13/12/2017, 08:57
Por algún motivo la kunoichi comenzó a hacerse con la idea de que allí por esa zona solo vivían alguna especie avanzada de marioneta que trabajaban por su propia cuenta, sin hilos de chakra ni nada similar, capaces de moverse sin nadie que se los indicase y… realmente era una buena idea, si es que claro, aquello era posible.
Con solo imaginarse un ejército de marionetas granjeras trabajando la tierra Koko había quedado estupefacta, y bastante fastidiada con la mirada centrada en las infinitas plantaciones. Probablemente no le quedaría de otra que esperar pacientemente a que termine la hora laboral, ¿no?
Lo primero que se le ocurrió a la pecosa fue sentarse donde no estorbase a esperar, por suerte para ella, había una roca lo suficientemente grande y aplanada como para que una persona tomase asiento, y así lo hizo, se sentó, de brazos y piernas cruzadas esperando pacientemente a que todos terminasen con su labor.
Pero aquello no ocurrió.
Habría pasado una hora completa que la chica se sentó en esa piedra, pero nadie pareció prestar atención. «Cada segundo es oro, ¿eh? »pensaba ceñuda mientras se retorcía en su asiento improvisado. Ya no le resultaba tan cómodo como al inicio.
—Ya, vale —murmuró levantándose de un salto, luego del cual se dio unas palmadas en la falda para quitarse la suciedad que se le pudiera haber quedado y comenzó la marcha.
Estaba más que convencida de que lo mejor que podría hacer era conseguir algún tipo de indicación de alguien o de lo contrario podría terminar en cualquier parte de Oonindo, y no, no se le antojaba en lo más mínimo perderse ni recorrer el mundo.
Siendo así, lo único que la heterocroma pudo pensar fue dirigirse a la posada, al menos para beber algo y es que la frustración que llevaba era bastante notoria en su expresión. A pesar de esto, la chica ingresó a lo que parecía ser la posada y se dirigió al mostrador.
—Hola, deme una cerveza por favor —dijo con tono neutro y dejando el dinero sobre la mesa en lo que esperaba pacientemente por su pedido.
Tomaría asiento en la galería desde donde pudiera vigilar a los trabajadores… aunque en realidad, la tendría más fácil si simplemente preguntase al posadero, pero con lo molesta que estaba aquella idea nunca llegó a ser procesada por el cerebro de la rubia.
Con solo imaginarse un ejército de marionetas granjeras trabajando la tierra Koko había quedado estupefacta, y bastante fastidiada con la mirada centrada en las infinitas plantaciones. Probablemente no le quedaría de otra que esperar pacientemente a que termine la hora laboral, ¿no?
Lo primero que se le ocurrió a la pecosa fue sentarse donde no estorbase a esperar, por suerte para ella, había una roca lo suficientemente grande y aplanada como para que una persona tomase asiento, y así lo hizo, se sentó, de brazos y piernas cruzadas esperando pacientemente a que todos terminasen con su labor.
Pero aquello no ocurrió.
Habría pasado una hora completa que la chica se sentó en esa piedra, pero nadie pareció prestar atención. «Cada segundo es oro, ¿eh? »pensaba ceñuda mientras se retorcía en su asiento improvisado. Ya no le resultaba tan cómodo como al inicio.
—Ya, vale —murmuró levantándose de un salto, luego del cual se dio unas palmadas en la falda para quitarse la suciedad que se le pudiera haber quedado y comenzó la marcha.
Estaba más que convencida de que lo mejor que podría hacer era conseguir algún tipo de indicación de alguien o de lo contrario podría terminar en cualquier parte de Oonindo, y no, no se le antojaba en lo más mínimo perderse ni recorrer el mundo.
Siendo así, lo único que la heterocroma pudo pensar fue dirigirse a la posada, al menos para beber algo y es que la frustración que llevaba era bastante notoria en su expresión. A pesar de esto, la chica ingresó a lo que parecía ser la posada y se dirigió al mostrador.
—Hola, deme una cerveza por favor —dijo con tono neutro y dejando el dinero sobre la mesa en lo que esperaba pacientemente por su pedido.
Tomaría asiento en la galería desde donde pudiera vigilar a los trabajadores… aunque en realidad, la tendría más fácil si simplemente preguntase al posadero, pero con lo molesta que estaba aquella idea nunca llegó a ser procesada por el cerebro de la rubia.