4/11/2017, 20:41
— Yo... Me llamo Senju Riko y... creo que estamos todos igual que tú, no sabemos donde estamos, ni por qué estamos aquí... —El peliblanco fue el primero en responder.
Y, nada más escucharle, Ayame pegó un respingo.
—¿Riko...? ¿Riko-san? —preguntó, acercándose a él entre largas zancadas. Se colocó justo frente a él, con las manos unidas frente al pecho en un intento de refrenar los alocados latidos de su corazón y le miró de arriba a abajo. No había podido reconocerle a través de aquella siniestra máscara, pero aquella voz y aquellos cabellos correspondían con el recuerdo que ella tenía—. ¿Senju Riko, el del Torneo de los Dojos? ¡Soy yo, Ayame! ¡Aotsuki Ayame! ¿Me recuerdas?
— Juro... Soy Eikyu Juro... —intervino el chico de la máscara enfadada que había estado junto a ella en el puesto de venta. Por el tono de su voz, parecía tan aterrorizado como ella misma—. No sé nada más que vosotros. Me acabo de despertar en las mismas.
Juro... También le sonaba ligeramente el nombre, como el eco de un recuerdo lejano, pero no terminaba de ubicarlo en sus memorias.
—Yo soy Yogarasu Jin —Completó el de cabellos largos, y Ayame supo entonces que se trataba de un hombre—. Tampoco sé nada.
Riko, Juro y Jin. De alguna manera resultaba aliviador no sólo no estar sola en aquella pesadilla, sino conocer al menos a uno de sus tres acompañantes. Pero ninguno sabía nada. Sólo sabían que habían aparecido en un lugar escalofriante y desconocido y que se les había arrebatado todas sus posesiones.
El viento arreció. Y ni siquiera la gruesa capa que vestía impidió que el frío le calara hasta los huesos. Ayame se abrazó los costados con un estremecimiento. Y entonces... lo escuchó.
—¿Qué es eso...? —murmuró en voz baja, agudizando su oído. Primero escuchó el sonido de algunas ramas al quebrarse, probablemente bajo el pie de alguna persona. Y entonces llegaron los murmullos, las risas y la voz más aguda de alguna mujer—. N... no estamos solos... —añadió, revelando lo evidente. Hasta el momento había creído que estaban ellos solos, pero resultaba claro que no era así. Y lo peor era que las voces cada vez se oían más cerca, y los pasos se aceleraban—. Se acercan... corren hacia aquí...
El sibilante siseo de un metal desenvainándose terminó por ponerle los pelos de punta.
—Se acerca alguien o algo y por las risas, las voces y el sonido de la espada saliendo de su funda, puede que no vengan en son de paz —intervino Jin, y Ayame se volvió hacia él horrorizada—, pero me quedare a esperarlos aquí, cabe la diminuta posibilidad de que vengan a buscarnos y de no ser así… quien sabe, tal vez podamos conseguir arrebatarles sus armas, prefiero intentar pelear que entrar en esa casa que tiene un cartel luminoso que dice: “¿Quiere morir? Entre aquí y verá”, tendría que ser mi única posibilidad de sobrevivir, aunque creo que prefiero…
Y entonces la bendición de Amenokami cayó sobre ellos. Llovía. Pero, por una vez, aquello no le confería ningún tipo de ventaja al Agua.
—Perfecto, ahora estoy como en casa —añadió Jin, recibiendo la lluvia con los brazos abiertos.
En otras circunstancias, Ayame le habría preguntado por aquel gesto si es que era de Amegakure como ella. Pero estaba demasiado aterrada como para preocuparse por nimiedades como aquellas.
—¿Pero estás loco? ¿Cómo te vas a enfrentar a ellos? —le preguntó en un susurro, tratando de no levantar demasiado la voz. Y entonces alzó una mano con tres dedos levantados—. Créeme, a mí tampoco me atrae para nada la idea de meterme en esa casa pero: Uno, se acercan varias personas hacia nosotros. Dos, he oído el sonido de espadas desenvainándose, por lo que deben estar armados. Y tres, nosotros ni estamos armados ni podemos realizar técnicas. O... al menos... yo no puedo... —hundió los hombros, y dirigió una breve mirada de soslayo hacia Riko y Juro, buscando algún tipo de confirmación sobre su teoría o apoyo.
¿Qué podían hacer...?
Y, nada más escucharle, Ayame pegó un respingo.
—¿Riko...? ¿Riko-san? —preguntó, acercándose a él entre largas zancadas. Se colocó justo frente a él, con las manos unidas frente al pecho en un intento de refrenar los alocados latidos de su corazón y le miró de arriba a abajo. No había podido reconocerle a través de aquella siniestra máscara, pero aquella voz y aquellos cabellos correspondían con el recuerdo que ella tenía—. ¿Senju Riko, el del Torneo de los Dojos? ¡Soy yo, Ayame! ¡Aotsuki Ayame! ¿Me recuerdas?
— Juro... Soy Eikyu Juro... —intervino el chico de la máscara enfadada que había estado junto a ella en el puesto de venta. Por el tono de su voz, parecía tan aterrorizado como ella misma—. No sé nada más que vosotros. Me acabo de despertar en las mismas.
Juro... También le sonaba ligeramente el nombre, como el eco de un recuerdo lejano, pero no terminaba de ubicarlo en sus memorias.
—Yo soy Yogarasu Jin —Completó el de cabellos largos, y Ayame supo entonces que se trataba de un hombre—. Tampoco sé nada.
Riko, Juro y Jin. De alguna manera resultaba aliviador no sólo no estar sola en aquella pesadilla, sino conocer al menos a uno de sus tres acompañantes. Pero ninguno sabía nada. Sólo sabían que habían aparecido en un lugar escalofriante y desconocido y que se les había arrebatado todas sus posesiones.
El viento arreció. Y ni siquiera la gruesa capa que vestía impidió que el frío le calara hasta los huesos. Ayame se abrazó los costados con un estremecimiento. Y entonces... lo escuchó.
—¿Qué es eso...? —murmuró en voz baja, agudizando su oído. Primero escuchó el sonido de algunas ramas al quebrarse, probablemente bajo el pie de alguna persona. Y entonces llegaron los murmullos, las risas y la voz más aguda de alguna mujer—. N... no estamos solos... —añadió, revelando lo evidente. Hasta el momento había creído que estaban ellos solos, pero resultaba claro que no era así. Y lo peor era que las voces cada vez se oían más cerca, y los pasos se aceleraban—. Se acercan... corren hacia aquí...
El sibilante siseo de un metal desenvainándose terminó por ponerle los pelos de punta.
—Se acerca alguien o algo y por las risas, las voces y el sonido de la espada saliendo de su funda, puede que no vengan en son de paz —intervino Jin, y Ayame se volvió hacia él horrorizada—, pero me quedare a esperarlos aquí, cabe la diminuta posibilidad de que vengan a buscarnos y de no ser así… quien sabe, tal vez podamos conseguir arrebatarles sus armas, prefiero intentar pelear que entrar en esa casa que tiene un cartel luminoso que dice: “¿Quiere morir? Entre aquí y verá”, tendría que ser mi única posibilidad de sobrevivir, aunque creo que prefiero…
Y entonces la bendición de Amenokami cayó sobre ellos. Llovía. Pero, por una vez, aquello no le confería ningún tipo de ventaja al Agua.
—Perfecto, ahora estoy como en casa —añadió Jin, recibiendo la lluvia con los brazos abiertos.
En otras circunstancias, Ayame le habría preguntado por aquel gesto si es que era de Amegakure como ella. Pero estaba demasiado aterrada como para preocuparse por nimiedades como aquellas.
—¿Pero estás loco? ¿Cómo te vas a enfrentar a ellos? —le preguntó en un susurro, tratando de no levantar demasiado la voz. Y entonces alzó una mano con tres dedos levantados—. Créeme, a mí tampoco me atrae para nada la idea de meterme en esa casa pero: Uno, se acercan varias personas hacia nosotros. Dos, he oído el sonido de espadas desenvainándose, por lo que deben estar armados. Y tres, nosotros ni estamos armados ni podemos realizar técnicas. O... al menos... yo no puedo... —hundió los hombros, y dirigió una breve mirada de soslayo hacia Riko y Juro, buscando algún tipo de confirmación sobre su teoría o apoyo.
¿Qué podían hacer...?