2/12/2017, 16:20
La derrota suele ser amarga para cualquiera, pero lo es especialmente para alguien con las aspiraciones de Kuranosuke.
Aunque sus palabras y la actitud con las que las expresó rezumaba su habitual y fría capa de indiferencia, en su interior, en primera instancia, le resultó complicado masticar la situación tan deshonrosa en la que se había visto envuelto por su propio pie. Ese fatídico desarme de espada le recordó un crudo hecho de la realidad que había ido ignorando: hasta que no se convirtiera en el guerrero más poderoso de todas las tierras conocidas, habrían otros más habilidosos que él, y la derrota siempre sería una posibilidad.
Una horrenda posibilidad que le acecharía desde las sombras cada vez que se embarcara en una escaramuza.
Mas apenas un minuto después los nervios del tuerto se fueron apaciguando, puestos a descansar por la suave brisa de su comendable paz interior. Quizás esa situación sería una bendición disfrazada de desgracia; después de todo, estaba claro que podía aprender mucho bajo el tutelaje de aquella mujer.
—Las clases han terminado por hoy. Kuranosuke, espero verte aquí mañana —indicó con suma seriedad la sensei.
Kuranosuke asintió. Los discípulos del dojo se alzaron y saludaron, de forma ordenada, a Yumiko, para acto seguido abandonar las instalaciones uno tras otro.
El tuerto imitó a los que ahora eran sus compañeros y se preparó para hacer lo mismo...
Aunque sus palabras y la actitud con las que las expresó rezumaba su habitual y fría capa de indiferencia, en su interior, en primera instancia, le resultó complicado masticar la situación tan deshonrosa en la que se había visto envuelto por su propio pie. Ese fatídico desarme de espada le recordó un crudo hecho de la realidad que había ido ignorando: hasta que no se convirtiera en el guerrero más poderoso de todas las tierras conocidas, habrían otros más habilidosos que él, y la derrota siempre sería una posibilidad.
Una horrenda posibilidad que le acecharía desde las sombras cada vez que se embarcara en una escaramuza.
Mas apenas un minuto después los nervios del tuerto se fueron apaciguando, puestos a descansar por la suave brisa de su comendable paz interior. Quizás esa situación sería una bendición disfrazada de desgracia; después de todo, estaba claro que podía aprender mucho bajo el tutelaje de aquella mujer.
—Las clases han terminado por hoy. Kuranosuke, espero verte aquí mañana —indicó con suma seriedad la sensei.
Kuranosuke asintió. Los discípulos del dojo se alzaron y saludaron, de forma ordenada, a Yumiko, para acto seguido abandonar las instalaciones uno tras otro.
El tuerto imitó a los que ahora eran sus compañeros y se preparó para hacer lo mismo...