11/12/2017, 00:04
El día había llegado, finalmente Ritsuko formaría parte de un equipo y podría comenzar a aportar a la aldea con algo más que simples misiones de rango D que poco influían. Finalmente, podría llamarse a sí misma una verdadera kunoichi y no una simple civil con una bandana. «Al fin »se dijo a sí misma.
Estaba feliz, el que diga lo contrario estaría mintiendo, pero a pesar de esto, la mirada de la pelirroja seguía siendo exactamente la misma, melancólica, como si en realidad estuviese sufriendo con todo esto mientras esperaba pacientemente a que la llamasen.
A diferencia de otros, ella había asistido normalmente a la clase, había acudido como cualquier otro shinobi debería de haber hecho pero como siempre, estaba completamente sola, aislada por voluntad propia del resto e irradiando su tan habitual aura depresiva que la caracterizaba.
Pasaron los minutos, desde su rincón pudo ver como algunos shinobis llegaban, como otros se iban, etc. etc. hasta que finalmente, aquel chuunin que usualmente interactuaba con ella se acercó.
—Ya decidieron, ven —le indicó con serenidad.
La Ryōtarō asintió y siguió a su superior hasta unas puertas a las que no había prestado atención, hasta ahora.
Justo delante de una de ellas, el chuunin se detuvo y también lo hizo la menor, manteniendo la distancia.
—Pasa, dentro deberían de estar tus compañeros —afirmó ubicándose a un lado de la puerta en cuestión.
La kunoichi una vez más asintió, también le dedicó una pronunciada reverencia al shinobi y finalmente, cruzó la puerta. Esperando toparse allí con los que se convertirían en sus compañeros por vaya uno a saber cuánto tiempo.
«Espero no sean los bravucones »pensaba temerosa.
Estaba feliz, el que diga lo contrario estaría mintiendo, pero a pesar de esto, la mirada de la pelirroja seguía siendo exactamente la misma, melancólica, como si en realidad estuviese sufriendo con todo esto mientras esperaba pacientemente a que la llamasen.
A diferencia de otros, ella había asistido normalmente a la clase, había acudido como cualquier otro shinobi debería de haber hecho pero como siempre, estaba completamente sola, aislada por voluntad propia del resto e irradiando su tan habitual aura depresiva que la caracterizaba.
Pasaron los minutos, desde su rincón pudo ver como algunos shinobis llegaban, como otros se iban, etc. etc. hasta que finalmente, aquel chuunin que usualmente interactuaba con ella se acercó.
—Ya decidieron, ven —le indicó con serenidad.
La Ryōtarō asintió y siguió a su superior hasta unas puertas a las que no había prestado atención, hasta ahora.
Justo delante de una de ellas, el chuunin se detuvo y también lo hizo la menor, manteniendo la distancia.
—Pasa, dentro deberían de estar tus compañeros —afirmó ubicándose a un lado de la puerta en cuestión.
La kunoichi una vez más asintió, también le dedicó una pronunciada reverencia al shinobi y finalmente, cruzó la puerta. Esperando toparse allí con los que se convertirían en sus compañeros por vaya uno a saber cuánto tiempo.
«Espero no sean los bravucones »pensaba temerosa.