3/12/2017, 17:44
(Última modificación: 3/12/2017, 17:47 por Aotsuki Ayame.)
—No, no, yo quiero actuar contigo —replicó ella, y Ayame se vio contagiada por su sonrisa—. Además, los dos tocamos, pero no cantamos, ¿sabes? Yo te necesito a ti, él solo necesita un cubo donde meter todo su ego...
Ayame no pudo evitar reír ante aquel comentario, pero su compañera negó con la cabeza y añadió:
—¿Nos acercamos más? Deberán ir por los sextos participantes...Bueno, séptimos, parece que la violinista acaba de terminar.
—S... sí —asintió ella.
Y el corazón comenzó a bombearle con tanta fuerza que lo sentía retumbar entre sus costillas.
Los participantes restantes fueron pasando uno a uno. Y con cada cual, Ayame se iba poniendo más y más nerviosa. Jugueteaba con sus manos, repasando la letra de la canción, incapaz de disfrutar del resto de actuaciones. Era terriblemente irónico que ella, que había acudido a aquel lugar para presenciar y disfrutar del espectáculo, se hubiera visto involucrada en él al final.
Pero ya no había manera de echarse atrás.
Entonces salió al escenario Uchiha Datsue, y toda su perspectiva cambió.
El de Uzushiogakure le dedicó un último guiño a su compañera de aldea, se sentó en un taburete que habían dispuesto sobre el escenario y tomó un shamisen que llevaba consigo. Las primeras notas arrancaron el silencio, y Ayame volcó toda su atención en el Uchiha. Su melodía se aceleró, y entonces, para sorpresa de ambas, cantó.
«¿Pero no decía Eri-san que él no cantaba?» Pensó, dirigiéndole una mirada interrogante a su compañera.
Fuera como fuese, era innegable que el chico tenía un talento para aquello. Su voz y su shamisen invitaban a ser escuchados, y aunque en algún momento cometió algún error, su carismática lengua eclipsó cualquier rastro de fallo. El chico siguió cantando, y entonces la canción se convirtió en una especie de pantomima, con él haciendo dos papeles bien diferentes. Una canción más bien popular, y que pronunciaba varios nombres que Ayame recordaba (unos más que otros). Y esta arrancó carcajadas y vítores entre el público.
Así, con la última estrofa y un último rasgueo de cuerdas, la canción finalizó. Y el público se levantó aplaudiendo con fuerza desmedida el nombre de Uchiha Datsue, que en ese momento se inclinaba entre renombradas reverencias. Ayame también aplaudía, pero la canción de Datsue había despertado algo en ella que había eclipsado en ella cualquier rastro de nerviosismo: el sentimiento de la competitividad, que ardía en sus ojos cuando ambos se cruzaron y el chico levantó la barbilla con altanería.
—Nos toca... —le dijo a Eri.
Ayame respiró hondo varias veces, acomodó los hombros y, conteniendo lo mejor que sabía el temblor de sus piernas, salió con su compañera al escenario. Y mientras ambas caminaban hacia su destino, le susurró unas últimas palabras:
—Toca con total normalidad. Voy a improvisar algo, pero te seguiré sin problemas.
Ambas kunoichis se colocaron en sus posiciones. Y las personas del público murmuraron entre sí. Debían de estar extrañados de ver a dos kunoichis, ambas de nacionalidades diferentes, participando juntas en un escenario que tan lejos debía quedar de las artes ninja.
Oh, pero ambas eran ninjas de verdad. Y Ayame estaba dispuesta a demostrarlo.
Miró a su compañera, y le dedicó un breve asentimiento para señalarle que estaba preparada. Las primeras notas debían corresponder a su flauta, y ella respondería después con su voz.
No era la misma letra que habían ensayado. Durante la actuación de Datsue, Ayame se había dejado llevar por la arrogancia del Uchiha y se había visto empujada a cometer aquella locura en su afán de superación, cambiándola para hacerla más entendible. Así, Su voz fluyó sobre el escenario como un riachuelo débil y tembloroso. Ayame seguía sintiendo los latidos de su corazón golpeándole en las sienes, y se obligó a sí misma a concentrarse en la música de Eri, a dejarse llevar por sus notas, y alzar la voz.
Alzó una mano y la movió con suavidad, con algunas pequeñas burbujas de agua desprendiéndose de ella y acompañando sus movimientos al compás de las siguientes estrofas:
Entró en el estribillo junto a la melodía de Eri, y ambas voces se mezclaron en una armonía casi perfecta:
Ayame exhaló al final, con la cabeza agachada. Tras un breve solo para la flauta de Eri, llegaba la segunda estrofa, similar a la primera, pero para entonces la muchacha ya estaba plenamente concentrada y su voz no tembló un ápice:
Volvió a alzar la voz, y en aquella ocasión se abrazó sus propios hombros cerrando los ojos en un gesto casi dolido y desesperado. Sus cabellos ondearon, sus puntas desprendiéndose en nuevos hilos de agua.
La canción cobraba fuerza. Pero Ayame debía ahora rebajar su voz para dejarla fluir al son de la melodía. Suave, casi como una nana.
Y con aquella estrofa cargada de fuerza y sentimiento, la espalda de Ayame se deshizo de repente en múltiples hilos de agua que rodearon su cuerpo mientras la kunoichi extendía los brazos y daba una última vuelta sobre sí misma. Literalmente, bailaba con el agua, mientras cantaba el último estribillo de la canción:
La canción terminó, y con las últimas notas todavía en el aire y ante la estupefacta mirada del público, Ayame deshizo todo su cuerpo súbitamente. El agua cayó como una cascada entre los tableros del escenario y se escurrió entre ellos sin dejar rastro.
Poco después, Ayame salió de debajo del escenario por la parte posterior del mismo, con las manos tapándose el rostro.
—¡Ayayayay, qué vergüenza...!
Ayame no pudo evitar reír ante aquel comentario, pero su compañera negó con la cabeza y añadió:
—¿Nos acercamos más? Deberán ir por los sextos participantes...Bueno, séptimos, parece que la violinista acaba de terminar.
—S... sí —asintió ella.
Y el corazón comenzó a bombearle con tanta fuerza que lo sentía retumbar entre sus costillas.
. . .
Los participantes restantes fueron pasando uno a uno. Y con cada cual, Ayame se iba poniendo más y más nerviosa. Jugueteaba con sus manos, repasando la letra de la canción, incapaz de disfrutar del resto de actuaciones. Era terriblemente irónico que ella, que había acudido a aquel lugar para presenciar y disfrutar del espectáculo, se hubiera visto involucrada en él al final.
Pero ya no había manera de echarse atrás.
Entonces salió al escenario Uchiha Datsue, y toda su perspectiva cambió.
El de Uzushiogakure le dedicó un último guiño a su compañera de aldea, se sentó en un taburete que habían dispuesto sobre el escenario y tomó un shamisen que llevaba consigo. Las primeras notas arrancaron el silencio, y Ayame volcó toda su atención en el Uchiha. Su melodía se aceleró, y entonces, para sorpresa de ambas, cantó.
«¿Pero no decía Eri-san que él no cantaba?» Pensó, dirigiéndole una mirada interrogante a su compañera.
Fuera como fuese, era innegable que el chico tenía un talento para aquello. Su voz y su shamisen invitaban a ser escuchados, y aunque en algún momento cometió algún error, su carismática lengua eclipsó cualquier rastro de fallo. El chico siguió cantando, y entonces la canción se convirtió en una especie de pantomima, con él haciendo dos papeles bien diferentes. Una canción más bien popular, y que pronunciaba varios nombres que Ayame recordaba (unos más que otros). Y esta arrancó carcajadas y vítores entre el público.
Así, con la última estrofa y un último rasgueo de cuerdas, la canción finalizó. Y el público se levantó aplaudiendo con fuerza desmedida el nombre de Uchiha Datsue, que en ese momento se inclinaba entre renombradas reverencias. Ayame también aplaudía, pero la canción de Datsue había despertado algo en ella que había eclipsado en ella cualquier rastro de nerviosismo: el sentimiento de la competitividad, que ardía en sus ojos cuando ambos se cruzaron y el chico levantó la barbilla con altanería.
—Nos toca... —le dijo a Eri.
Ayame respiró hondo varias veces, acomodó los hombros y, conteniendo lo mejor que sabía el temblor de sus piernas, salió con su compañera al escenario. Y mientras ambas caminaban hacia su destino, le susurró unas últimas palabras:
—Toca con total normalidad. Voy a improvisar algo, pero te seguiré sin problemas.
Ambas kunoichis se colocaron en sus posiciones. Y las personas del público murmuraron entre sí. Debían de estar extrañados de ver a dos kunoichis, ambas de nacionalidades diferentes, participando juntas en un escenario que tan lejos debía quedar de las artes ninja.
Oh, pero ambas eran ninjas de verdad. Y Ayame estaba dispuesta a demostrarlo.
Miró a su compañera, y le dedicó un breve asentimiento para señalarle que estaba preparada. Las primeras notas debían corresponder a su flauta, y ella respondería después con su voz.
Eres las olas grises del mar, marcado a buscar
vida más allá de la orilla inalcanzable.
Mas las aguas cambian, fluyen cual tiempo,
tuyo es el camino a escalar.
vida más allá de la orilla inalcanzable.
Mas las aguas cambian, fluyen cual tiempo,
tuyo es el camino a escalar.
No era la misma letra que habían ensayado. Durante la actuación de Datsue, Ayame se había dejado llevar por la arrogancia del Uchiha y se había visto empujada a cometer aquella locura en su afán de superación, cambiándola para hacerla más entendible. Así, Su voz fluyó sobre el escenario como un riachuelo débil y tembloroso. Ayame seguía sintiendo los latidos de su corazón golpeándole en las sienes, y se obligó a sí misma a concentrarse en la música de Eri, a dejarse llevar por sus notas, y alzar la voz.
Alzó una mano y la movió con suavidad, con algunas pequeñas burbujas de agua desprendiéndose de ella y acompañando sus movimientos al compás de las siguientes estrofas:
En la blanca luz, una mano te alcanza.
Un doble filo parte tu corazón en dos.
Al despertar los sueños se desvanecen,
abraza el nuevo día.
Un doble filo parte tu corazón en dos.
Al despertar los sueños se desvanecen,
abraza el nuevo día.
Entró en el estribillo junto a la melodía de Eri, y ambas voces se mezclaron en una armonía casi perfecta:
Canta conmigo una canción de linaje y amor.
La luz se dispersa en el cielo,
el alba rompe la penumbra, blanco como un hueso.
Perdido en pensamientos, solo estás.
La luz se dispersa en el cielo,
el alba rompe la penumbra, blanco como un hueso.
Perdido en pensamientos, solo estás.
Ayame exhaló al final, con la cabeza agachada. Tras un breve solo para la flauta de Eri, llegaba la segunda estrofa, similar a la primera, pero para entonces la muchacha ya estaba plenamente concentrada y su voz no tembló un ápice:
Eres las olas grises del mar, marcado a buscar
vida más allá de la orilla inalcanzable.
Mas las aguas cambian, fluyen cual tiempo,
tuyo es el camino a escalar.
vida más allá de la orilla inalcanzable.
Mas las aguas cambian, fluyen cual tiempo,
tuyo es el camino a escalar.
Volvió a alzar la voz, y en aquella ocasión se abrazó sus propios hombros cerrando los ojos en un gesto casi dolido y desesperado. Sus cabellos ondearon, sus puntas desprendiéndose en nuevos hilos de agua.
Abraza la oscuridad que llamas hogar.
Contempla sobre un trono blanco, vacío,
un legado de mentiras,
un engaño familiar.
Canta conmigo una canción de conquista y destino.
El pilar negro se agrieta bajo su peso.
La noche rompe el día, dura como una piedra.
Perdido en pensamientos, solo estás.
Contempla sobre un trono blanco, vacío,
un legado de mentiras,
un engaño familiar.
Canta conmigo una canción de conquista y destino.
El pilar negro se agrieta bajo su peso.
La noche rompe el día, dura como una piedra.
Perdido en pensamientos, solo estás.
La canción cobraba fuerza. Pero Ayame debía ahora rebajar su voz para dejarla fluir al son de la melodía. Suave, casi como una nana.
Tu camino pertenece al destino, déjalo fluir.
Toda tu alegría y tu dolor caerán con la marea, déjalos fluir.
La vida no sólo se llena con felicidad, ni pena.
Incluso la espina de tu corazón, con el tiempo puede florecer en una rosa.
Un corazón pesado se hunde en el suelo.
Un velo cae sin un susurro.
No hay día o noche, error o acierto,
tú luchas por la verdad y la paz.
Canta conmigo una canción de silencio y sangre.
La lluvia cae, mas no puede limpiar el barro.
En mi viejo corazón hay locura y orgullo,
¿nadie puede oír mi llanto?
Toda tu alegría y tu dolor caerán con la marea, déjalos fluir.
La vida no sólo se llena con felicidad, ni pena.
Incluso la espina de tu corazón, con el tiempo puede florecer en una rosa.
Un corazón pesado se hunde en el suelo.
Un velo cae sin un susurro.
No hay día o noche, error o acierto,
tú luchas por la verdad y la paz.
Canta conmigo una canción de silencio y sangre.
La lluvia cae, mas no puede limpiar el barro.
En mi viejo corazón hay locura y orgullo,
¿nadie puede oír mi llanto?
Y con aquella estrofa cargada de fuerza y sentimiento, la espalda de Ayame se deshizo de repente en múltiples hilos de agua que rodearon su cuerpo mientras la kunoichi extendía los brazos y daba una última vuelta sobre sí misma. Literalmente, bailaba con el agua, mientras cantaba el último estribillo de la canción:
Eres las olas grises del mar, marcado a buscar
vida más allá de la orilla inalcanzable.
Mas las aguas cambian, fluyen cual tiempo,
tuyo es el camino a escalar.
Eres las olas grises del mar...
vida más allá de la orilla inalcanzable.
Mas las aguas cambian, fluyen cual tiempo,
tuyo es el camino a escalar.
Eres las olas grises del mar...
La canción terminó, y con las últimas notas todavía en el aire y ante la estupefacta mirada del público, Ayame deshizo todo su cuerpo súbitamente. El agua cayó como una cascada entre los tableros del escenario y se escurrió entre ellos sin dejar rastro.
Poco después, Ayame salió de debajo del escenario por la parte posterior del mismo, con las manos tapándose el rostro.
—¡Ayayayay, qué vergüenza...!