22/11/2017, 22:58
Eran como dos sombras, perfectamente sincronizadas, fluyendo en la oscuridad de la noche tras el rastro de su presa. De callejón en callejón, los dos ninjas avanzaban de manera tan sigilosa que sus pies no parecían rozar siquiera el suelo.
¿Su objetivo? Información clasificada de alto secreto para todo el estado.
Ayame se acuclilló junto a Daruu en las sombras de la entrada de una de aquellas discretas callejuelas, apoyó la mano en la pared de ladrillo y agudizó el oído. Entonces miró a su compañero y asintió en completo silencio. Aquel era el lugar perfecto. Desde aquella posición podrían escuchar sin problemas las palabras que intercambiaban Kōri y la misteriosa mujer rubia.
Y nunca antes se alegró tanto de tener el oído tan fino.
—La verdad es que llevaba tiempo queriendo hablar contigo. —Allí estaba la voz de su hermano mayor, tan desangelada y falta de pasión como siempre—. Te echaba de menos. Además, hay algo que quería decirte.
Ayame se llevó una mano a la boca para reprimir una exclamación de sorpresa y su mirada se cruzó con la de Daruu. Parecía que él estaba pensando exactamente lo mismo que ella.
—Oh, Dios mío, ¡están juntos! —susurró él, y Ayame asintió en silencio.
¿Kōri admitiendo en voz alta un sentimiento? ¿Su hermano echando de menos a alguien? ¡Desde luego estaban ante un fenómeno totalmente extraordinario!
—Siempre es agradable pasar el tiempo contigo, aunque hace un poco de frío cada vez que nos vemos —bromeó la rubia—. Y tampoco se diría que tienes tantas ganas de verme. Tu cara es una losa de mármol, como siempre. —Y entonces le golpeó el hombro suavemente.
«¡Ay, ay ay! ¡Debo estar soñando! ¡Que es su novia de verdad!» Pensaba Ayame desde su posición. Inconscientemente, había apretado los dedos contra los ladrillos.
—Ya, ya, muy graciosa. Ya me conoces de sobra, Nihime-san. Bueno... Pues eso, quiero hablar de algo contigo.
«Nihime... se llama Nihime.» Por algún motivo que se le escapaba, aquel nombre revoloteaba en su cerebro como un lejano recuerdo...
—¿Vas a pedirme matrimonio al fin?
Poco le faltó a Ayame para desplomarse en el suelo de la sorpresa. Volvió a intercambiar la mirada con su compañero, unos ojos abiertos como platos, preguntándole sin palabras si había oído lo que acababa de oír. Él parecía tan sorprendido como ella, estaba rojo como un tomate y hacía extraños gestos con las manos. Como si estuvieran en el ansiado desenlace de una telenovela de renombre, ambos muchachos volvieron a prestar toda su atención a la insólita escena que se representaba ante sus curiosos e inocentes ojos.
—No creo que a Yannoga-san le hiciese mucha gracia. Cinco años casados para irte con el primero que te ofrece algo... de aire fresco.
Ayame ladeó la cabeza y se volvió hacia Daruu, rota de confusión.
—¿Eh...? —murmuraron a la vez en voz alta. Y a la vez también se taparon ambos la boca.
Pero fue la voz que escucharon tras su espalda lo que le terminó de helar la sangre en el corazón. Una inconfundible voz, átona, desangelada y fría como un témpano de hielo.
—¿Qué pasa, Daruu-kun?
Ambos se giraron como accionados por un botón. Y, para su completo terror, allí estaba también Kōri, penetrándolos con aquellos ojos de escarcha. A Ayame le pareció que había curvado los labios en una ligerísima sonrisa, pero nunca podría haberlo asegurado. Antes de que pudieran reaccionar de cualquier manera, les empujó fuera del callejón y los dos chicos cayeron de bruces contra el asfalto. Después, el clon se desvaneció en una simple voluta de humo.
—De esto te quería hablar —añadió el verdadero Kōri, con absoluta normalidad—. De mis adorables, pequeños, nuevos y entrometidos genin a mi cargo. A una ya la conocerás, y el otro... Es el hijo de Amedama Kiroe. Amedama Daruu-kun.
Roja como un tomate y muerta de la vergüenza, Ayame apoyó las manos en el suelo y se levantó casi al mismo tiempo que Daruu. Pese a las palabras de su hermano, ella no recordaba para nada a aquella mujer.
—¡Genin a tu cargo! —exclamó Nihime- emocionada—. Vaya, Kōri-kun. Aún recuerdo los tiempos del equipo, con el sensei.
En cualquier momento, aquella frase habría disparado una ristra de preguntas sobre el pasado de Kōri como genin; sin embargo, en aquel momento, en la cabeza de Ayame sólo revoloteaban dos preguntas inquietas.
—C... ¿Cómo sabías qué estábamos...? ¿Desde cuándo...? —balbuceó.
¿Su objetivo? Información clasificada de alto secreto para todo el estado.
Ayame se acuclilló junto a Daruu en las sombras de la entrada de una de aquellas discretas callejuelas, apoyó la mano en la pared de ladrillo y agudizó el oído. Entonces miró a su compañero y asintió en completo silencio. Aquel era el lugar perfecto. Desde aquella posición podrían escuchar sin problemas las palabras que intercambiaban Kōri y la misteriosa mujer rubia.
Y nunca antes se alegró tanto de tener el oído tan fino.
—La verdad es que llevaba tiempo queriendo hablar contigo. —Allí estaba la voz de su hermano mayor, tan desangelada y falta de pasión como siempre—. Te echaba de menos. Además, hay algo que quería decirte.
Ayame se llevó una mano a la boca para reprimir una exclamación de sorpresa y su mirada se cruzó con la de Daruu. Parecía que él estaba pensando exactamente lo mismo que ella.
—Oh, Dios mío, ¡están juntos! —susurró él, y Ayame asintió en silencio.
¿Kōri admitiendo en voz alta un sentimiento? ¿Su hermano echando de menos a alguien? ¡Desde luego estaban ante un fenómeno totalmente extraordinario!
—Siempre es agradable pasar el tiempo contigo, aunque hace un poco de frío cada vez que nos vemos —bromeó la rubia—. Y tampoco se diría que tienes tantas ganas de verme. Tu cara es una losa de mármol, como siempre. —Y entonces le golpeó el hombro suavemente.
«¡Ay, ay ay! ¡Debo estar soñando! ¡Que es su novia de verdad!» Pensaba Ayame desde su posición. Inconscientemente, había apretado los dedos contra los ladrillos.
—Ya, ya, muy graciosa. Ya me conoces de sobra, Nihime-san. Bueno... Pues eso, quiero hablar de algo contigo.
«Nihime... se llama Nihime.» Por algún motivo que se le escapaba, aquel nombre revoloteaba en su cerebro como un lejano recuerdo...
—¿Vas a pedirme matrimonio al fin?
Poco le faltó a Ayame para desplomarse en el suelo de la sorpresa. Volvió a intercambiar la mirada con su compañero, unos ojos abiertos como platos, preguntándole sin palabras si había oído lo que acababa de oír. Él parecía tan sorprendido como ella, estaba rojo como un tomate y hacía extraños gestos con las manos. Como si estuvieran en el ansiado desenlace de una telenovela de renombre, ambos muchachos volvieron a prestar toda su atención a la insólita escena que se representaba ante sus curiosos e inocentes ojos.
—No creo que a Yannoga-san le hiciese mucha gracia. Cinco años casados para irte con el primero que te ofrece algo... de aire fresco.
Ayame ladeó la cabeza y se volvió hacia Daruu, rota de confusión.
—¿Eh...? —murmuraron a la vez en voz alta. Y a la vez también se taparon ambos la boca.
Pero fue la voz que escucharon tras su espalda lo que le terminó de helar la sangre en el corazón. Una inconfundible voz, átona, desangelada y fría como un témpano de hielo.
—¿Qué pasa, Daruu-kun?
Ambos se giraron como accionados por un botón. Y, para su completo terror, allí estaba también Kōri, penetrándolos con aquellos ojos de escarcha. A Ayame le pareció que había curvado los labios en una ligerísima sonrisa, pero nunca podría haberlo asegurado. Antes de que pudieran reaccionar de cualquier manera, les empujó fuera del callejón y los dos chicos cayeron de bruces contra el asfalto. Después, el clon se desvaneció en una simple voluta de humo.
—De esto te quería hablar —añadió el verdadero Kōri, con absoluta normalidad—. De mis adorables, pequeños, nuevos y entrometidos genin a mi cargo. A una ya la conocerás, y el otro... Es el hijo de Amedama Kiroe. Amedama Daruu-kun.
Roja como un tomate y muerta de la vergüenza, Ayame apoyó las manos en el suelo y se levantó casi al mismo tiempo que Daruu. Pese a las palabras de su hermano, ella no recordaba para nada a aquella mujer.
—¡Genin a tu cargo! —exclamó Nihime- emocionada—. Vaya, Kōri-kun. Aún recuerdo los tiempos del equipo, con el sensei.
En cualquier momento, aquella frase habría disparado una ristra de preguntas sobre el pasado de Kōri como genin; sin embargo, en aquel momento, en la cabeza de Ayame sólo revoloteaban dos preguntas inquietas.
—C... ¿Cómo sabías qué estábamos...? ¿Desde cuándo...? —balbuceó.