a estrecharle la mano a su cliente.
Vestía una camiseta hawaiana de manga corta abierta por el pecho y nada debajo, mostrando una timida musculación y unos pantalones anchos y cortos. Parecía el tipico hombre despreocupado y desvergonzado.
— Hombre, Fu, aquí estás viejo amigo, cuanto tiempo.
— Hace dos días que salí de aquí hacia Uzushiogakure, no exageres. Estos son Riko-kun y Koko-chan, dos shinobis que me acompañan en mi viaje de vuelta.
Se dio la vuelta para asegurarse de señalar a cada uno de ellos conforme los presentara.
— Esperaba que nos dieses cobijo esta noche, o por lo menos a mis caballos.
— Claro, claro, no te preocupes. Como iba a dejar que una dama duerma en los antros donde sueles alojarte por ahorrar pelas, truan.
Le guiñó un ojo a Koko y se giró andando hasta el marco de la puerta.
— ¡Cariño! ¡Sirve tres platos más que Fu se ha traido a dos guardas! ¡Dimitri! ¡Ves a ponerles comida a los caballos!
Ambos le contestaron pero era imposible saber qué habían dicho desde donde estaban Riko y Koko, el hombre de nombre aún desconocido salió con unas llaves en la mano.
— Voy a abrir el establo, vosotros id entrando y sentaos en la mesa que en breves cenamos. Como si estuvierais en vuestra casa, los que cuidan del culo de Fu es como si cuidasen de mi culo.
— Te acompaño así reviso el carro.
Estaba claro que a Fu solo le preocupaban sus caballos y su mercancia, así que se fue corriendo tras el hawaiano. Dejando a los shinobis con el consejo de que entrasen a una casa totalmente desconocida y se sentasen en la mesa como si nada.
El silencio fue la única respuesta por parte de su compañera que parecía haber elegido la parte del carromato en la que más alejada quedase de ellos. El hombre se acercó un poco a Riko y bajó el tono.
— Creo que se ha molestado un poco conmigo. ¿Crees que me perdonara?
Despues de la respuesta que le diese Riko, el mercader se quedaría pensativo y la conversación moriría con la preocupación del pobre hombre torturado psicologicamente por los que se supone que le debían proteger, que mala gente.
Finalmente, cuando el hambre y el cansancio estuviesen empezando a hacer mella en todos verían Los Herreros aparecer en el horizonte.
— Venga, chicos, un último esfuerzo y ya estamos por hoy.
Podía parecer que se lo decía a ellos o a los caballos, pero la verdad es que lo decía al aire así que quien se diera por aludido bien por él. No era muy tarde, pero es que no habían parado más desde esa parada al mediodia. El Sol estaba en su último tramo antes de desaparecer y, obviamente, Koko era la más afectada por el viaje.
Los caballos andaban a un ritmo que para alguna gente podía ser correr tranquilamente, por suerte eran shinobis, por desgracia, seguía siendo un ritmo demasiado bruto para mantenerlo tanto rato. Le ardían las plantas de los pies y sabía que en cuanto parase solo iría a peor.
Riko sentía el culo un poco aplanado de ir todo el viaje sentado.
En breves verían en la calle principal de Los Herreros, que la pasaban todos los viajantes que iban o venían de la peninsula. Sin embargo, el conductor del carro lo dirigiría a un establo que había justo antes de entrar en la civilización. A diferencia de lo que pudiesen esperar el par de shinobis menospreciadores y claramente clasistas que se imaginaban al hombre malviviendo en un antro, el establo era gigantesco y muy bien construido, con columnas de madera noble y todo bien pulidito.
Paró el carro en la puerta y se bajó, haciendole señales a Riko para que le imitase. Se acercó a una casa que se alzaba justo al lado del establo y antes de que llegase a la puerta ésta se abrió. De ella apareció un hombre puramente calvo que se lanzó a estrecharle la mano a su cliente.
Vestía una camiseta hawaiana de manga corta abierta por el pecho y nada debajo, mostrando una timida musculación y unos pantalones anchos y cortos. Parecía el tipico hombre despreocupado y desvergonzado.
— Hombre, Fu, aquí estás viejo amigo, cuanto tiempo.
— Hace dos días que salí de aquí hacia Uzushiogakure, no exageres. Estos son Riko-kun y Koko-chan, dos shinobis que me acompañan en mi viaje de vuelta.
Se dio la vuelta para asegurarse de señalar a cada uno de ellos conforme los presentara.
— Esperaba que nos dieses cobijo esta noche, o por lo menos a mis caballos.
— Claro, claro, no te preocupes. Como iba a dejar que una dama duerma en los antros donde sueles alojarte por ahorrar pelas, truan.
Le guiñó un ojo a Koko y se giró andando hasta el marco de la puerta.
— ¡Cariño! ¡Sirve tres platos más que Fu se ha traido a dos guardas! ¡Dimitri! ¡Ves a ponerles comida a los caballos!
Ambos le contestaron pero era imposible saber qué habían dicho desde donde estaban Riko y Koko, el hombre de nombre aún desconocido salió con unas llaves en la mano.
— Voy a abrir el establo, vosotros id entrando y sentaos en la mesa que en breves cenamos. Como si estuvierais en vuestra casa, los que cuidan del culo de Fu es como si cuidasen de mi culo.
— Te acompaño así reviso el carro.
Estaba claro que a Fu solo le preocupaban sus caballos y su mercancia, así que se fue corriendo tras el hawaiano. Dejando a los shinobis con el consejo de que entrasen a una casa totalmente desconocida y se sentasen en la mesa como si nada.