27/10/2017, 11:01
—Sí, seguro que sí —respondió Daruu, aunque pareció dudar un momento. Luego añadió, con una risilla—: Y si no, cogemos uno discretamente...
Ayame palideció súbitamente.
—¡No! —exclamó, horrorizada ante la sola idea—. Aunque sea tu madre, esto no deja de ser una misión. Tenemos que ser profesionales o fallaremos. —En aquella ocasión, fue ella la que calló durante algunos segundos, dubitativa—. Además... no quisiera caerle mal o que Kiroe-san pensara mal de mí por algo así...
Aquella razón era mucho más personal que profesional, y era consciente de ello. Pero apreciaba demasiado a Kiroe como para que, por un simple desliz, pasara algo así. Nunca lo admitiría en voz alta, pero una parte de ella había empezado a quererla como a una hermana mayor o como a una...
Abrazados por el calor del horno, los dos chicos siguieron vigilando los pasteles durante un rato sumidos en sus propios pensamientos. Y sólo cuando comenzaron a volverse de un color que mediaba entre el anaranjado de la calabaza y el tostado del fuego, llegó la hora de la comprobación. Ayame se apartó cuando Daruu abrió el horno, y aún así el manotazo de aire caliente le dio de lleno y le hizo soltar un resoplido de angustia. Su compañero pinchó uno de los bollos con cuidado.
—Ya están. Avisa a mi madre. Yo mientras voy a ir sacándolos...
—¡Vale! ¡Ten cuidado y no te quemes! —respondió ella, antes de salir de la cocina entre largas zancadas.
No tardó mucho en encontrar a la mujer y regresar con ella, pero cuando llegaron, Daruu ya había sacado las cinco bandejas del horno.
—¡Bien! —exclamó la mujer, que aplaudía dando saltitos de alegría—. Anda, si ya los has sacado. Bueno, entonces me vuelvo a la barra. Ahora lo que tenéis que hacer es esperar un poco a que se enfríen. Así que supongo que podéis daros una vueltecita por ahí mientras, jijiji.
Pero antes de volver a salir de la cocina les dirigió una última sonrisa zorruna, con las mejillas arreboladas. Ayame no pudo evitar sonrojarse en consecuencia.
—No sé si prefiero la actitud de tu padre hacia nuestra relación o la de mi madre, la verdad —comentó Daruu, encogiéndose de hombros antes de echar a caminar hacia la puerta.
Ayame sonrió nerviosa, recordando la primera vez que había pisado esa cocina, huyendo de su hermano, y se había acabado topando con un interrogatorio por parte de Kiroe sobre los sentimientos que tenía hacia su hijo.
—Son como el día y la noche... —comentó, acompañando sus pasos hacia el exterior de la pastelería—. Y... bueno... ¿dónde vamos?
No creía que tuvieran demasiado tiempo hasta que terminaran de enfriarse los pastelitos, por lo que no podían alejarse demasiado del lugar. ¿Pero dónde ir en una aldea en la que no dejaba de llover?
Ayame palideció súbitamente.
—¡No! —exclamó, horrorizada ante la sola idea—. Aunque sea tu madre, esto no deja de ser una misión. Tenemos que ser profesionales o fallaremos. —En aquella ocasión, fue ella la que calló durante algunos segundos, dubitativa—. Además... no quisiera caerle mal o que Kiroe-san pensara mal de mí por algo así...
Aquella razón era mucho más personal que profesional, y era consciente de ello. Pero apreciaba demasiado a Kiroe como para que, por un simple desliz, pasara algo así. Nunca lo admitiría en voz alta, pero una parte de ella había empezado a quererla como a una hermana mayor o como a una...
Abrazados por el calor del horno, los dos chicos siguieron vigilando los pasteles durante un rato sumidos en sus propios pensamientos. Y sólo cuando comenzaron a volverse de un color que mediaba entre el anaranjado de la calabaza y el tostado del fuego, llegó la hora de la comprobación. Ayame se apartó cuando Daruu abrió el horno, y aún así el manotazo de aire caliente le dio de lleno y le hizo soltar un resoplido de angustia. Su compañero pinchó uno de los bollos con cuidado.
—Ya están. Avisa a mi madre. Yo mientras voy a ir sacándolos...
—¡Vale! ¡Ten cuidado y no te quemes! —respondió ella, antes de salir de la cocina entre largas zancadas.
No tardó mucho en encontrar a la mujer y regresar con ella, pero cuando llegaron, Daruu ya había sacado las cinco bandejas del horno.
—¡Bien! —exclamó la mujer, que aplaudía dando saltitos de alegría—. Anda, si ya los has sacado. Bueno, entonces me vuelvo a la barra. Ahora lo que tenéis que hacer es esperar un poco a que se enfríen. Así que supongo que podéis daros una vueltecita por ahí mientras, jijiji.
Pero antes de volver a salir de la cocina les dirigió una última sonrisa zorruna, con las mejillas arreboladas. Ayame no pudo evitar sonrojarse en consecuencia.
—No sé si prefiero la actitud de tu padre hacia nuestra relación o la de mi madre, la verdad —comentó Daruu, encogiéndose de hombros antes de echar a caminar hacia la puerta.
Ayame sonrió nerviosa, recordando la primera vez que había pisado esa cocina, huyendo de su hermano, y se había acabado topando con un interrogatorio por parte de Kiroe sobre los sentimientos que tenía hacia su hijo.
—Son como el día y la noche... —comentó, acompañando sus pasos hacia el exterior de la pastelería—. Y... bueno... ¿dónde vamos?
No creía que tuvieran demasiado tiempo hasta que terminaran de enfriarse los pastelitos, por lo que no podían alejarse demasiado del lugar. ¿Pero dónde ir en una aldea en la que no dejaba de llover?