10/12/2017, 23:47
—...y eso es todo. En breves me llevarán a conocer a mi nuevo equipo —indicó con voz temblorosa— Voy a ser un shinobi, Honōiro. Me volveré lo más fuerte que pueda, por los dos.
No recibió respuesta.
El joven de cabellos oscuros se encontraba sentado sobre una silla de madera. Cercano al lecho blanco como la nieve, pero aún manteniendo las distancias. Su mirada se perdía en la monotonía del suelo, incapaz de alzarla y mirarla a la cara. Sus puños, que reposaban sobre sus rodillas, se tensaban de tanto en tanto.
Frente a él había una mujer, tentida sobre la cama y casi atada a ella debido a la cantidad de tubos que iban y venían a lo largo de su figura. Sus ojos estaban cerrados, su rostro impávido. Su anatomía se mantenía plagada de inactividad. Una falta de vida tan insidiosa como enfermiza.
La tensión en aquella habitación del hospital era tan densa que podía cortarse con un kunai.
El joven sentía la necesidad de aproximarse a la chica, pero no lograba amasar la fuerza de voluntad suficiente...
La puerta del habitáculo se abrió poco después, dando paso a una fémina ataviada con una túnica igual de nívea que los aparejos hospitalarios. Su rostro irradiabia indiferencia. Mantenía su cabello azulado bajo control con un moño alto.
—Ralexion-kun, ya hemos decidido a qué equipo te vamos a asignar. Sé tan amable de venir conmigo —afirmó con tono aparentemente dulce, pero que ocultaba una terrible imperativa.
Sin mediar palabra, el Uchiha se levantó. Le dedicó una última mirada a su hermana antes de salir por la puerta.
Se le tuvo esperando en un pequeño despacho de la academia durante lo que, a grandes rasgos, calculó que fueron unos quince minutos. Aprovechó ese espacio de tiempo para reflexionar, poner sus pensamientos en orden y recuperar un semblante más alegre.
Finalmente, la misma kunoichi médica le indicó que había llegado el momento.
Caminó junto a la referida a lo largo de un pasillo de tatami verde y paredes marrones. El moreno sintió pena al no haber podido asistir a las clases como cualquier otro joven estudiante; la academia desprendía un aura hogareña que le tranquilizaba.
Se detuvieron al alcanzar el umbral de una puerta corredera doble. La mujer le dio un pequeño empujón con la palma de su diestra antes de comenzar a caminar en la misma dirección por la que habían venido.
—No nos falles —le dijo sin girarse.
Ralexion la miró durante unos instantes. Acto seguido volvió a centrarse en el portón.
Tomó aire y se introdujo en el interior del salón, tratando de aparentar seguridad. ¿Qué le esperaría al otro lado?
No recibió respuesta.
El joven de cabellos oscuros se encontraba sentado sobre una silla de madera. Cercano al lecho blanco como la nieve, pero aún manteniendo las distancias. Su mirada se perdía en la monotonía del suelo, incapaz de alzarla y mirarla a la cara. Sus puños, que reposaban sobre sus rodillas, se tensaban de tanto en tanto.
Frente a él había una mujer, tentida sobre la cama y casi atada a ella debido a la cantidad de tubos que iban y venían a lo largo de su figura. Sus ojos estaban cerrados, su rostro impávido. Su anatomía se mantenía plagada de inactividad. Una falta de vida tan insidiosa como enfermiza.
La tensión en aquella habitación del hospital era tan densa que podía cortarse con un kunai.
El joven sentía la necesidad de aproximarse a la chica, pero no lograba amasar la fuerza de voluntad suficiente...
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La puerta del habitáculo se abrió poco después, dando paso a una fémina ataviada con una túnica igual de nívea que los aparejos hospitalarios. Su rostro irradiabia indiferencia. Mantenía su cabello azulado bajo control con un moño alto.
—Ralexion-kun, ya hemos decidido a qué equipo te vamos a asignar. Sé tan amable de venir conmigo —afirmó con tono aparentemente dulce, pero que ocultaba una terrible imperativa.
Sin mediar palabra, el Uchiha se levantó. Le dedicó una última mirada a su hermana antes de salir por la puerta.
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Se le tuvo esperando en un pequeño despacho de la academia durante lo que, a grandes rasgos, calculó que fueron unos quince minutos. Aprovechó ese espacio de tiempo para reflexionar, poner sus pensamientos en orden y recuperar un semblante más alegre.
Finalmente, la misma kunoichi médica le indicó que había llegado el momento.
Caminó junto a la referida a lo largo de un pasillo de tatami verde y paredes marrones. El moreno sintió pena al no haber podido asistir a las clases como cualquier otro joven estudiante; la academia desprendía un aura hogareña que le tranquilizaba.
Se detuvieron al alcanzar el umbral de una puerta corredera doble. La mujer le dio un pequeño empujón con la palma de su diestra antes de comenzar a caminar en la misma dirección por la que habían venido.
—No nos falles —le dijo sin girarse.
Ralexion la miró durante unos instantes. Acto seguido volvió a centrarse en el portón.
Tomó aire y se introdujo en el interior del salón, tratando de aparentar seguridad. ¿Qué le esperaría al otro lado?