13/11/2017, 12:59
Ayame sintió una mano posarse sobre su hombro, y la pobre muchacha no pudo hacer otra cosa que encogerse aún más sobre sí misma con un gemido de terror.
— Soy yo, Riko —escuchó la voz de el de Uzushiogakure junto a ella, y sólo así consiguió calmarse un poco—. ¿Qué pasa, Ayame? ¿Tienes miedo a la oscuridad? —le preguntó aprisa, y ella sólo pudo asentir con la cabeza—. Vale, ¿alguno tiene algo que pueda servir como fuente de luz?
—Yo no tengo nada —respondió la voz de Juro, con un suspiro—. Y no parece que haya interruptores. No se muy bien como funciona una fobia así, pero parece que habrá que cargar con ella.
—Yo tampoco, habrá que cargarla, puedo hacerlo yo, aunque no tengo mucha fuerza, pero tampoco parece pesar mucho —intervino Jin.
Refugiada bajo su máscara, Ayame se mordió el labio inferior, profundamente avergonzada. Aquella era la segunda vez que le ocurría algo así. Era la segunda vez que alguien iba a tener que cargar con ella para moverla del sitio... ¡Era tan frustrante! Pero aquel terror que la invadía cada vez que se veía en un sitio a oscuras era casi primitivo. La oscuridad era tan densa que le costaba respirar en ella, su cuerpo tiritaba, sentía las piernas tan pesadas que no podía despegarlas del suelo, y su corazón no paraba de bombear con la fuerza de mil tambores de guerra. Por mucho que lo intentara, no era capaz de controlarlo. Y mucho menos era capaz de levantarse.
Ayame maldijo para sus adentros una y otra vez su propia debilidad.
¡¿Pero cómo era posible que una casa no tuviera interruptores?!
—Podemos buscar la cocina, seguro que allí encontraremos algo con lo que hacer fuego, tal vez cerillas o una vela. También puede que encontremos algún arma, quizás un cuchillo, para defendernos, porque, chicos, si nosotros hemos podido entrar, imaginaos ellos, que tal vez incluso sean los dueños. Tenemos que movernos rápido, y no creo que sea buena idea separarnos.
Pese a su intempestivo arrojo anterior, debía concederle que aquella era una magnífica idea. Si no encontraban interruptores, en la cocina habría utensilios para hacer fuego y armas con las que pudieran defenderse. Un cuchillo no debía ser mucho más diferente que un kunai, después de todo, y también era probable que encontraran alguna alacena en la que pudieran esconderse.
Sin embargo, antes de que pudieran ponerse en marcha, una puerta se abrió con un repentino chirrido que hizo que Ayame volviera a gimotear, con su único ojo anegado de lágrimas. Sin embargo, ahogó un suspiro al ver que de aquella habitación surgía una tenue luz.
Como si de una polilla se tratara, Ayame pareció recuperar las fuerzas. Se levantó, tambaleante, y se acercó paso a paso al cuarto recién abierto con la mano apoyada en la pared, buscando el resguardo de aquella cálida luz que la alejaría de la oscuridad. Ni siquiera escuchaba a las alarmas de su cabeza, que gritaban la imprudencia de acercarse a una puerta que se acababa de abrir sola. Simplemente se dejó llevar por la canción de la sirena, buscando la protección de la luz.
Sin embargo, sus pasos se congelaron en el umbral de la puerta.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!
Ayame cayó de nuevo al suelo de culo, temblando sin control, y con el rostro desencajado por el pánico. Se había llevado las manos a donde debía estar su boca y su único ojo estaba clavado en el centro de la habitación. No era capaz de mirar a ningún sitio más. Y es que allí, las luces de la habitación jugaban con la silueta de un hombre que pendía colgado del techo por una cuerda anudada a su cuello, grotescamente torcido en un ángulo imposible. La silla que el hombre debía haber usado para ahorcarse yacía ahora tirada de cualquier manera sobre una alfombra oscura... manchada de sangre de una herida del pecho del muerto.
— Soy yo, Riko —escuchó la voz de el de Uzushiogakure junto a ella, y sólo así consiguió calmarse un poco—. ¿Qué pasa, Ayame? ¿Tienes miedo a la oscuridad? —le preguntó aprisa, y ella sólo pudo asentir con la cabeza—. Vale, ¿alguno tiene algo que pueda servir como fuente de luz?
—Yo no tengo nada —respondió la voz de Juro, con un suspiro—. Y no parece que haya interruptores. No se muy bien como funciona una fobia así, pero parece que habrá que cargar con ella.
—Yo tampoco, habrá que cargarla, puedo hacerlo yo, aunque no tengo mucha fuerza, pero tampoco parece pesar mucho —intervino Jin.
Refugiada bajo su máscara, Ayame se mordió el labio inferior, profundamente avergonzada. Aquella era la segunda vez que le ocurría algo así. Era la segunda vez que alguien iba a tener que cargar con ella para moverla del sitio... ¡Era tan frustrante! Pero aquel terror que la invadía cada vez que se veía en un sitio a oscuras era casi primitivo. La oscuridad era tan densa que le costaba respirar en ella, su cuerpo tiritaba, sentía las piernas tan pesadas que no podía despegarlas del suelo, y su corazón no paraba de bombear con la fuerza de mil tambores de guerra. Por mucho que lo intentara, no era capaz de controlarlo. Y mucho menos era capaz de levantarse.
Ayame maldijo para sus adentros una y otra vez su propia debilidad.
¡¿Pero cómo era posible que una casa no tuviera interruptores?!
—Podemos buscar la cocina, seguro que allí encontraremos algo con lo que hacer fuego, tal vez cerillas o una vela. También puede que encontremos algún arma, quizás un cuchillo, para defendernos, porque, chicos, si nosotros hemos podido entrar, imaginaos ellos, que tal vez incluso sean los dueños. Tenemos que movernos rápido, y no creo que sea buena idea separarnos.
Pese a su intempestivo arrojo anterior, debía concederle que aquella era una magnífica idea. Si no encontraban interruptores, en la cocina habría utensilios para hacer fuego y armas con las que pudieran defenderse. Un cuchillo no debía ser mucho más diferente que un kunai, después de todo, y también era probable que encontraran alguna alacena en la que pudieran esconderse.
Sin embargo, antes de que pudieran ponerse en marcha, una puerta se abrió con un repentino chirrido que hizo que Ayame volviera a gimotear, con su único ojo anegado de lágrimas. Sin embargo, ahogó un suspiro al ver que de aquella habitación surgía una tenue luz.
Como si de una polilla se tratara, Ayame pareció recuperar las fuerzas. Se levantó, tambaleante, y se acercó paso a paso al cuarto recién abierto con la mano apoyada en la pared, buscando el resguardo de aquella cálida luz que la alejaría de la oscuridad. Ni siquiera escuchaba a las alarmas de su cabeza, que gritaban la imprudencia de acercarse a una puerta que se acababa de abrir sola. Simplemente se dejó llevar por la canción de la sirena, buscando la protección de la luz.
Sin embargo, sus pasos se congelaron en el umbral de la puerta.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!
Ayame cayó de nuevo al suelo de culo, temblando sin control, y con el rostro desencajado por el pánico. Se había llevado las manos a donde debía estar su boca y su único ojo estaba clavado en el centro de la habitación. No era capaz de mirar a ningún sitio más. Y es que allí, las luces de la habitación jugaban con la silueta de un hombre que pendía colgado del techo por una cuerda anudada a su cuello, grotescamente torcido en un ángulo imposible. La silla que el hombre debía haber usado para ahorcarse yacía ahora tirada de cualquier manera sobre una alfombra oscura... manchada de sangre de una herida del pecho del muerto.