10/11/2017, 12:05
(Última modificación: 10/11/2017, 12:07 por Aotsuki Ayame.)
—Perfecto, Ayame-san, cuando quieras —respondió Eri, y Ayame volvió a torcer el gesto, no demasiado convencida.
La de Uzushiogakure extrajo desde su espalda aquella curiosa flauta y colocó los dedos cuidadosamente en varios agujeros. De repente, había pasado de mostrarse como una chiquilla emocionada y alegre a una concentración absoluta. Casi no parecía la misma persona. Sopló un par de veces, dos notas aletearon en el aire, y después se volvió hacia ella de nuevo.
—En cuanto empieces a cantar, yo tocaré contigo, no te preocupes, así que cuando quieras, empieza.
Después de algunos segundos, Ayame terminó por asentir. Eri estaba realmente decidida con aquello, así que ella también debía dar lo mejor de sí. Inspiró por la nariz, espiró por la boca, y repitió el proceso un par de veces para relajar la tensión de su cuerpo. Después cerró los ojos para concentrarse mejor y no dejarse llevar por el pánico, aunque bien era consciente de que no podría permitirse ese lujo en el escenario, y, tras tomar aire por última vez, comenzó a cantar.
—♫Yurari yurureri...♫
Su voz inundó el callejón, y aunque en los primeros versos revoloteó temblorosa en sus labios, poco a poco según se iba dejando llevar comenzó a fluir, suave, delicada y lenta como las aguas de un arroyo. Con un timbre ni demasiado agudo ni demasiado grave. Concentrada como estaba, Ayame dejó de prestar atención a su alrededor. Estaba poniendo toda su concentración en la letra de la canción, en la entonación, en llegar adecuadamente a las partes más agudas; pero, sobre todo, en coordinarse con las notas que dejaba volar la flauta de Eri. Y así, la canción siguió su transcurso, hasta que las últimas notas aletearon en el aire y, con una última espiración, volvió a hacerse el silencio.
Roja como un tomate, Ayame entreabrió los ojos, esperando ver cualquier tipo de decepción o burla en el rostro de la pelirroja.
La de Uzushiogakure extrajo desde su espalda aquella curiosa flauta y colocó los dedos cuidadosamente en varios agujeros. De repente, había pasado de mostrarse como una chiquilla emocionada y alegre a una concentración absoluta. Casi no parecía la misma persona. Sopló un par de veces, dos notas aletearon en el aire, y después se volvió hacia ella de nuevo.
—En cuanto empieces a cantar, yo tocaré contigo, no te preocupes, así que cuando quieras, empieza.
Después de algunos segundos, Ayame terminó por asentir. Eri estaba realmente decidida con aquello, así que ella también debía dar lo mejor de sí. Inspiró por la nariz, espiró por la boca, y repitió el proceso un par de veces para relajar la tensión de su cuerpo. Después cerró los ojos para concentrarse mejor y no dejarse llevar por el pánico, aunque bien era consciente de que no podría permitirse ese lujo en el escenario, y, tras tomar aire por última vez, comenzó a cantar.
—♫Yurari yurureri...♫
Su voz inundó el callejón, y aunque en los primeros versos revoloteó temblorosa en sus labios, poco a poco según se iba dejando llevar comenzó a fluir, suave, delicada y lenta como las aguas de un arroyo. Con un timbre ni demasiado agudo ni demasiado grave. Concentrada como estaba, Ayame dejó de prestar atención a su alrededor. Estaba poniendo toda su concentración en la letra de la canción, en la entonación, en llegar adecuadamente a las partes más agudas; pero, sobre todo, en coordinarse con las notas que dejaba volar la flauta de Eri. Y así, la canción siguió su transcurso, hasta que las últimas notas aletearon en el aire y, con una última espiración, volvió a hacerse el silencio.
Roja como un tomate, Ayame entreabrió los ojos, esperando ver cualquier tipo de decepción o burla en el rostro de la pelirroja.