18/10/2017, 23:20
Ayame hizo una burla infantil y se alejó con los brazos prácticamente en jarra a la puerta de la cocina, tras quitarse el delantal y el gorro de cocina. Daruu se cruzó de brazos y sonrió con ternura, viéndola alejarse de esa manera.
«Desde luego, es única.»
Fuera en la cocina, Kiroe estaba teniendo la batalla encarnizada más difícil de su vida... contra una mancha del mostrador. Repetidamente, vaporizaba dos veces con el spray y frotaba con el trapo, con la lengua entre los labios. Pero la mancha no se iba.
—¡Ah, Ayame-chan! —dijo—. Un momento, que tengo que servir a unos clientes.
Justo en ese momento la cafetera pitó. Kiroe retiró la taza de café y la puso en una bandeja, donde ya habían otras dos tazas. Sirvió un poco de leche de un cazo hasta llenarla, y se la llevó. La dejó en una mesa ocupada por tres señoras mayores, que, escandalosas ellas, se reían cada dos por tres con una sonora carcajada. Kiroe hizo una reverencia, pareció reír con algo que le contaba una de las señoras y caminó de nuevo hasta la barra.
—Bien, veamos esos bollitos.
Ayame y Kiroe volvieron a entrar en la cocina. Kiroe se paró frente a las bandejas y asintió con orgullo.
—¡Muy bien! Así se hace. Creo que llevaríais este negocio de maravilla —dijo, y soltó una risilla. Daruu se sonrojó y apartó la mirada—. Si algún día os arrepentís del oficio de ninja, ¡os la cedo en herencia! ¡Ay, qué buena pareja hacéis! ¡Ay, QUÉ MONOS! —La mujer estrujó a los dos adolescentes en un fuerte abrazo, y los aplastó como si quisiera hacer otro bollito con ellos. Los soltó—. Bien, ahora quiero que salgáis ahí fuera y atendáis a los clientes que vengan mientras meto las bandejas en el horno. No será mucho tiempo, de verdad.
Daruu se alejó hacia la cocina, refunfuñando y rojo como un tomate.
—Ñiñiñi pareja ñiñiñi herencia ñiñi.
«Desde luego, es única.»
Fuera en la cocina, Kiroe estaba teniendo la batalla encarnizada más difícil de su vida... contra una mancha del mostrador. Repetidamente, vaporizaba dos veces con el spray y frotaba con el trapo, con la lengua entre los labios. Pero la mancha no se iba.
—¡Ah, Ayame-chan! —dijo—. Un momento, que tengo que servir a unos clientes.
Justo en ese momento la cafetera pitó. Kiroe retiró la taza de café y la puso en una bandeja, donde ya habían otras dos tazas. Sirvió un poco de leche de un cazo hasta llenarla, y se la llevó. La dejó en una mesa ocupada por tres señoras mayores, que, escandalosas ellas, se reían cada dos por tres con una sonora carcajada. Kiroe hizo una reverencia, pareció reír con algo que le contaba una de las señoras y caminó de nuevo hasta la barra.
—Bien, veamos esos bollitos.
Ayame y Kiroe volvieron a entrar en la cocina. Kiroe se paró frente a las bandejas y asintió con orgullo.
—¡Muy bien! Así se hace. Creo que llevaríais este negocio de maravilla —dijo, y soltó una risilla. Daruu se sonrojó y apartó la mirada—. Si algún día os arrepentís del oficio de ninja, ¡os la cedo en herencia! ¡Ay, qué buena pareja hacéis! ¡Ay, QUÉ MONOS! —La mujer estrujó a los dos adolescentes en un fuerte abrazo, y los aplastó como si quisiera hacer otro bollito con ellos. Los soltó—. Bien, ahora quiero que salgáis ahí fuera y atendáis a los clientes que vengan mientras meto las bandejas en el horno. No será mucho tiempo, de verdad.
Daruu se alejó hacia la cocina, refunfuñando y rojo como un tomate.
—Ñiñiñi pareja ñiñiñi herencia ñiñi.