22/11/2017, 12:56
Ayame, entregada a otros pensamientos, sacudió la cabeza. Observó a su hermano en la distancia, y a la mujer que le acompañaba. Se dibujó una malévola sonrisa en el rostro. Daruu conocía muy bien aquella sonrisa: era más propia de su madre que de su compañera de equipo. Por eso, sintió un pequeño escalofrío y retrocedió un paso. Volvió a tragar saliva.
—¿Y si les espiamos? —sugirió Ayame.
La idea era tentadora, pero algo le decía que no debían hacerlo. Que no deberían. Al fin y al cabo, a ellos no les gustaría que alguien les espiase. ¿No? ¿No?
¿No?
Se habían ido moviendo de callejón en callejón, a escondidas, hasta que, finalmente, estuvieron lo suficientemente cerca para escuchar la conversación a hurtadillas.
—La verdad es que llevaba tiempo queriendo hablar contigo. Te echaba de menos. Además, hay algo que quería decirte.
Daruu miró a Ayame y susurró:
—Oh, Dios mío, ¡están juntos!
—Siempre es agradable pasar el tiempo contigo, aunque hace un poco de frío cada vez que nos vemos —bromeó la chica—. Y tampoco se diría que tienes tantas ganas de verme. Tu cara es una losa de marmol, como siempre. —La mujer golpeó el hombro de Kōri suavemente.
«¡Oh, Dios mío, están coqueteando!»
—Ya, ya, muy graciosa. Ya me conoces de sobra, Nihime-san. Bueno... Pues eso, quiero hablar de algo contigo.
—¿Vas a pedirme matrimonio al fin? —rió Nihime.
Daruu miró a Ayame. Tenía los mofletes hinchados, la cara roja, y hacía aspavientos con las dos manos. Estaba a punto de estallar de pura intriga.
—No creo que a Yannoga-san le hiciese mucha gracia. Cinco años casados para irte con el primero que te ofrece algo... de aire fresco. —Kōri intentaba con todas sus fuerzas hacer bromas, muy de vez en cuando. Pero acababan sin tener ni una pizca de gracia a causa de su manera átona de decir las cosas. De todas maneras, Nihime se rio.
Daruu volvió a mirar a Ayame, esta vez con el rostro lleno de confusión.
—¿Eh...? —dijo. Esta vez, se dio cuenta de que había hablado en voz alta y se tapó la boca con ambas manos.
—¿Qué pasa, Daruu-kun?
Los muchachos se vieron obligados a girarse de inmediato. Allí había otro Kōri, mirándolos fijamente. Y ambos podrían haber jurado que, aunque fuese ligeramente, estaba sonriendo. Les empujó, antes de explotar en una pequeña nube de humo.
Los genin cayeron de bruces frente a los dos jōnin que mantenían la agradable charla.
—De esto te quería hablar —continuó Kōri, con normalidad—. De mis adorables, pequeños, nuevos y entrometidos genin a mi cargo. A una ya la conocerás, y el otro... Es el hijo de Amedama Kiroe. Amedama Daruu-kun.
—Hmpf... —Daruu apoyó las manos en el suelo y se reincorporó con dificultad.
—¡Genin a tu cargo! —exclamó Nihime—. Vaya, Kōri-kun. Aún recuerdo los tiempos del equipo, con el sensei.
—¿Y si les espiamos? —sugirió Ayame.
La idea era tentadora, pero algo le decía que no debían hacerlo. Que no deberían. Al fin y al cabo, a ellos no les gustaría que alguien les espiase. ¿No? ¿No?
¿No?
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Se habían ido moviendo de callejón en callejón, a escondidas, hasta que, finalmente, estuvieron lo suficientemente cerca para escuchar la conversación a hurtadillas.
—La verdad es que llevaba tiempo queriendo hablar contigo. Te echaba de menos. Además, hay algo que quería decirte.
Daruu miró a Ayame y susurró:
—Oh, Dios mío, ¡están juntos!
—Siempre es agradable pasar el tiempo contigo, aunque hace un poco de frío cada vez que nos vemos —bromeó la chica—. Y tampoco se diría que tienes tantas ganas de verme. Tu cara es una losa de marmol, como siempre. —La mujer golpeó el hombro de Kōri suavemente.
«¡Oh, Dios mío, están coqueteando!»
—Ya, ya, muy graciosa. Ya me conoces de sobra, Nihime-san. Bueno... Pues eso, quiero hablar de algo contigo.
—¿Vas a pedirme matrimonio al fin? —rió Nihime.
Daruu miró a Ayame. Tenía los mofletes hinchados, la cara roja, y hacía aspavientos con las dos manos. Estaba a punto de estallar de pura intriga.
—No creo que a Yannoga-san le hiciese mucha gracia. Cinco años casados para irte con el primero que te ofrece algo... de aire fresco. —Kōri intentaba con todas sus fuerzas hacer bromas, muy de vez en cuando. Pero acababan sin tener ni una pizca de gracia a causa de su manera átona de decir las cosas. De todas maneras, Nihime se rio.
Daruu volvió a mirar a Ayame, esta vez con el rostro lleno de confusión.
—¿Eh...? —dijo. Esta vez, se dio cuenta de que había hablado en voz alta y se tapó la boca con ambas manos.
—¿Qué pasa, Daruu-kun?
Los muchachos se vieron obligados a girarse de inmediato. Allí había otro Kōri, mirándolos fijamente. Y ambos podrían haber jurado que, aunque fuese ligeramente, estaba sonriendo. Les empujó, antes de explotar en una pequeña nube de humo.
Los genin cayeron de bruces frente a los dos jōnin que mantenían la agradable charla.
—De esto te quería hablar —continuó Kōri, con normalidad—. De mis adorables, pequeños, nuevos y entrometidos genin a mi cargo. A una ya la conocerás, y el otro... Es el hijo de Amedama Kiroe. Amedama Daruu-kun.
—Hmpf... —Daruu apoyó las manos en el suelo y se reincorporó con dificultad.
—¡Genin a tu cargo! —exclamó Nihime—. Vaya, Kōri-kun. Aún recuerdo los tiempos del equipo, con el sensei.