13/12/2017, 13:14
—¡Oye, pues no te queda nada mal! Podrías sustituir tu atuendo por algo parecido a eso —dio Ayame—. Voy a vestirme yo también.
—Sí hombre —protestó Daruu, levantando una ceja, o intentando levantarla, porque no podía moverlas—. No me imagino con esto todo el día. Me escuece la cara ya...
Dejó que la muchacha se vistiera y se acercó al baúl que había volcado Ayame al suelo.
—¡Hala, bestia, lo has tirado todo! —gritó, para que pudiera oírle. Entonces encontró un curioso shuriken de goma en el suelo y se agachó a recogerlo. En lugar de un agujero, tenía un eje sobre el que rotar. Y a la mínima que uno le daba a una de las puntas para que comenzase a girar, ya no dejaba de hacerlo. Era como si aquél pequeño falso arma hubiera decidido olvidar lo que significaba la fricción. Daruu jugueteó un poco más con él, y pronto se dio cuenta de que causaba cierta adicción. Sus ojos se movían al compás del giro, sumidos en una vorágine hipnótica—. Ugh —se quejó, y lo lanzó al montón, donde siguió girando. Aquellas cosas parecían un Genjutsu hecho realidad.
La puerta del probador se abrió, y Daruu se dio la vuelta. Abrió la boca de par en par —menos mal que tenía la máscara y no se le notaba—.
Hasta ahora, había visto a Ayame. La había mirado, claro. Y le gustaba. Toda ella. Pero ahora la estaba viendo. Ayame era muy tímida, y se vestía modestamente. Pero aquél traje sacaba a relucir curvas que no sabía siquiera que Ayame podía tener.
Daruu sacudió la cabeza cuando su compañera le habló. Rojo como un tomate, se dio la vuelta y cogió un escudo para mirarlo por delante, por detrás... y para cubrirse una ansiosa pubertad, que estaba haciendo acto de presencia en el peor momento. Y es que a él también le venía ajustado el traje y, bueno...
—Esto... te sienta muy bien, Ayame-chan... —dijo, con un hilo de voz—. Pues... Deberíamos planificar una pelea. Ya sabes, la cuerpografíaCOREOGRAFÍA, COREOGRAFÍA.
Lanzó el escudo a un lado, cogió el shuriken de giro infinito y se lo arrojó. Entonces quedó impresionado: el arma, gracias a ese giro antinatural, hizo una bonita parábola en el aire y pasó a un lado de Ayame sin tocarla.
Suspiró. Si intentaba acostumbrarse a verla así, quizás el cuerpo dejaba de pedirle algo tan apremiantemente.
O quizás se lo pidiera con más apremio.
Sacudió la cabeza, se dio la vuelta de nuevo y se puso a rebuscar en el baúl, totalmente avergonzado.
—Sí hombre —protestó Daruu, levantando una ceja, o intentando levantarla, porque no podía moverlas—. No me imagino con esto todo el día. Me escuece la cara ya...
Dejó que la muchacha se vistiera y se acercó al baúl que había volcado Ayame al suelo.
—¡Hala, bestia, lo has tirado todo! —gritó, para que pudiera oírle. Entonces encontró un curioso shuriken de goma en el suelo y se agachó a recogerlo. En lugar de un agujero, tenía un eje sobre el que rotar. Y a la mínima que uno le daba a una de las puntas para que comenzase a girar, ya no dejaba de hacerlo. Era como si aquél pequeño falso arma hubiera decidido olvidar lo que significaba la fricción. Daruu jugueteó un poco más con él, y pronto se dio cuenta de que causaba cierta adicción. Sus ojos se movían al compás del giro, sumidos en una vorágine hipnótica—. Ugh —se quejó, y lo lanzó al montón, donde siguió girando. Aquellas cosas parecían un Genjutsu hecho realidad.
La puerta del probador se abrió, y Daruu se dio la vuelta. Abrió la boca de par en par —menos mal que tenía la máscara y no se le notaba—.
Hasta ahora, había visto a Ayame. La había mirado, claro. Y le gustaba. Toda ella. Pero ahora la estaba viendo. Ayame era muy tímida, y se vestía modestamente. Pero aquél traje sacaba a relucir curvas que no sabía siquiera que Ayame podía tener.
Daruu sacudió la cabeza cuando su compañera le habló. Rojo como un tomate, se dio la vuelta y cogió un escudo para mirarlo por delante, por detrás... y para cubrirse una ansiosa pubertad, que estaba haciendo acto de presencia en el peor momento. Y es que a él también le venía ajustado el traje y, bueno...
—Esto... te sienta muy bien, Ayame-chan... —dijo, con un hilo de voz—. Pues... Deberíamos planificar una pelea. Ya sabes, la cuerpografíaCOREOGRAFÍA, COREOGRAFÍA.
Lanzó el escudo a un lado, cogió el shuriken de giro infinito y se lo arrojó. Entonces quedó impresionado: el arma, gracias a ese giro antinatural, hizo una bonita parábola en el aire y pasó a un lado de Ayame sin tocarla.
Suspiró. Si intentaba acostumbrarse a verla así, quizás el cuerpo dejaba de pedirle algo tan apremiantemente.
O quizás se lo pidiera con más apremio.
Sacudió la cabeza, se dio la vuelta de nuevo y se puso a rebuscar en el baúl, totalmente avergonzado.