11/12/2017, 01:17
Ralexion se decidió a dedicar la totalidad de ese frío día a entrenar.
Para su fortuna, la aldea gozaba de varios dojos destinados exactamente a ese tipo de actividades. Mientras se asegurara de cuidar las instalaciones como se esperaba de él, podía tomar cualquier recinto vacío y utilizarlo como se le antojase.
Así mismo hizo. Se vistió con unos pantalones cortos de color azul marino, tomó unas sandalias negras y una camiseta ligera de tirantes, blanca como la mismísima nieve, con la que ocultarse el torso. Dejó el hitai-ate en uno de los cajones de la mesilla de noche de su habitación, pero tomó el portaobjetos para así poder practicar con los shuriken.
El aire exterior helaba sus huesos; sus ropajes eran sin lugar a dudas escasos para una época así, pero todo formaba parte de su plan de entrenamiento para endurecerse. Apretó los dientes y se desplazó a buen paso hacia los dojos, deseoso, más que nada, de entrar en un lugar donde poder resguardarse del aire tan frío como una cuchilla.
Mientras no agarrara un resfriado, todo bien.
Ya en el interior de uno de esos templos del entrenamiento pudo entrar de sobra en calor. Practicó saltos, piruetas básicas, flexiones y todo tipo de ejercicios. Irónicamente, ahora sudaba.
Sin previso aviso alguien irrumpió en el dojo, sobresaltándolo. Necesitó de unos segundos para percatarse de que se trataba de Ritsuko, su compañera de equipo. La muchacha, indiferente, se limitó a disculparse y se disponía a abandonar el lugar, mas el moreno se apresuró a detenerla.
—¡Espera, Ritsuko! —le imploró— ¡Soy yo!
Para su fortuna, la aldea gozaba de varios dojos destinados exactamente a ese tipo de actividades. Mientras se asegurara de cuidar las instalaciones como se esperaba de él, podía tomar cualquier recinto vacío y utilizarlo como se le antojase.
Así mismo hizo. Se vistió con unos pantalones cortos de color azul marino, tomó unas sandalias negras y una camiseta ligera de tirantes, blanca como la mismísima nieve, con la que ocultarse el torso. Dejó el hitai-ate en uno de los cajones de la mesilla de noche de su habitación, pero tomó el portaobjetos para así poder practicar con los shuriken.
El aire exterior helaba sus huesos; sus ropajes eran sin lugar a dudas escasos para una época así, pero todo formaba parte de su plan de entrenamiento para endurecerse. Apretó los dientes y se desplazó a buen paso hacia los dojos, deseoso, más que nada, de entrar en un lugar donde poder resguardarse del aire tan frío como una cuchilla.
Mientras no agarrara un resfriado, todo bien.
Ya en el interior de uno de esos templos del entrenamiento pudo entrar de sobra en calor. Practicó saltos, piruetas básicas, flexiones y todo tipo de ejercicios. Irónicamente, ahora sudaba.
Sin previso aviso alguien irrumpió en el dojo, sobresaltándolo. Necesitó de unos segundos para percatarse de que se trataba de Ritsuko, su compañera de equipo. La muchacha, indiferente, se limitó a disculparse y se disponía a abandonar el lugar, mas el moreno se apresuró a detenerla.
—¡Espera, Ritsuko! —le imploró— ¡Soy yo!