23/11/2017, 12:30
Tras el breve asentimiento de Daruu, Kōri clavó sus escarchados ojos en el dúo. Por un momento, a Ayame le pareció que le estaba divirtiendo la escena, pero tratándose de él, jamás podría asegurarlo con total rotundidad. Con discreción, sacó dos sobres de uno de los bolsillos de su chaqueta y se los tendió. Ayame recibió su parte de la paga con una sonrisa y se lo guardó.
—Vaya, vaya —exclamó Nihime repentinamente, como si acabara de darse cuenta de algo—. ¡Pero si os he comprado unos bollitos esta tarde! ¡Así que érais vosotros! ¡Ay, cómo no me di cuenta de que eras tú, Aya-chan!
—¡Ah, es cierto! —respondió Ayame. Después de ver pasar tantas caras en tan poco tiempo, era difícil quedarse con alguna en concreto, pero ahora que Nihime lo había mencionado, había rescatado el recuerdo de aquella tarde—. Estabas después de aquella mujer tan bord... digo... ¡Sí, ya me acuerdo! —se apresuró a corregirse, con una sonrisa nerviosa.
—Esos bollitos estaban de muerte, Daruu-kun. ¿Son nuevos, no? Nunca los había probado.
—Sí.
—Estabas muy mono vestido de bollito.
—¡No! —exclamó él, completamente indignado. El rubor de su rostro se estaba convirtiendo en un tono purpúreo que parecía almacenar toda la ira de los infiernos. Sin más preámbulos, el chico se dio media vuelta y echó a andar clavando cada paso en el asfalto como si pretendiera atravesarlo con su pie.
Y, aún así, Ayame tuvo que llevarse una mano a los labios para ocultar una risilla. Después se despidió de Kōri y Nihime y echó a correr detrás de su compañero.
—¡No os olvidéis de que pasado mañana os espero en la Pastelería de Kiroe-chan para otra misión! —les avisó Kōri en la distancia.
—¡Si váis a disfrazarme de otra cosa, no contéis conmigo!
—¡Allí estaremos! —le corrigió Ayame, con una nueva risilla.
A su alrededor, la gente se giraba hacia ellos y se quedaba mirándolos, extrañada. Sin embargo, a Ayame no le importó demasiado. Su sonrisa se congeló en su rostro al recordar que era hora de dejar atrás la diversión y volver a casa.
Hora de volver a encontrarse cara a cara con su padre...
—Vaya, vaya —exclamó Nihime repentinamente, como si acabara de darse cuenta de algo—. ¡Pero si os he comprado unos bollitos esta tarde! ¡Así que érais vosotros! ¡Ay, cómo no me di cuenta de que eras tú, Aya-chan!
—¡Ah, es cierto! —respondió Ayame. Después de ver pasar tantas caras en tan poco tiempo, era difícil quedarse con alguna en concreto, pero ahora que Nihime lo había mencionado, había rescatado el recuerdo de aquella tarde—. Estabas después de aquella mujer tan bord... digo... ¡Sí, ya me acuerdo! —se apresuró a corregirse, con una sonrisa nerviosa.
—Esos bollitos estaban de muerte, Daruu-kun. ¿Son nuevos, no? Nunca los había probado.
—Sí.
—Estabas muy mono vestido de bollito.
—¡No! —exclamó él, completamente indignado. El rubor de su rostro se estaba convirtiendo en un tono purpúreo que parecía almacenar toda la ira de los infiernos. Sin más preámbulos, el chico se dio media vuelta y echó a andar clavando cada paso en el asfalto como si pretendiera atravesarlo con su pie.
Y, aún así, Ayame tuvo que llevarse una mano a los labios para ocultar una risilla. Después se despidió de Kōri y Nihime y echó a correr detrás de su compañero.
—¡No os olvidéis de que pasado mañana os espero en la Pastelería de Kiroe-chan para otra misión! —les avisó Kōri en la distancia.
—¡Si váis a disfrazarme de otra cosa, no contéis conmigo!
—¡Allí estaremos! —le corrigió Ayame, con una nueva risilla.
A su alrededor, la gente se giraba hacia ellos y se quedaba mirándolos, extrañada. Sin embargo, a Ayame no le importó demasiado. Su sonrisa se congeló en su rostro al recordar que era hora de dejar atrás la diversión y volver a casa.
Hora de volver a encontrarse cara a cara con su padre...