11/12/2017, 12:45
(Última modificación: 11/12/2017, 12:47 por Aotsuki Ayame.)
—Lo sé, lo sé, a mí tampoco me apetece nada —le respondió Daruu, también entre susurros—. El otro día ya hice el ridículo suficiente disfrazado de bollito —suspiró, y Ayame no pudo reprimir una sonrisilla que aleteó en sus labios. Parecía que su compañero aún no había olvidado, ni perdonado, la misión de la semana anterior—. Oh, por Amenokami, espero que no nos tengamos que disfrazar de nada, por todos los dioses que no tengamos que disfrazarnos...
Pero Ayame torció el gesto, dubitativa. Si iban a actuar en un escenario, lo más probable era que...
—La aldea tuvo a bien informarnos de vuestras medidas —comentó el responsable del hotel—. Os hemos preparado unos trajes maravillosos.
«Lo sabía.» Se sonrió Ayame, ligeramente incómoda, y lanzó una mirada de reojo a su compañero, que difícilmente era capaz de disimular el horror que sentía ante la idea. Ahora lo único que les quedaba saber era de qué se vestirían, y cómo tendrían que actuar.
Llegaron al primer piso y su guía les hizo girar a la derecha. Se encontraron ante las primeras habitaciones, que en realidad resultaron ser una cafetería y una sala de masajes que a Ayame no le desagradaría nada la idea probar. Un pasillo a la izquierda llevaba a las cocinas y los reservados del personal y, también allí, su destino, otro corredor que conectaba dos edificios y que llevaba a un amplio dojo de suelos de madera, paredes con múltiples espejos y techo blanco cubierto de lámparas. El hombre les llevó hasta unas grandes cajas de madera que había en una esquina y que, presumiblemente, debían contener los trajes que iban a ponerse.
—Por cierto, no me he presentado. Me llamo Shanatori Takeuchi, responsable de la cadena en El Patito Pluvial.
—Oh, es un placer, Shanatori-san —contestó Ayame, con una ligera inclinación.
Takeuchi, que había estado rebuscando entre los cajones de madera, no tardó en tenderles las prendas. Para sorpresa, y fortunda, de ambos chiquillos, no se trataba de nada demasiado extravagante sino que eran dos clásicos trajes de ninja, oscuros y con una máscara para cubrir la mitad inferior del rostro.
«Al menos será difícil que nos reconozcan con estas pintas» Pensó Ayame, aliviada. Fue entonces cuando reparó en un último detalle del disfraz, y quizás el más llamativo. Ambos tenían sendas bandanas, pero uno llevaba grabado en el metal un sol y el otro una luna.
—Bueno, está claro quién va a llevar cada uno, ¿eh?
Ayame sonrió nerviosa. Ciertamente, habían tenido un acierto muy curioso con aquel último detalle. El apellido Hyūga se podía interpretar como "lugar soleado" mientras que Aotsuki...
«Luna azul...» Torció el gesto ligeramente.
—¡Me alegra que lo tengáis tan claro! Mirad —dijo Takeuchi, señalando una puerta blanca que pasaba bastante desapercibida—. Allí tenéis un vestuario para cambiaros. Y bueno, aparte de los trajes en este baúl tenéis todo lo que podríais necesitar... Esto... Son armas de mentira, bolsas de sangre (muy útiles, os la escondéis en el traje y... BAM, al golpearla estalla en pintura carmesí) —Se golpeó en el pecho con una mano, y enseguida contrajo el rostro en una mueca de dolor—. Ay, qué entusiasmado he estado... ¡Es que me hace tanta ilusión! Quiero que sea... ¡perfecto!
«Pero un Hōzuki no sangra...» Meditó Ayame para sus adentros, pero enseguida apartó aquel pensamiento de su mente. Takeuchi parecía tremendamente ilusionado con el espectáculo, lo último que podían hacer era fallarle.
—En fin, ¿alguna pregunta?
Daruu intercambió una breve mirada con Ayame, y enseguida reflejó sus propias dudas al respecto.
—Esto... sí, en realidad sí —admitió—. Ha mencionado una obra de teatro, pero... No sabemos muy bien qué tenemos que hacer.
—¡AY, PERDONAD! —respondió, y se pegó tal manotazo en la cabeza que se volvió a hacer daño—. Veréis, es una obra de teatro corta. Cada uno custodiará a su señor feudal por unos caminos. En el Cruce del Kunai —así se llama la obra, ¿a qué es genial?—. Bueno, en el Cruce del Kunai las dos comitivas se cruzarán, y los ninjas, de clanes enfrentados, tendrán que matar al señor feudal del otro. ¡Entonces los ninjas se enfrentarán entre sí, porque es la única manera de cumplir la misión!
Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa. En pocas palabras, iban a hacer una especie de pantomima de lo que podía ser perfectamente una misión de alto rango.
—Luego repasaremos el guión, no os preocupéis. El guión no es lo importante. —Hizo un ademán con la mano, como quitándole importancia—. Lo importante es la pelea. ¡La coreografía! Vuestro trabajo consiste en inventarla, ensayarla, y ¡ponerla en práctica esta noche en la gran inauguración!
—Vale, entonces, quieres que ensayemos y planifiquemos aquí la pelea hasta esta noche, ¿no?
—¡Exacto! —en un movimiento de lo más extravagante, Takeuchi le guiñó un ojo y le señaló con los dos dedos índices. Parecía que aquel hombre llevaba el entusiasmo en la sangre—. Ahora, si me disculpáis, voy a salir. ¡Tenemos mucho trabajo en el hotel! Oh, por cierto, si tenéis hambre o sed, podéis subir arriba, tenéis las consumiciones gratis que queráis. Así, de paso, le echáis un vistazo al escenario real.
«Nos podría haber dejado también en salón de masajes... para relajar la tensión y eso, claro...» Pensó Ayame, pero asintió conforme junto a su compañero.
Takeuchi abandonó la sala y cerró la puerta tras de sí.
—Bien... ¿nos ponemos los trajes? —rio Daruu.
—Será lo mejor. Al menos para ver cómo nos quedan los trajes. Me pregunto quién les habrá dado nuestras medidas...
Sin embargo, Daruu pareció cambiar de idea a la mitad. Se dirigió a los cajones para curiosear, y Ayame no pudo hacer menos que seguirle.
—UUUUUUUUUAAAAAAALA —exclamó Daruu, que había sacado un gigantesco arma que se iluminaba de tonos amarillos, rojos y anaranjados como si de fuego se tratara.
—P... ¿Pero eso qu...?
—¡FIUUAAASSS! —Como un niño con un juguete nuevo, Daruu zarandeaba el arma de un lado a otro, y Ayame tuvo a bien apartarse a un lado antes de que le rebanara la cabeza con ella.
—O... oye, no serán de verdad, ¿no? —preguntó, acercándose con cierta cautela. Se arrodilló junto al cajón y comenzó a rebuscar. Había armas de todos los tipos, clases, colores, luces y adornos que cualquier imaginación pudiera alcanzar. Eran utensilios que, más que realistas o fáciles de manejar, se dejaban guiar más bien por la estética y la suntuosidad. Y de entre todas aquellas, Ayame tomó una lanza increíblemente larga, de bastón ondulado que remataba en un filo cristalizado de color azul que lanzaba destellos gélidos cuando era herida por la luz—. ¡Parece de hieloooo! ¡Mírame! ¡Soy Kōri, El Hielo! Perdón. Soy Kōri, el Hielo —repitió, borrando la sonrisa de su cara y con la voz más apática que fue capaz de replicar.
La agarró con ambas manos, aunque nunca antes había usado una lanza, y la movió hacia delante en una rápida estocada. El material era muy ligero, por lo que era bastante fácil de manejar. La apoyó momentáneamente en el suelo, y volvió a sumergirse en el cajón. También le llamó la atención un arco cristalino y cuya forma asemejaba de alguna manera a una luna, de complicados grabados, que venía con varias flechas de azul color brillante.
Pero Ayame torció el gesto, dubitativa. Si iban a actuar en un escenario, lo más probable era que...
—La aldea tuvo a bien informarnos de vuestras medidas —comentó el responsable del hotel—. Os hemos preparado unos trajes maravillosos.
«Lo sabía.» Se sonrió Ayame, ligeramente incómoda, y lanzó una mirada de reojo a su compañero, que difícilmente era capaz de disimular el horror que sentía ante la idea. Ahora lo único que les quedaba saber era de qué se vestirían, y cómo tendrían que actuar.
Llegaron al primer piso y su guía les hizo girar a la derecha. Se encontraron ante las primeras habitaciones, que en realidad resultaron ser una cafetería y una sala de masajes que a Ayame no le desagradaría nada la idea probar. Un pasillo a la izquierda llevaba a las cocinas y los reservados del personal y, también allí, su destino, otro corredor que conectaba dos edificios y que llevaba a un amplio dojo de suelos de madera, paredes con múltiples espejos y techo blanco cubierto de lámparas. El hombre les llevó hasta unas grandes cajas de madera que había en una esquina y que, presumiblemente, debían contener los trajes que iban a ponerse.
—Por cierto, no me he presentado. Me llamo Shanatori Takeuchi, responsable de la cadena en El Patito Pluvial.
—Oh, es un placer, Shanatori-san —contestó Ayame, con una ligera inclinación.
Takeuchi, que había estado rebuscando entre los cajones de madera, no tardó en tenderles las prendas. Para sorpresa, y fortunda, de ambos chiquillos, no se trataba de nada demasiado extravagante sino que eran dos clásicos trajes de ninja, oscuros y con una máscara para cubrir la mitad inferior del rostro.
«Al menos será difícil que nos reconozcan con estas pintas» Pensó Ayame, aliviada. Fue entonces cuando reparó en un último detalle del disfraz, y quizás el más llamativo. Ambos tenían sendas bandanas, pero uno llevaba grabado en el metal un sol y el otro una luna.
—Bueno, está claro quién va a llevar cada uno, ¿eh?
Ayame sonrió nerviosa. Ciertamente, habían tenido un acierto muy curioso con aquel último detalle. El apellido Hyūga se podía interpretar como "lugar soleado" mientras que Aotsuki...
«Luna azul...» Torció el gesto ligeramente.
—¡Me alegra que lo tengáis tan claro! Mirad —dijo Takeuchi, señalando una puerta blanca que pasaba bastante desapercibida—. Allí tenéis un vestuario para cambiaros. Y bueno, aparte de los trajes en este baúl tenéis todo lo que podríais necesitar... Esto... Son armas de mentira, bolsas de sangre (muy útiles, os la escondéis en el traje y... BAM, al golpearla estalla en pintura carmesí) —Se golpeó en el pecho con una mano, y enseguida contrajo el rostro en una mueca de dolor—. Ay, qué entusiasmado he estado... ¡Es que me hace tanta ilusión! Quiero que sea... ¡perfecto!
«Pero un Hōzuki no sangra...» Meditó Ayame para sus adentros, pero enseguida apartó aquel pensamiento de su mente. Takeuchi parecía tremendamente ilusionado con el espectáculo, lo último que podían hacer era fallarle.
—En fin, ¿alguna pregunta?
Daruu intercambió una breve mirada con Ayame, y enseguida reflejó sus propias dudas al respecto.
—Esto... sí, en realidad sí —admitió—. Ha mencionado una obra de teatro, pero... No sabemos muy bien qué tenemos que hacer.
—¡AY, PERDONAD! —respondió, y se pegó tal manotazo en la cabeza que se volvió a hacer daño—. Veréis, es una obra de teatro corta. Cada uno custodiará a su señor feudal por unos caminos. En el Cruce del Kunai —así se llama la obra, ¿a qué es genial?—. Bueno, en el Cruce del Kunai las dos comitivas se cruzarán, y los ninjas, de clanes enfrentados, tendrán que matar al señor feudal del otro. ¡Entonces los ninjas se enfrentarán entre sí, porque es la única manera de cumplir la misión!
Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa. En pocas palabras, iban a hacer una especie de pantomima de lo que podía ser perfectamente una misión de alto rango.
—Luego repasaremos el guión, no os preocupéis. El guión no es lo importante. —Hizo un ademán con la mano, como quitándole importancia—. Lo importante es la pelea. ¡La coreografía! Vuestro trabajo consiste en inventarla, ensayarla, y ¡ponerla en práctica esta noche en la gran inauguración!
—Vale, entonces, quieres que ensayemos y planifiquemos aquí la pelea hasta esta noche, ¿no?
—¡Exacto! —en un movimiento de lo más extravagante, Takeuchi le guiñó un ojo y le señaló con los dos dedos índices. Parecía que aquel hombre llevaba el entusiasmo en la sangre—. Ahora, si me disculpáis, voy a salir. ¡Tenemos mucho trabajo en el hotel! Oh, por cierto, si tenéis hambre o sed, podéis subir arriba, tenéis las consumiciones gratis que queráis. Así, de paso, le echáis un vistazo al escenario real.
«Nos podría haber dejado también en salón de masajes... para relajar la tensión y eso, claro...» Pensó Ayame, pero asintió conforme junto a su compañero.
Takeuchi abandonó la sala y cerró la puerta tras de sí.
—Bien... ¿nos ponemos los trajes? —rio Daruu.
—Será lo mejor. Al menos para ver cómo nos quedan los trajes. Me pregunto quién les habrá dado nuestras medidas...
Sin embargo, Daruu pareció cambiar de idea a la mitad. Se dirigió a los cajones para curiosear, y Ayame no pudo hacer menos que seguirle.
—UUUUUUUUUAAAAAAALA —exclamó Daruu, que había sacado un gigantesco arma que se iluminaba de tonos amarillos, rojos y anaranjados como si de fuego se tratara.
—P... ¿Pero eso qu...?
—¡FIUUAAASSS! —Como un niño con un juguete nuevo, Daruu zarandeaba el arma de un lado a otro, y Ayame tuvo a bien apartarse a un lado antes de que le rebanara la cabeza con ella.
—O... oye, no serán de verdad, ¿no? —preguntó, acercándose con cierta cautela. Se arrodilló junto al cajón y comenzó a rebuscar. Había armas de todos los tipos, clases, colores, luces y adornos que cualquier imaginación pudiera alcanzar. Eran utensilios que, más que realistas o fáciles de manejar, se dejaban guiar más bien por la estética y la suntuosidad. Y de entre todas aquellas, Ayame tomó una lanza increíblemente larga, de bastón ondulado que remataba en un filo cristalizado de color azul que lanzaba destellos gélidos cuando era herida por la luz—. ¡Parece de hieloooo! ¡Mírame! ¡Soy Kōri, El Hielo! Perdón. Soy Kōri, el Hielo —repitió, borrando la sonrisa de su cara y con la voz más apática que fue capaz de replicar.
La agarró con ambas manos, aunque nunca antes había usado una lanza, y la movió hacia delante en una rápida estocada. El material era muy ligero, por lo que era bastante fácil de manejar. La apoyó momentáneamente en el suelo, y volvió a sumergirse en el cajón. También le llamó la atención un arco cristalino y cuya forma asemejaba de alguna manera a una luna, de complicados grabados, que venía con varias flechas de azul color brillante.