24/10/2017, 23:54
El Sol poniéndose en el atardecer, la hierba pegándose al piso por el viento fuerte y allí, en el medio de la pradera, un tigre. Era un tigre blanco y grande, mucho más grande de lo que Karamaru pudiese llegar a ver en su vida. A su lado, el calvo de Amegakure, ambos mirando en la misma dirección, al horizonte, al Sol. Desde allí emergió con rapidez un dragón dorado que ascendió a los cielos para luego bajar en picada hacia la posición del shinobi y el animal. Los rostros no eran de sorpresa, sino de seriedad. Los tres intercambiaron miradas unos segundos, silencio tenso, y el dragón finalmente mostró los dientes y se preparó para rugir.
Y en cuánto lo hizo..... un sonido agudo que rompió los tímpanos del monje salió de su boca, despertando al gennin de golpe tratando de entender que era lo que sucedía. El timbre, eso era, pero... ¿Quién iba a su puerta a esas horas?
«Puta madre»
VOOOY- gritó dormido, frotándose los ojos mientras se levantaba.
Descalzo, con el torso desnudo y un pantalón gris, abrió la puerta para encontrarse con un hombre silencioso que portaba un pergamino en la mano. No había que ser un genio que ese era el paquete a entregar, y tampoco había que serlo para saber que a través de ese pergamino estaban solicitando los servicios del cenobita.
Lo tomó, agradeció y lo dejó arriba de una mesa sin leerlo. Se tiró arriba de la cama nuevamente y cayo en sueños, aunque no el mismo que había dejado.
Con un rato más durmiendo Karamaru se pudo levantar como todos los días, tranquilo, sereno y contento al ir a prepararse su té matutino. Sin vestirse aún, se sentó en la silla junto a la ventana con el humo que huía frente a su cara y las manos calientes sujetando la taza. Y en la mesa de al lado vio el pergamino, y se acordó que lo había recibido como un recuerdo lejano.
El pergamino hablaba de un pedido de auxilio extraño. Sin detalles, se solicitaba ayuda, con lo amplio que puede significar eso, y la realidad era que le daba más curiosidad saber quién era Yamanaka Reika que el mensaje sin detalles que le estaban brindando. Pero era su trabajo y tenía que cumplir, al menos rompía la rutina y podía tal vez tener al final del día la satisfacción de haber ayudado.
A las ocho... y son las... ¡OCHO!
Soltó la taza sobre la mesa, que tambaleó pero no dejó caer su contenido, y corrió en pos de cambiarse lo más rápido posible, colgarse su mochila revisando de tener un par de provisiones, repaso en su cabeza de no olvidarse nada, y más rápido que nunca salió de su casa corriendo a las puertas de la aldea. Seguramente esa tal Reika estuviese esperándolo, y eso no era correcto.
«¿Cómo se supone que la voy a reconocer?»- se pregunta en el camino.
Y en cuánto lo hizo..... un sonido agudo que rompió los tímpanos del monje salió de su boca, despertando al gennin de golpe tratando de entender que era lo que sucedía. El timbre, eso era, pero... ¿Quién iba a su puerta a esas horas?
«Puta madre»
VOOOY- gritó dormido, frotándose los ojos mientras se levantaba.
Descalzo, con el torso desnudo y un pantalón gris, abrió la puerta para encontrarse con un hombre silencioso que portaba un pergamino en la mano. No había que ser un genio que ese era el paquete a entregar, y tampoco había que serlo para saber que a través de ese pergamino estaban solicitando los servicios del cenobita.
Lo tomó, agradeció y lo dejó arriba de una mesa sin leerlo. Se tiró arriba de la cama nuevamente y cayo en sueños, aunque no el mismo que había dejado.
***
Con un rato más durmiendo Karamaru se pudo levantar como todos los días, tranquilo, sereno y contento al ir a prepararse su té matutino. Sin vestirse aún, se sentó en la silla junto a la ventana con el humo que huía frente a su cara y las manos calientes sujetando la taza. Y en la mesa de al lado vio el pergamino, y se acordó que lo había recibido como un recuerdo lejano.
El pergamino hablaba de un pedido de auxilio extraño. Sin detalles, se solicitaba ayuda, con lo amplio que puede significar eso, y la realidad era que le daba más curiosidad saber quién era Yamanaka Reika que el mensaje sin detalles que le estaban brindando. Pero era su trabajo y tenía que cumplir, al menos rompía la rutina y podía tal vez tener al final del día la satisfacción de haber ayudado.
A las ocho... y son las... ¡OCHO!
Soltó la taza sobre la mesa, que tambaleó pero no dejó caer su contenido, y corrió en pos de cambiarse lo más rápido posible, colgarse su mochila revisando de tener un par de provisiones, repaso en su cabeza de no olvidarse nada, y más rápido que nunca salió de su casa corriendo a las puertas de la aldea. Seguramente esa tal Reika estuviese esperándolo, y eso no era correcto.
«¿Cómo se supone que la voy a reconocer?»- se pregunta en el camino.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘