30/10/2017, 12:32
(Última modificación: 30/10/2017, 12:32 por Aotsuki Ayame.)
Eri meditó la respuesta durante unos breves segundos.
—Pues, hace una hora había como una docena de personas esperando por inscribirse —acabó por responder, aún pensativa —. Y al lado del escenario habían como diez personas...
«Eso hace una veintena.»
—Quizá ahora se haya duplicado el número...
«¡Y eso cuarenta!» Ayame volvió a palidecer. Cuarenta personas eran muchas personas. Para ella, en realidad, ya cinco personas habría constituido una auténtica multitud en aquellas condiciones. Si ya había sentido vértigo ante el público del torneo, en el que aún podía permitirse el lujo de olvidarse de todas aquellas miradas concentrándose en el combate, ¿qué haría plantada en un escenario frente a tantas miradas clavadas directamente en ella? «Lo único que faltaría es que nos hicieran disfrazarnos o algo así...»
Ayame tragó saliva, y, como si le hubiese leído el pensamiento, Eri intervino:
—No te preocupes, solo tendremos que subir un par de veces, y eso si pasamos de ronda.
Ella asintió en respuesta. Si hubiese sido otra persona, quizás incluso se hubiese esforzado en hacerlo mal para no pasar de ronda y dejarlo estar. Pero ella no era así. Su espíritu competitivo siempre la acababa invadiendo y, aún de no ser así, sentía que no podía dejar a Eri en la estacada. Parecía que ella sí tenía verdaderas ganas de participar y hacerse oír. No podía hacerle algo así.
Tras una caminata que se le hizo eterna, llegaron a una plaza de adoquines de piedra con una fuente en su centro, similar a la que habían dejado ya atrás. Recorriendo el cielo, decenas de guirnaldas y adornos de los más extravagantes cruzaban la plaza en todas las direcciones. Sin embargo, lo más llamativo era el enorme escenario que se alzaba en la parte norte de la plaza, con el telón oscuro echado. Su propio tocón de verdugo.
—¿Vamos a la cola? —la voz de Eri la sacó de su terror, y Ayame pegó un ligero brinco.
—¿Eh? S... sí... supongo...
Siguió sus pasos como un cachorrillo asustado. La cola nacía a la derecha del escenario y se extendía más allá del centro de la plaza. Al principio de la misma, tres personas sentadas en una mesa anotaban a toda velocidad.
—¿Todas estas personas van a participar? —preguntó anonadada, con un hilo de voz.
—Pues, hace una hora había como una docena de personas esperando por inscribirse —acabó por responder, aún pensativa —. Y al lado del escenario habían como diez personas...
«Eso hace una veintena.»
—Quizá ahora se haya duplicado el número...
«¡Y eso cuarenta!» Ayame volvió a palidecer. Cuarenta personas eran muchas personas. Para ella, en realidad, ya cinco personas habría constituido una auténtica multitud en aquellas condiciones. Si ya había sentido vértigo ante el público del torneo, en el que aún podía permitirse el lujo de olvidarse de todas aquellas miradas concentrándose en el combate, ¿qué haría plantada en un escenario frente a tantas miradas clavadas directamente en ella? «Lo único que faltaría es que nos hicieran disfrazarnos o algo así...»
Ayame tragó saliva, y, como si le hubiese leído el pensamiento, Eri intervino:
—No te preocupes, solo tendremos que subir un par de veces, y eso si pasamos de ronda.
Ella asintió en respuesta. Si hubiese sido otra persona, quizás incluso se hubiese esforzado en hacerlo mal para no pasar de ronda y dejarlo estar. Pero ella no era así. Su espíritu competitivo siempre la acababa invadiendo y, aún de no ser así, sentía que no podía dejar a Eri en la estacada. Parecía que ella sí tenía verdaderas ganas de participar y hacerse oír. No podía hacerle algo así.
Tras una caminata que se le hizo eterna, llegaron a una plaza de adoquines de piedra con una fuente en su centro, similar a la que habían dejado ya atrás. Recorriendo el cielo, decenas de guirnaldas y adornos de los más extravagantes cruzaban la plaza en todas las direcciones. Sin embargo, lo más llamativo era el enorme escenario que se alzaba en la parte norte de la plaza, con el telón oscuro echado. Su propio tocón de verdugo.
—¿Vamos a la cola? —la voz de Eri la sacó de su terror, y Ayame pegó un ligero brinco.
—¿Eh? S... sí... supongo...
Siguió sus pasos como un cachorrillo asustado. La cola nacía a la derecha del escenario y se extendía más allá del centro de la plaza. Al principio de la misma, tres personas sentadas en una mesa anotaban a toda velocidad.
—¿Todas estas personas van a participar? —preguntó anonadada, con un hilo de voz.