22/10/2017, 19:25
—Afortunado seremos todos de que esa mujer no decida arrancarnos la cabeza, de uno en uno. Ella está en la cúspide de su carrera, es una kunoichi formidable. Agresiva como el can más descontrolado. No creo que se ablande por dos hermosos cachorros como lo hace éste viejo Inuzuka.
Suspiró, sabiéndose poco severo y afligido por la edad. Hasta la hacía ilusión la compañía, hacía un buen tiempo que no tenía a un cachorro cerca suyo.
Entonces vio a MouKou, y le sonrió tímidamente. Luego, a Yota.
—Llévanos, Yota-kun. Y esperemos que pase lo mejor.
La plaza cercana a la inmensa Torre yacía ligeramente desolada, salvo por algún transeúnte de paso que terminaba perdiéndose en uno de los callejones aledaño. A la camada Inuzuka y al propio Yota les habría tomado, quizás, unos diez minutos llegar hasta allá, dado el paso lento con el que Tokaro debía moverse. Hasta que dieron finalmente con un taburete, en el que el perro viejo tomó asiento mientras se sobaba la espalda.
Hasta entonces, no parecía haber rastro de nadie. Hasta que la nariz de MouKou, y así también la de Tokaro; comenzaron a moverse incómodas.
Sus olfatos super desarrollados les estaban advirtiendo de la aproximación de un aroma no muy amigable, después de todo.
Yota pudo ver el cómo una fiera humana atravesó un par de arbustos, destrozándolos con sus garras afiladas. Era una mujer alta, imponente, con un sólo colmillo transversal tintado cruzándole el lado derecho de la cara. Su bandana de servicio activo yacía amarrada en el brazo derecho, y evidentemente, tenía su chaleco de jonin bien ataviado por encima de sus senos de guerrera.
—¡Viejo Tokaro, enfréntate a mí y explícame esta aberración! ¡¿cómo es que tu can ha osado a enamorar a mi Kiriya, ah?! ¡ésto es imperdonable! —bramó, furiosa; con su instinto animal superponiéndose a su intelecto humano.
Por detrás de ella, yacía Yiruchi. Y también la novia de Mou, cargando a su otro cachorro.
Suspiró, sabiéndose poco severo y afligido por la edad. Hasta la hacía ilusión la compañía, hacía un buen tiempo que no tenía a un cachorro cerca suyo.
Entonces vio a MouKou, y le sonrió tímidamente. Luego, a Yota.
—Llévanos, Yota-kun. Y esperemos que pase lo mejor.
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La plaza cercana a la inmensa Torre yacía ligeramente desolada, salvo por algún transeúnte de paso que terminaba perdiéndose en uno de los callejones aledaño. A la camada Inuzuka y al propio Yota les habría tomado, quizás, unos diez minutos llegar hasta allá, dado el paso lento con el que Tokaro debía moverse. Hasta que dieron finalmente con un taburete, en el que el perro viejo tomó asiento mientras se sobaba la espalda.
Hasta entonces, no parecía haber rastro de nadie. Hasta que la nariz de MouKou, y así también la de Tokaro; comenzaron a moverse incómodas.
Sus olfatos super desarrollados les estaban advirtiendo de la aproximación de un aroma no muy amigable, después de todo.
Yota pudo ver el cómo una fiera humana atravesó un par de arbustos, destrozándolos con sus garras afiladas. Era una mujer alta, imponente, con un sólo colmillo transversal tintado cruzándole el lado derecho de la cara. Su bandana de servicio activo yacía amarrada en el brazo derecho, y evidentemente, tenía su chaleco de jonin bien ataviado por encima de sus senos de guerrera.
—¡Viejo Tokaro, enfréntate a mí y explícame esta aberración! ¡¿cómo es que tu can ha osado a enamorar a mi Kiriya, ah?! ¡ésto es imperdonable! —bramó, furiosa; con su instinto animal superponiéndose a su intelecto humano.
Por detrás de ella, yacía Yiruchi. Y también la novia de Mou, cargando a su otro cachorro.