6/11/2017, 13:13
—Si quieres probar uno, págalo y cómetelo tú misma —le comentó Daruu, entre risas, cuando Kōri se alejó con su bolsa—. Ya sabes cómo es Kōri-sensei con los bollitos. Cuando vuelvas, no va a haber para ti.
—¡Pero es mi hermano! Se supone que debería compartir las cosas con su hermana pequeña —refunfuñó, inflando los mofletes—. Además, ¿cómo se va a comer él solo seis bollos en menos de un día? ¿Tú has visto el tamaño que tienen?
Siguieron con su labor. Con Daruu más participativo, aunque sin duda igual de avergonzado, la gente comenzó a acercarse al carrito movidos por la curiosidad y por el renombre de Kiroe como pastelera. Y lo que al principio fueron unas pocas personas, terminaron multiplicándose hasta convertirse en una multitud que acabó con varias de las bandejas en una hora.
En un momento de descanso que tuvieron, cuando hubieron despachado a prácticamente todos los clientes, Ayame se permitió el lujo de estirar los brazos y la espalda. Se estaba quedando rígida de estar en la misma posición tanto tiempo. Y el agua no podía ser rígida, porque si fuera rígida sería...
—Pero, ¿otra vez, sensei? —escuchó la voz de Daruu, y Ayame parpadeó confundida.
—¿Uh?
Pero allí estaba él. Inconfundible. Cubierto por aquel curioso paraguas de hielo y escrutándolos con sus ojos escarchados.
—No estoy muy convencido de que estos bollitos me gusten más que los normales —analizó—. Por eso necesito... comprobarlo. Otra vez. Sólo unos pocos más.
Pero Ayame se había quedado paralizada de la impresión, y no consiguió atender la orden de inmediato.
—No puede ser... —murmuró, y entonces le señaló con un dedo acusador—. ¡¿Te los has comido todos en apenas una hora?!
—¡Pero es mi hermano! Se supone que debería compartir las cosas con su hermana pequeña —refunfuñó, inflando los mofletes—. Además, ¿cómo se va a comer él solo seis bollos en menos de un día? ¿Tú has visto el tamaño que tienen?
Siguieron con su labor. Con Daruu más participativo, aunque sin duda igual de avergonzado, la gente comenzó a acercarse al carrito movidos por la curiosidad y por el renombre de Kiroe como pastelera. Y lo que al principio fueron unas pocas personas, terminaron multiplicándose hasta convertirse en una multitud que acabó con varias de las bandejas en una hora.
En un momento de descanso que tuvieron, cuando hubieron despachado a prácticamente todos los clientes, Ayame se permitió el lujo de estirar los brazos y la espalda. Se estaba quedando rígida de estar en la misma posición tanto tiempo. Y el agua no podía ser rígida, porque si fuera rígida sería...
—Pero, ¿otra vez, sensei? —escuchó la voz de Daruu, y Ayame parpadeó confundida.
—¿Uh?
Pero allí estaba él. Inconfundible. Cubierto por aquel curioso paraguas de hielo y escrutándolos con sus ojos escarchados.
—No estoy muy convencido de que estos bollitos me gusten más que los normales —analizó—. Por eso necesito... comprobarlo. Otra vez. Sólo unos pocos más.
Pero Ayame se había quedado paralizada de la impresión, y no consiguió atender la orden de inmediato.
—No puede ser... —murmuró, y entonces le señaló con un dedo acusador—. ¡¿Te los has comido todos en apenas una hora?!