11/11/2017, 20:37
(Última modificación: 12/11/2017, 15:42 por Aotsuki Ayame.)
Pero lejos de sentirse amenazada, la madre de Daruu parecía confiada. Peligrosamente confiada.
—Hablas mucho para tener una lengua tan deforme, idiota engreído. ¡Jijí!
Kiroe estampó la mano contra el abdomen del Hōzuki y este gimió con sorpresa cuando la extremidad de la mujer se transformó en una masa líquida de color verdosa pero de consistencia más bien consistente que lo agarró y, como si fuera de goma, lo lanzó hacia arriba, apartándole de ella. El kunai rasgó ligeramente el cuello de la mujer, arañando su piel pero sin llegar a causar ninguna herida de gravedad. Y, cuando el Hōzuki chocó contra el techo de la cueva, su cuerpo estalló súbitamente en agua que cayó de nuevo al suelo.
Mientras tanto, Daruu se había repuesto del golpe sufrido y había lanzado tres senbon directamente hacia la posición de Ayame, que exhaló un gemido de sorpresa y se apartó hacia un lado para esquivarlos... Para encontrarse con la figura de Aotsuki Zetsuo, que se había aparecido justo a su espalda con ojos enardecidos y el brazo derecho contraído. De un simple revés, el hombre golpeó a su propia hija en el abdomen. Ayame se dobló sobre sí misma de forma casi antinatural, y entonces su cuerpo se deshizo también en agua que rebotó contra el suelo y terminó formando un charco varios metros más allá.
—¿En dónde coño está Mogura? —exclamó Kaido entonces, y tanto Zetsuo como Kōri se volvieron hacia él antes de otear a su alrededor.
—No está... —susurró el Hielo.
—¡Joder! ¡Venía con nosotros por el túnel! —Zetsuo se volvió de nuevo hacia los dos enemigos, que ya habían recuperado sus formas corporales con sendos gestos de dolor—. ¿Qué cojones habéis hecho con el chico?
El de cabellos verdes alzó ambas manos con las palmas vueltas hacia arriba se encogió de hombros con una sonrisa cruel y afilada.
—¿Y a nosotros qué nos cuentas? Nosotros hemos estado aquí todo el tiempo. ¿Verdad, Ayame-chan?
La muchacha, sumamente entristecida, tenía los ojos inundados de lágrimas.
—D... Daruu-kun... ¿Por qu...?
—¡TE HE DICHO QUE DEJES DE HACER EL GILIPOLLAS! —bramó Zetsuo, y cuando agitó el brazo en el aire, el aire pareció vibrar a su alrededor—. ¡ES MÁS QUE EVIDENTE QUE TÚ NO ERES AYAME!
—¿Qu...?
Tan calmado como siempre, Kōri alzó un brazo. De su mano colgaba la bandana que habían encontrado en la playa.
—¡Hemos venido siguiendo el rastro de esta bandana, idiota! ¡Ayame no la tiene con ella ahora!
La muchacha pareció petrificarse durante unos instantes. Unos breves segundos de silencio que sólo se vieron interrumpidos por la risilla del Hōzuki de cabellos verdes. Y de repente, Ayame rompió a reír con una carcajada estruendosa.
—Oh... Parece que te han pillado, Mohōshō —dijo el hombre.
Y Ayame se encogió de hombros.
—Ay... Qué se le va a hacer..., Waniguchi
No sólo su voz había ido cambiando de la infantil y suave voz de Ayame a una más adulta y grave, sino que, según iba hablando, su cuerpo se había ido transformando paulatinamente. No había sido como la transformación típica de la técnica de transformación que todos conocían, en su lugar, su propio cuerpo había ido mutando poco a poco, estirándose para ganar una mayor altura, estilizándose hasta formar el de una mujer adulta, cambiando su ropa hasta convertirla en un conjunto amarillo con estampado de lunares azules y... añadiendo dos pares de brazos extra.
Con una nueva carcajada, la mujer desenvainó seis espadas.
Cuando Mogura despertó, ya no estaba debajo del agua. Seguía empapado de los pies a la cabeza, y no había rastro del respirador que le había prestado Amedama Kiroe, pero al menos ya no corría el riesgo de ahogarse.
Sin embargo, se encontraba en un lugar desconocido, tendido sobre un suelo completamente liso y rodeado por cuatro paredes, todos ellos constituidos por roca y piedra. Era una especie de sala cuadrada, de unos cuatro o cinco metros cada lado, y aunque no se podía ver del todo bien, el ambiente estaba iluminado por una tenue luz ambiental.
No había nada más en el lugar. Ni salida. Ni nadie a quien pudiera pedir ayuda.
Estaba completamente solo.
—Hablas mucho para tener una lengua tan deforme, idiota engreído. ¡Jijí!
Kiroe estampó la mano contra el abdomen del Hōzuki y este gimió con sorpresa cuando la extremidad de la mujer se transformó en una masa líquida de color verdosa pero de consistencia más bien consistente que lo agarró y, como si fuera de goma, lo lanzó hacia arriba, apartándole de ella. El kunai rasgó ligeramente el cuello de la mujer, arañando su piel pero sin llegar a causar ninguna herida de gravedad. Y, cuando el Hōzuki chocó contra el techo de la cueva, su cuerpo estalló súbitamente en agua que cayó de nuevo al suelo.
Mientras tanto, Daruu se había repuesto del golpe sufrido y había lanzado tres senbon directamente hacia la posición de Ayame, que exhaló un gemido de sorpresa y se apartó hacia un lado para esquivarlos... Para encontrarse con la figura de Aotsuki Zetsuo, que se había aparecido justo a su espalda con ojos enardecidos y el brazo derecho contraído. De un simple revés, el hombre golpeó a su propia hija en el abdomen. Ayame se dobló sobre sí misma de forma casi antinatural, y entonces su cuerpo se deshizo también en agua que rebotó contra el suelo y terminó formando un charco varios metros más allá.
—¿En dónde coño está Mogura? —exclamó Kaido entonces, y tanto Zetsuo como Kōri se volvieron hacia él antes de otear a su alrededor.
—No está... —susurró el Hielo.
—¡Joder! ¡Venía con nosotros por el túnel! —Zetsuo se volvió de nuevo hacia los dos enemigos, que ya habían recuperado sus formas corporales con sendos gestos de dolor—. ¿Qué cojones habéis hecho con el chico?
El de cabellos verdes alzó ambas manos con las palmas vueltas hacia arriba se encogió de hombros con una sonrisa cruel y afilada.
—¿Y a nosotros qué nos cuentas? Nosotros hemos estado aquí todo el tiempo. ¿Verdad, Ayame-chan?
La muchacha, sumamente entristecida, tenía los ojos inundados de lágrimas.
—D... Daruu-kun... ¿Por qu...?
—¡TE HE DICHO QUE DEJES DE HACER EL GILIPOLLAS! —bramó Zetsuo, y cuando agitó el brazo en el aire, el aire pareció vibrar a su alrededor—. ¡ES MÁS QUE EVIDENTE QUE TÚ NO ERES AYAME!
—¿Qu...?
Tan calmado como siempre, Kōri alzó un brazo. De su mano colgaba la bandana que habían encontrado en la playa.
—¡Hemos venido siguiendo el rastro de esta bandana, idiota! ¡Ayame no la tiene con ella ahora!
La muchacha pareció petrificarse durante unos instantes. Unos breves segundos de silencio que sólo se vieron interrumpidos por la risilla del Hōzuki de cabellos verdes. Y de repente, Ayame rompió a reír con una carcajada estruendosa.
—Oh... Parece que te han pillado, Mohōshō —dijo el hombre.
Y Ayame se encogió de hombros.
—Ay... Qué se le va a hacer..., Waniguchi
No sólo su voz había ido cambiando de la infantil y suave voz de Ayame a una más adulta y grave, sino que, según iba hablando, su cuerpo se había ido transformando paulatinamente. No había sido como la transformación típica de la técnica de transformación que todos conocían, en su lugar, su propio cuerpo había ido mutando poco a poco, estirándose para ganar una mayor altura, estilizándose hasta formar el de una mujer adulta, cambiando su ropa hasta convertirla en un conjunto amarillo con estampado de lunares azules y... añadiendo dos pares de brazos extra.
Con una nueva carcajada, la mujer desenvainó seis espadas.
. . .
Cuando Mogura despertó, ya no estaba debajo del agua. Seguía empapado de los pies a la cabeza, y no había rastro del respirador que le había prestado Amedama Kiroe, pero al menos ya no corría el riesgo de ahogarse.
Sin embargo, se encontraba en un lugar desconocido, tendido sobre un suelo completamente liso y rodeado por cuatro paredes, todos ellos constituidos por roca y piedra. Era una especie de sala cuadrada, de unos cuatro o cinco metros cada lado, y aunque no se podía ver del todo bien, el ambiente estaba iluminado por una tenue luz ambiental.
No había nada más en el lugar. Ni salida. Ni nadie a quien pudiera pedir ayuda.
Estaba completamente solo.