31/10/2017, 13:14
Daruu refunfuñó entre dientes y se volvió hacia ella. Ayame volvió a erguirse en toda su estatura bruscamente, asustada. Su compañero temblaba de ira, y la campanilla que sostenía incluso repiqueteaba con aquella energía.
Y si Ayame pensaba que su gesto daba miedo, es que no se esperaba para nada lo que venía a continuación. De un momento para otro, los labios de Daruu se curvaron en una repentina sonrisa. Una sonrisa amplia, de oreja a oreja, podría haber dicho incluso que alegre... si no fuera por sus ojos. Sus ojos estaban crispados por aquella ira primitiva, con el ceño profundamente fruncido y las venas de sus párpados hinchadas al activar su curioso dōjutsu.
Ayame retrocedió un paso. Aquella... aquella era la sonrisa de un psicópata.
—VAMOS, VENGAN —comenzó a bramar de repente, agitando la campana en el aire como si pretendiera apuñalar al primero que pasara cerca de allí con ella—. ESTOS SON LOS MEJORES BOLLITOS DE VAINILLA Y CALABAZA QUE PROBARÁN EN TODO ŌNINDO. VAMOS, VAAAAMOS. PRUÉBENLOS. NO SE ARREPENTIRÁN. SE LO GARANTIZO.
—¡No, Daruu-kun! ¡Así vas a asustar a la gente! —exclamó Ayame, que alzó el brazo en un amago de detener a su compañero. Pero sus pies, aterrorizados, se negaban a despegarse del suelo.
Una repentina brisa gélida le hizo estremecerse. Era como si alguien hubiera abierto una nevera gigantesca en mitad de aquella tormenta. Y frente a ellos, a unos pocos metros de distancia, Kōri los observaba con la cabeza ladeada debajo de un paraguas que, a la vista quedaba, estaba hecho de hielo.
—Veo que os va bien.
Y si Ayame pensaba que su gesto daba miedo, es que no se esperaba para nada lo que venía a continuación. De un momento para otro, los labios de Daruu se curvaron en una repentina sonrisa. Una sonrisa amplia, de oreja a oreja, podría haber dicho incluso que alegre... si no fuera por sus ojos. Sus ojos estaban crispados por aquella ira primitiva, con el ceño profundamente fruncido y las venas de sus párpados hinchadas al activar su curioso dōjutsu.
Ayame retrocedió un paso. Aquella... aquella era la sonrisa de un psicópata.
—VAMOS, VENGAN —comenzó a bramar de repente, agitando la campana en el aire como si pretendiera apuñalar al primero que pasara cerca de allí con ella—. ESTOS SON LOS MEJORES BOLLITOS DE VAINILLA Y CALABAZA QUE PROBARÁN EN TODO ŌNINDO. VAMOS, VAAAAMOS. PRUÉBENLOS. NO SE ARREPENTIRÁN. SE LO GARANTIZO.
—¡No, Daruu-kun! ¡Así vas a asustar a la gente! —exclamó Ayame, que alzó el brazo en un amago de detener a su compañero. Pero sus pies, aterrorizados, se negaban a despegarse del suelo.
Una repentina brisa gélida le hizo estremecerse. Era como si alguien hubiera abierto una nevera gigantesca en mitad de aquella tormenta. Y frente a ellos, a unos pocos metros de distancia, Kōri los observaba con la cabeza ladeada debajo de un paraguas que, a la vista quedaba, estaba hecho de hielo.
—Veo que os va bien.