19/10/2017, 11:28
Kiroe estaba un poco más allá, agachada sobre el mostrador y con un gesto increíblemente serio y concentrado, con la lengua entre los dientes. Parecía estar realizando la tarea más costosa de su vida... luchando contra una mancha en el cristal que se resistía a desaparecer. Frotaba, vaporizaba con el spray, volvía a frotar con fuerza...
—¡Ah, Ayame-chan! —exclamó la pastelera, volviéndose hacia ella al percibir su presencia—. Un momento, que tengo que servir a unos clientes.
—¡Claro, sin problema!
El silbido de la cafetera laceró sus tímpanos, y Ayame compuso una mueca de molestia. Kiroe se apresuró a retirar la taza de café, la depositó en una bandeja junto a otras dos tazas idénticas a las que sirvió un poco de leche para completarlos. Se llevó la bandeja a una mesa cercana, donde tres mujeres bastante ruidosas reían entre sí y, con elegancia, les sirvió los cafés, les dedicó una risilla a un comentario que no llegó a oír y después volvió con ella.
—Bien, veamos esos bollitos.
Regresaron juntas a la cocina, donde Daruu seguía esperándolas.
—¡Muy bien! Así se hace. Creo que llevaríais este negocio de maravilla —dijo con una risilla, y Ayame respiró aliviada al saber que lo habían echo bien. Tardó unos segundos más en asimilar lo que había dicho después, y su rostro no tardó en adquirir el color del tomate—. Si algún día os arrepentís del oficio de ninja, ¡os la cedo en herencia!
—¡¿QUÉ?! —Se le escapó a Ayame, en un ahogado gallo.
Pero más ahogada se vio cuando la mujer pasó sendos brazos alrededor de ambos y los estrujó con un fuerza que le robó el aliento durante unos instantes.
—¡Ay, qué buena pareja hacéis! ¡Ay, QUÉ MONOS! —Exclamó, antes de soltarles—. Bien, ahora quiero que salgáis ahí fuera y atendáis a los clientes que vengan mientras meto las bandejas en el horno. No será mucho tiempo, de verdad.
Ayame asintió, roja como un tomate. Pero por mucho que lo intentó resistirlo, no pudo contener una amplia sonrisa. No solían felicitarla de esa manera, ni solía recibir muestras de afecto así. De alguna manera... se sentía... feliz... querida.
Daruu se alejó, adentrándose aún más en la cocina, y Ayame le siguió extrañada con la mirada.
—Eh... ¿Dónde vas? Se supone que tenemos que salir fuera... —le preguntó, ladeando ligeramente la cabeza.
Y entonces escuchó el sonido de la campanilla de la entrada. Su primer cliente.
—¡Voy para alla! —exclamó, emocionada.
Con dos zancadas había salido de la cocina y se había plantado en el salón. Recorrió con la mirada las mesas, buscando al recién llegado, y entonces su sonrisa se amplió al verle.
—¡Moputa-san! —exclamó, feliz de ver al chico que le había ayudado con el examen de genin. Rápidamente se acercó hasta su mesa, pero se detuvo bruscamente a apenas unos pasos. Su rostro tornó a uno serio y pensativo y se llevó el dedo índice al mentón—. Ah... a ver... esto... el protocolo... ¡Ah, sí! —Inclinó el cuerpo en una florida reverencia—. ¡Bienvenido a la Pastelería de Kiroe-chan, donde el azúcar endulza los corazones! ¿En qué puedo servirle, señor?
—¡Ah, Ayame-chan! —exclamó la pastelera, volviéndose hacia ella al percibir su presencia—. Un momento, que tengo que servir a unos clientes.
—¡Claro, sin problema!
El silbido de la cafetera laceró sus tímpanos, y Ayame compuso una mueca de molestia. Kiroe se apresuró a retirar la taza de café, la depositó en una bandeja junto a otras dos tazas idénticas a las que sirvió un poco de leche para completarlos. Se llevó la bandeja a una mesa cercana, donde tres mujeres bastante ruidosas reían entre sí y, con elegancia, les sirvió los cafés, les dedicó una risilla a un comentario que no llegó a oír y después volvió con ella.
—Bien, veamos esos bollitos.
Regresaron juntas a la cocina, donde Daruu seguía esperándolas.
—¡Muy bien! Así se hace. Creo que llevaríais este negocio de maravilla —dijo con una risilla, y Ayame respiró aliviada al saber que lo habían echo bien. Tardó unos segundos más en asimilar lo que había dicho después, y su rostro no tardó en adquirir el color del tomate—. Si algún día os arrepentís del oficio de ninja, ¡os la cedo en herencia!
—¡¿QUÉ?! —Se le escapó a Ayame, en un ahogado gallo.
Pero más ahogada se vio cuando la mujer pasó sendos brazos alrededor de ambos y los estrujó con un fuerza que le robó el aliento durante unos instantes.
—¡Ay, qué buena pareja hacéis! ¡Ay, QUÉ MONOS! —Exclamó, antes de soltarles—. Bien, ahora quiero que salgáis ahí fuera y atendáis a los clientes que vengan mientras meto las bandejas en el horno. No será mucho tiempo, de verdad.
Ayame asintió, roja como un tomate. Pero por mucho que lo intentó resistirlo, no pudo contener una amplia sonrisa. No solían felicitarla de esa manera, ni solía recibir muestras de afecto así. De alguna manera... se sentía... feliz... querida.
Daruu se alejó, adentrándose aún más en la cocina, y Ayame le siguió extrañada con la mirada.
—Eh... ¿Dónde vas? Se supone que tenemos que salir fuera... —le preguntó, ladeando ligeramente la cabeza.
Y entonces escuchó el sonido de la campanilla de la entrada. Su primer cliente.
—¡Voy para alla! —exclamó, emocionada.
Con dos zancadas había salido de la cocina y se había plantado en el salón. Recorrió con la mirada las mesas, buscando al recién llegado, y entonces su sonrisa se amplió al verle.
—¡Moputa-san! —exclamó, feliz de ver al chico que le había ayudado con el examen de genin. Rápidamente se acercó hasta su mesa, pero se detuvo bruscamente a apenas unos pasos. Su rostro tornó a uno serio y pensativo y se llevó el dedo índice al mentón—. Ah... a ver... esto... el protocolo... ¡Ah, sí! —Inclinó el cuerpo en una florida reverencia—. ¡Bienvenido a la Pastelería de Kiroe-chan, donde el azúcar endulza los corazones! ¿En qué puedo servirle, señor?