20/11/2017, 23:40
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En el dojo Yaburi
En el dojo Yaburi
Tane-Shigai era la ciudad más grande del País del Bosque, pero a Kuranosuke no le interesaban los mercados, las casas de comida, ni siquiera su interesante arquitectura. La mira del tempestuoso pre-adolescente se encontraba centrada en un dojo llamado Yaburi.
La existencia de esta escuela practicante del Kenjutsu llegó a los oídos de Kuranosuke debido a que gozaba de cierto renombre en la ciudad y sus proximidades. Sakamoto, orgulloso descendiente de samuráis, deseaba conocer la capacidad de aquellos que seguían el camino de la espada fuera de las fronteras del País del Hierro.
Un desafío sería un excelente medio para cumplir su plan. El maestro del dojo no podía negarse o su honor quedaría manchado por toda la eternidad.
De pequeño cuerpo pero imponente semblante, Kuranosuke se plantó en el interior del dojo tras abrir la puerta principal, interrumpiendo una lección en el proceso. Los estudiantes, que hasta ese instante se encontraban practicando sus golpes con el bokken en perfecta sincronía, se volvieron al unísono para dar con la fuente de la conmoción.
Todos iban vestidos con el uniforme tradicional del dojo, el cual llevaba el símbolo de la institución en la parte derecha del pecho. Las ropas del genin contrastaban enormemente en esa estampa, en especial el hitai-ate de Kusa, reluciente.
—Mi nombre es Sakamoto Kuranosuke. Invoco a la sagrada ley del Bushido y exijo un duelo con vuestro sensei, no en calidad de ninja, si no como aprendiz del milenario arte del kenjutsu que soy. Si gano, me quedaré con el cartel de vuestro dojo, si pierdo, juro sobre mi honor que me convertiré en aprendiz de vuestro sensei y continuaré siendo su pupilo hasta que pueda superarlo —unos instantes de sepucral silencio—. ¿Dónde se encuentra?
Uno de los estudiantes rompió filas y se aproximó al genin. Se trataba de un hombre alto y bien fornido, que le sacaba más de dos palmos a Kuranosuke. Con una actitud absolutamente falta de respeto, exhaló una risilla burlona.
—Pequeño, será mejor que te vayas de aquí antes de que te obligue a hacerlo.
La mirada se ambos se enfrentó como si el duelo ya hubiera comenzado. Mas este combate de determinación terminó unos instantes más tarde, cuando una mujer —la que se encontraba al frente de la clase antes de que el joven irrumpiera en escena— se acercó a ambos. De inmediato, el grandullón retrocedió.
—Mi nombre es Miyamoto Yumiko, soy la sensei de este dojo. ¿A qué se debe este repentino desafío, si puede saberse? Yaburi no le ha hecho mal a nadie, mis estudiantes siguen las enseñanzas del Bushido con honor.
Kuranosuke la observó de arriba a abajo. Su porte irradiaba dignidad, su rostro era fino, su cabello violáceo, y sus ojos azules como el mar. Su edad debía de rondar los 20 años. Sin lugar a dudas una mujer bella, determinada y hábil. Simplemente perfecto.
—No estoy aquí por insulsos motivos de venganza personal o algo similar. Quiero poner a prueba mis habilidades, y he escuchado que este dojo es excelente. Miyamoto-dono, concédeme el honor de enfrentarte.
—En ese caso, como estoy segura de que sabrás, el aspirante debe de enfrentar primero a los discípulos más habilidosos antes de disponer del privilegio de enfrentarse al maestro. Acepta estas condiciones o retírate antes de que pongas tu honor, además de tu salud, en peligro —sentenció la sensei tras cruzarse de brazos.
—Acepto las condiciones.
—Bien. El combate será con bokkens. El que logre tocar al otro con su arma gana. El primer discípulo al que te tendrás que enfrentar será Kintaro —señaló al grandullón, y este, a su vez, sonrió.
Una mirada de la sensei fue suficiente para que el resto de pupilos comprendiera que debían entregar un par de bokkens a los que pronto serían combatientes y acto seguido quitarse de en medio. Se dispusieron ordenadamente en fila, sentados sobre sus rodillas en una esquina del dojo, observando con atención el duelo.
Por su parte, Kuranosuke tomó el bokken con ambas manos y el llamado Kintaro hizo lo mismo.
—Será un placer sacarte de aquí a golpes, retaco —se pavoneó.
«Veremos quién apalea a quién, bola de músculos...».