3/12/2017, 00:24
Respiró hondo. Los concursantes habían ido pasando, uno tras otro, mientras el corazón se le aceleraba cada vez más. Había tocado aquella canción centenares de veces, pero no era lo mismo hacerlo frente a dos o tres críos de su clase a… aquello. Un público enorme; jueces que evaluaban su actuación; y otros concursantes seguramente más preparados que él analizando sus defectos.
Tragó saliva, y recordó por qué le llamaban Datsue el Intrépido. Entonces, subió al escenario, no sin antes guiñarle un ojo a Eri. Seguramente creería que solo iba a tocar… pero no podía estar más equivocada. El Uchiha había estado practicando mucho, y su voz ya no sonaba tan desafinada como antaño.
Pese a que trató de aparentar calma, tenía los labios secos y la cara pálida, y por un momento solo oía los latidos de su corazón palpitando en su sien. Luego, cuando se sentó en el taburete que le habían puesto, tal y como había solicitado, alto y con asiento móvil, tomó el shamisen entre sus manos, y ajustó la altura del micrófono a su boca con manos temblorosas. No fue hasta que rasgó con el bachi las cuerdas del instrumento, arrancándole sus primeras notas, que logró relajarse un poco. La melodía se aceleró, y tras unos segundos, acercó los labios al micrófono, empezando a cantar con voz alegre y jovial:
Había cometido un error al principio, desafinando un poco, pero se había corregido sobre la marcha. Su voz, ahora, pese a que mantenía ese tono de pilluelo que tanto le caracterizaba, no sonaba tan mal. Entonces, gracias a que el asiento del taburete se podía girar fácilmente, el Uchiha empezó a dar un perfil y otro de su rostro, intercalándolos, como si estuviese representando dos personalidades distintas, a la vez que modulaba su voz de una más ruda y grave a otra más aguda y femenina.
Entonces, cambió a su perfil derecho, el del hombre rudo, y abrió los ojos de pronto, como si hubiese visto algo que le dejase anonadado.
Nuevamente, Datsue dio el perfil diestro, y, dando golpes con el dedo en el aire, como regañando a alguien, cantó:
Repitió la última estrofa por última vez, y, con una última nota de cuerdas, la canción llegó a su fin. La verdad, el tiempo se le había pasado volando. Se levantó, y dio un par de sendas reverencias a un lado y a otro, mientras esperaba el veredicto del público.
«Tendría que haber cantado otra cosa», se lamentó. Aquella canción era de las más divertidas que tenía, pero era muy personal, con demasiadas referencias a cosas que solo él y sus compañeros de Uzu conocían. «Si paso a segunda ronda tengo que elegir algo más genérico…», pensaba, mientras salía del escenario, no del todo contento por su elección.
Frunció los labios al cruzarse con las kunoichis, y, con gesto altanero, levantó la barbilla y miró a otro lado. Todavía estaba molesto.
Tragó saliva, y recordó por qué le llamaban Datsue el Intrépido. Entonces, subió al escenario, no sin antes guiñarle un ojo a Eri. Seguramente creería que solo iba a tocar… pero no podía estar más equivocada. El Uchiha había estado practicando mucho, y su voz ya no sonaba tan desafinada como antaño.
Pese a que trató de aparentar calma, tenía los labios secos y la cara pálida, y por un momento solo oía los latidos de su corazón palpitando en su sien. Luego, cuando se sentó en el taburete que le habían puesto, tal y como había solicitado, alto y con asiento móvil, tomó el shamisen entre sus manos, y ajustó la altura del micrófono a su boca con manos temblorosas. No fue hasta que rasgó con el bachi las cuerdas del instrumento, arrancándole sus primeras notas, que logró relajarse un poco. La melodía se aceleró, y tras unos segundos, acercó los labios al micrófono, empezando a cantar con voz alegre y jovial:
Y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los Cerezos!
Y cantan, cantan, cantan, ¡ay cómo cantan, los uzureños!
Y ríe, ríe, ríe, ¡ay cómo ríe, la hija del kusareño!
Y lloran, lloran, lloran, ¡ay cómo lloran, los kusareños!
Y cantan, cantan, cantan, ¡ay cómo cantan, los uzureños!
Y ríe, ríe, ríe, ¡ay cómo ríe, la hija del kusareño!
Y lloran, lloran, lloran, ¡ay cómo lloran, los kusareños!
Había cometido un error al principio, desafinando un poco, pero se había corregido sobre la marcha. Su voz, ahora, pese a que mantenía ese tono de pilluelo que tanto le caracterizaba, no sonaba tan mal. Entonces, gracias a que el asiento del taburete se podía girar fácilmente, el Uchiha empezó a dar un perfil y otro de su rostro, intercalándolos, como si estuviese representando dos personalidades distintas, a la vez que modulaba su voz de una más ruda y grave a otra más aguda y femenina.
¿Bailaste hija mía?
Bailé, ¡sí señor!
Dime con quién bailaste
Bailé con mi amor.
Con tu amor, hija mía,
no vuelvas a bailar.
Porque te levanta la falda del kimono
y es muy difícil de bajar
No te preocupes, padre mío,
nada de eso sucedió.
Él volvió por su camino,
y yo por el de Dios.
Bailé, ¡sí señor!
Dime con quién bailaste
Bailé con mi amor.
Con tu amor, hija mía,
no vuelvas a bailar.
Porque te levanta la falda del kimono
y es muy difícil de bajar
No te preocupes, padre mío,
nada de eso sucedió.
Él volvió por su camino,
y yo por el de Dios.
Entonces, cambió a su perfil derecho, el del hombre rudo, y abrió los ojos de pronto, como si hubiese visto algo que le dejase anonadado.
¿Vienes mojada, hija mía?
Vengo empapada, ¡sí señor!
¿No será culpa de ese Uchiha?
De su wagasa, ¡que no me resguardó!
Vengo empapada, ¡sí señor!
¿No será culpa de ese Uchiha?
De su wagasa, ¡que no me resguardó!
Nuevamente, Datsue dio el perfil diestro, y, dando golpes con el dedo en el aire, como regañando a alguien, cantó:
La wagasa de Akame, es una wagasa muy mala,
si le caen cuatro gotas... ¡ya se le humedece el asta!
Y por eso las kusareñas, por muy mojadas y empapadas,
no se pondrían debajo, ¡de su basta wagasa!
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Que el chico es un profesional, y me mantuvo en calor
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Y no cuentes nada a Yota, o le romperás el corazón
A Yota, hija mía, nada le contaré
Pero como llegue a oídos Sakamoto, por tu vida temeré
No te preocupes, padre mío, Akame es profesional
Sus labios están sellados por los míos, no me sucederá ningún mal
Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cerezos,
y ríen, ríen, ríen, las kusareñas, en sus regazos,
y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembrados!,
y lloran, lloran, lloran, los kusareños, ¡al seguir secos!
si le caen cuatro gotas... ¡ya se le humedece el asta!
Y por eso las kusareñas, por muy mojadas y empapadas,
no se pondrían debajo, ¡de su basta wagasa!
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Que el chico es un profesional, y me mantuvo en calor
Ay, padre mío, no te preocupes, ¡por favor!
Y no cuentes nada a Yota, o le romperás el corazón
A Yota, hija mía, nada le contaré
Pero como llegue a oídos Sakamoto, por tu vida temeré
No te preocupes, padre mío, Akame es profesional
Sus labios están sellados por los míos, no me sucederá ningún mal
Y cantan, cantan, cantan, los Uzureños, en los Cerezos,
y ríen, ríen, ríen, las kusareñas, en sus regazos,
y llueve, llueve, llueve, ¡ay cómo llueve, en los sembrados!,
y lloran, lloran, lloran, los kusareños, ¡al seguir secos!
Repitió la última estrofa por última vez, y, con una última nota de cuerdas, la canción llegó a su fin. La verdad, el tiempo se le había pasado volando. Se levantó, y dio un par de sendas reverencias a un lado y a otro, mientras esperaba el veredicto del público.
«Tendría que haber cantado otra cosa», se lamentó. Aquella canción era de las más divertidas que tenía, pero era muy personal, con demasiadas referencias a cosas que solo él y sus compañeros de Uzu conocían. «Si paso a segunda ronda tengo que elegir algo más genérico…», pensaba, mientras salía del escenario, no del todo contento por su elección.
Frunció los labios al cruzarse con las kunoichis, y, con gesto altanero, levantó la barbilla y miró a otro lado. Todavía estaba molesto.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado