3/11/2017, 12:18
—¡Eso es porque no son unos bollitos de vainilla cualquiera, caballero! —exclamó Daruu de manera repentina ante la pregunta de Kōri. El cambio en su actitud había sido brusco; tan brusco que logró sobresaltar a Ayame. De un momento a otro, el chico exhibía una radiante sonrisa e incluso su tono de voz había pasado de uno airado y ensombrecido a la melosidad emocionada de un experto vendedor—. ¡Se encuentra ante una variedad LI-MI-TA-DA ante la llegada de las festividades de Viento Gris! ¡Una promoción inigualable, están a la mitad de precio! ¡Bollitos de vainilla y crema de calabaza! ¡Una mezcla deliciosa!
Kōri le miró por el rabillo del ojo. Pese a su habitual inexpresividad, no parecía muy convencido de que le hubiesen cambiado la receta de sus amados bollitos de vainilla.
—Y con el refrescante sabor de siempre... ¡jijijí!
«S... ¿Se ha convertido en su madre?» Se preguntaba Ayame, atónita.
Pero Daruu, desplegando todas sus artes persuasivas, acercó el rostro al de su maestro, le pasó una mano por detrás de su espalda (en ese momento se daría cuenta de lo frío que estaba su propio cuerpo) y le acercó hacia el carrito con suavidad mientras Ayame observaba la escena con el corazón encogido. A Kōri nunca le había gustado demasiado el contacto físico por la diferencia de temperatura que siempre existía con el resto de las personas. Sin embargo,
el jonin parecía estar muy concentrado en los bollitos que exhibían las cinco bandejas como para importarle en aquellos momentos. ¿Conseguiría Daruu convencerle?
—Bien, los probaré. Ponme media docena, Ayame.
—E... ¡Enseguida! —exclamó ella, con un ligero brinco. Se apresuró a sacar una bolsa de plástico y metió dentro de ella seis bollitos de la primera bandeja. Después se la tendió con una sonrisa—. ¡Aquí tienes, Kōri-sensei! —Y entonces bajó la voz—. Guárdame alguno, ¿eh? Que yo también quiero probarlos...
Kōri entrecerró ligeramente los ojos.
Kōri le miró por el rabillo del ojo. Pese a su habitual inexpresividad, no parecía muy convencido de que le hubiesen cambiado la receta de sus amados bollitos de vainilla.
—Y con el refrescante sabor de siempre... ¡jijijí!
«S... ¿Se ha convertido en su madre?» Se preguntaba Ayame, atónita.
Pero Daruu, desplegando todas sus artes persuasivas, acercó el rostro al de su maestro, le pasó una mano por detrás de su espalda (en ese momento se daría cuenta de lo frío que estaba su propio cuerpo) y le acercó hacia el carrito con suavidad mientras Ayame observaba la escena con el corazón encogido. A Kōri nunca le había gustado demasiado el contacto físico por la diferencia de temperatura que siempre existía con el resto de las personas. Sin embargo,
el jonin parecía estar muy concentrado en los bollitos que exhibían las cinco bandejas como para importarle en aquellos momentos. ¿Conseguiría Daruu convencerle?
—Bien, los probaré. Ponme media docena, Ayame.
—E... ¡Enseguida! —exclamó ella, con un ligero brinco. Se apresuró a sacar una bolsa de plástico y metió dentro de ella seis bollitos de la primera bandeja. Después se la tendió con una sonrisa—. ¡Aquí tienes, Kōri-sensei! —Y entonces bajó la voz—. Guárdame alguno, ¿eh? Que yo también quiero probarlos...
Kōri entrecerró ligeramente los ojos.