4/12/2017, 23:24
—Yo —lloriqueaba Daruu, golpeando rítmicamente la cabeza contra la mesa—, no me —seguía diciendo—, había —golpe—, comido —otro más—, ninguno. —Su estómago rugió con furia de puro hambre, y se vio obligado a agarrarse la tripa avergonzado. Se levantó—. Voy a ver qué más hay por aquí... Espero que hayan sobrado más cosas del día anterior.
Mientras Ayame releía su pergamino, distraída, Daruu rebuscaba detrás de la barra. Allí encontró lo que parecía ser un alargado suso de crema. Suficiente para desayunar, sopesó.
—Así que un combate de pantomima... Esta vez sí que tenemos que controlarnos, ¿eh? —sonrió Ayame. Daruu la miró, y le guiñó un ojo, aunque el orgullo fiero en su fuero interno le pedía rebelarse y combatir en serio. Al fin y al cabo, ¿qué daño haría si mantenían una refriega de verdad, aunque sólo fuera un poquito? Más espectáculo, ¿verdad? ¿No?—. Deberíamos ir yendo, y ver qué es lo que quieren exactamente de nosotros para prepararnos. —La muchacha se levantó.
—Eh, eh, eh, ¡espera! —objetó Daruu, levantando su suso de crema como si fuera una maza—. Que tengo que desayunar.
El suso se partió por la mitad y un trozo cayó al suelo, desperdiciado entre la porquería.
—¡Noooo! —se lamentó.
Allí estaban. Se trataba de una torre gigantesca, de más de diez pisos de altura. La renovación la había dejado flagrantemente nueva, si la comparabas con las torres adyacentes. Como todo en Amegakure, lo nuevo y lo viejo se entremezclaban como un todo extravagante, y así pues, como no podía ser de otra manera, habían varios tubos de neón que iluminaban un cartel rústico de madera:
—¿Cuántos patos van con este, tres ya? —bromeó Daruu, antes de aventurarse hacia el interior.
Lo que les esperaba era la recepción de un hotel muy parecido a la que se encontraron en El Patito Frito, del Valle de los Dojos, sólo que esta vez era cuadrada y a la izquierda había una escalera que iba ascendiendo bordeando las cuatro paredes. A la derecha había un ascensor. Incluso desde allí abajo podían verse las puertas de las habitaciones, una en cada pared, y por cada piso, que subían hasta arriba, y hasta arriba, y hasta arriba...
—¡Hombre, dos genin! —Les recibió un hombre trajeado, rubio, no mucho más alto que Daruu a pesar de rondar los treinta años—. ¿Vosotros sois Daruu y Ayame? —Daruu asintió—. ¡Magníiifico! Entonces sois vosotros los de la obra de teatro, ¿no?
—¿Eh? ¿Qué?
—¡Sí, hombre, sí! ¡Los de la obra de teatro! ¡Con el combate final entre ninjas!
«Oh, oh...»
—¡Vamos, seguidme! —dijo el hombre, y empezó a subir las escaleras. La mujer de la recepción les saludó alegremente cuando pasaron a su lado.
Daruu miró a Ayame, buscando la confidencia de su mirada, y frunció el ceño.
«Obra... ¿de teatro?»
Mientras Ayame releía su pergamino, distraída, Daruu rebuscaba detrás de la barra. Allí encontró lo que parecía ser un alargado suso de crema. Suficiente para desayunar, sopesó.
—Así que un combate de pantomima... Esta vez sí que tenemos que controlarnos, ¿eh? —sonrió Ayame. Daruu la miró, y le guiñó un ojo, aunque el orgullo fiero en su fuero interno le pedía rebelarse y combatir en serio. Al fin y al cabo, ¿qué daño haría si mantenían una refriega de verdad, aunque sólo fuera un poquito? Más espectáculo, ¿verdad? ¿No?—. Deberíamos ir yendo, y ver qué es lo que quieren exactamente de nosotros para prepararnos. —La muchacha se levantó.
—Eh, eh, eh, ¡espera! —objetó Daruu, levantando su suso de crema como si fuera una maza—. Que tengo que desayunar.
El suso se partió por la mitad y un trozo cayó al suelo, desperdiciado entre la porquería.
—¡Noooo! —se lamentó.
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Allí estaban. Se trataba de una torre gigantesca, de más de diez pisos de altura. La renovación la había dejado flagrantemente nueva, si la comparabas con las torres adyacentes. Como todo en Amegakure, lo nuevo y lo viejo se entremezclaban como un todo extravagante, y así pues, como no podía ser de otra manera, habían varios tubos de neón que iluminaban un cartel rústico de madera:
—¿Cuántos patos van con este, tres ya? —bromeó Daruu, antes de aventurarse hacia el interior.
Lo que les esperaba era la recepción de un hotel muy parecido a la que se encontraron en El Patito Frito, del Valle de los Dojos, sólo que esta vez era cuadrada y a la izquierda había una escalera que iba ascendiendo bordeando las cuatro paredes. A la derecha había un ascensor. Incluso desde allí abajo podían verse las puertas de las habitaciones, una en cada pared, y por cada piso, que subían hasta arriba, y hasta arriba, y hasta arriba...
—¡Hombre, dos genin! —Les recibió un hombre trajeado, rubio, no mucho más alto que Daruu a pesar de rondar los treinta años—. ¿Vosotros sois Daruu y Ayame? —Daruu asintió—. ¡Magníiifico! Entonces sois vosotros los de la obra de teatro, ¿no?
—¿Eh? ¿Qué?
—¡Sí, hombre, sí! ¡Los de la obra de teatro! ¡Con el combate final entre ninjas!
«Oh, oh...»
—¡Vamos, seguidme! —dijo el hombre, y empezó a subir las escaleras. La mujer de la recepción les saludó alegremente cuando pasaron a su lado.
Daruu miró a Ayame, buscando la confidencia de su mirada, y frunció el ceño.
«Obra... ¿de teatro?»