31/10/2017, 22:45
(Última modificación: 31/10/2017, 22:48 por Uzumaki Eri.)
La joven de cabellos oscuros eligió una máscara de las que tenía en el puesto, y el hombre solo mostró una sonrisa demasiado enigmática que a todo el mundo le pasó por alto. Guardó el dinero que había recaudado gracias a la cantidad de gente que había acudido a comprar allí su careta, sin embargo no esperaba que alguien como aquella chiquilla fuese capaz de fijarse justamente en aquella careta.
Pero no fue la única persona que se acercó en aquellos momentos, no, un joven de más o menos la misma edad pidió por otra careta. Pero eso no podría ser, si vendía la máscara de la sonrisa, no podría dejar las restantes sin vender. No, era necesario que las cuatro siguiesen juntas.
—Enseguida, esperen un momento —su voz aterciopelada sonó tranquila. Tenía que guardar la calma si quería lo que buscaba, por ello se levantó y habló con un par de niños que correteaban detrás del puesto, lo suficientemente bajo para que nadie más escuchase aquella conversación, les dio un par de indicaciones y miró de reojo a las personas que allí se encontraban.
Unos minutos más tarde volvió, de nuevo, con una sonrisa dibujada en su rostro.
—Por supuesto, señorita —anunció el hombre mientras asentía conforme, luego miró al otro genin con la misma expresión en su rostro —. Esa máscara va con otra, tome ambas para usted —acto seguido le tendió otra exactamente igual a la pequeña, pero del tamaño perfecto para él. Prácticamente la soltó para que la cogiese, antes de que pudiese tomar la pequeña del pequeño puesto.
Cuando la máscara que le había dado el vendedor cayó sobre las manos del chico, los niños que anteriormente habían hablado con el encargado del puesto corrieron raudos hacia dos personas más que casualmente estaban cerca, y sin pensar ni dudar por un solo segundo, les estamparon las máscaras en la cara.
Luego todo lo que los cuatro shinobi vieron fue oscuridad.
La noche, fría y oscura; caía sobre ellos al igual que lo hace un balde de agua helada. No podían recordar nada más que lo sucedido antes de caer rendidos por algo incapaz de ser descrito, sin embargo poco a poco su mente fue despejándose y todos volvían en sí.
Pero, para su desgracia, ya no se encontraban en Yachi, si no sobre lo que parecía haber sido césped que alguna vez fue cuidado, mas ahora no quedaban ni un par de partes anaranjadas. Ayame, Juro, Riko y Reiji se encontraban allí, tumbados, sin saber muy bien qué había sucedido. Si abrían los ojos y miraban a su alrededor, podrían ver que el suelo estaba prácticamente igual en todos lados menos a su derecha, donde aparecía un camino de piedra que continuaba a sus espaldas hasta llegar a una puerta de madera oscura y maltratada. Puerta que lideraba una gran mansión que una vez pareció tener las paredes claras, pero ahora solo una pequeña parte lo era, pues lideraban las manchas marrones por toda su fachada.
Frente a ellos, una gran muro de piedra grisácea se alzaba, y no parecía haber salida a él.
Lo bueno es que todos seguían vivos, no tenían ningún rasguño ni dolor. Sin embargo todos se vieron privados de algo, sí, sus objetos. Ni portaobjetos, ni mecanismos, nada, todo había desaparecido. Gen no estaba donde Juro lo había dejado, y ni Yuki, ni Yoru, ni Kiara se encontraban alrededor de Reiji, quien ahora podía sentir como podía respirar perfectamente gracias a no tener un saco de patatas cubriéndole enteramente la cabeza, aunque la visión la tenía reducida.
Y es que tanto él como los otros tres, ya que Riko tampoco llevaba la careta que él mismo había traído puesta; tenían las caretas que les habían dado —o estampado— en la cabeza, sujetas por una goma, tapándoles parcialmente la cara y enteramente el ojo derecho, que si intentaban quitarse les sería imposible pues parecían ser una parte más de su cabeza.
Y, para más inri, todos sentían que a parte de sus objetos personales, algo mucho más vital les había sido sustraído.
Pero no fue la única persona que se acercó en aquellos momentos, no, un joven de más o menos la misma edad pidió por otra careta. Pero eso no podría ser, si vendía la máscara de la sonrisa, no podría dejar las restantes sin vender. No, era necesario que las cuatro siguiesen juntas.
—Enseguida, esperen un momento —su voz aterciopelada sonó tranquila. Tenía que guardar la calma si quería lo que buscaba, por ello se levantó y habló con un par de niños que correteaban detrás del puesto, lo suficientemente bajo para que nadie más escuchase aquella conversación, les dio un par de indicaciones y miró de reojo a las personas que allí se encontraban.
Unos minutos más tarde volvió, de nuevo, con una sonrisa dibujada en su rostro.
—Por supuesto, señorita —anunció el hombre mientras asentía conforme, luego miró al otro genin con la misma expresión en su rostro —. Esa máscara va con otra, tome ambas para usted —acto seguido le tendió otra exactamente igual a la pequeña, pero del tamaño perfecto para él. Prácticamente la soltó para que la cogiese, antes de que pudiese tomar la pequeña del pequeño puesto.
Cuando la máscara que le había dado el vendedor cayó sobre las manos del chico, los niños que anteriormente habían hablado con el encargado del puesto corrieron raudos hacia dos personas más que casualmente estaban cerca, y sin pensar ni dudar por un solo segundo, les estamparon las máscaras en la cara.
Luego todo lo que los cuatro shinobi vieron fue oscuridad.
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La noche, fría y oscura; caía sobre ellos al igual que lo hace un balde de agua helada. No podían recordar nada más que lo sucedido antes de caer rendidos por algo incapaz de ser descrito, sin embargo poco a poco su mente fue despejándose y todos volvían en sí.
Pero, para su desgracia, ya no se encontraban en Yachi, si no sobre lo que parecía haber sido césped que alguna vez fue cuidado, mas ahora no quedaban ni un par de partes anaranjadas. Ayame, Juro, Riko y Reiji se encontraban allí, tumbados, sin saber muy bien qué había sucedido. Si abrían los ojos y miraban a su alrededor, podrían ver que el suelo estaba prácticamente igual en todos lados menos a su derecha, donde aparecía un camino de piedra que continuaba a sus espaldas hasta llegar a una puerta de madera oscura y maltratada. Puerta que lideraba una gran mansión que una vez pareció tener las paredes claras, pero ahora solo una pequeña parte lo era, pues lideraban las manchas marrones por toda su fachada.
Frente a ellos, una gran muro de piedra grisácea se alzaba, y no parecía haber salida a él.
Lo bueno es que todos seguían vivos, no tenían ningún rasguño ni dolor. Sin embargo todos se vieron privados de algo, sí, sus objetos. Ni portaobjetos, ni mecanismos, nada, todo había desaparecido. Gen no estaba donde Juro lo había dejado, y ni Yuki, ni Yoru, ni Kiara se encontraban alrededor de Reiji, quien ahora podía sentir como podía respirar perfectamente gracias a no tener un saco de patatas cubriéndole enteramente la cabeza, aunque la visión la tenía reducida.
Y es que tanto él como los otros tres, ya que Riko tampoco llevaba la careta que él mismo había traído puesta; tenían las caretas que les habían dado —o estampado— en la cabeza, sujetas por una goma, tapándoles parcialmente la cara y enteramente el ojo derecho, que si intentaban quitarse les sería imposible pues parecían ser una parte más de su cabeza.
Y, para más inri, todos sentían que a parte de sus objetos personales, algo mucho más vital les había sido sustraído.
«Estáis privados de utilizar o realizar cualquier técnica o acción que os haga gastar chakra pues se os ha sido suprimido hasta nuevo aviso.»
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